domingo, 25 de septiembre de 2016

CUANDO OTRO "OUED", OTRA ACEQUIA, OTRO CIELO, SE "SIENTE" COMO PROPIO




Leonor Merino García (Univ. Autónoma de Madrid, escritora, traductora, poeta) Publicado: DOS ORILLAS, Revista Intercultural, Año 2015, XVII-XVIII, pp. 147-155
                                                
 Detrás de la belleza turística –ay– de los paisajes que Occidente 
                                                 admira del llamado Tercer Mundo, se disimulan, a veces, 
el desamparo y la miseria de mujeres y hombres 
que no domeñan su destino.
  
Todo el mundo lo dice: Marruecos, país de “cine”
           
Hace tanto tiempo –¿un sueño?–, dije ya, lector, que los árabes comprenden por Magreb al-aqsa al Magreb más occidental, es decir a Marruecos: puesta de sol cayendo en el mar.

Ubicado en un paraje encastrado y mecido por la cantarina marea del Mediterráneo, al Norte y al Oeste, se deja llevar hacia el desierto, por el Este y por el Sur, en destello de elementos, que despierta, en la pintura, el embeleso bañado por el luminoso sol de claridad tan excitante, que hace oscilar el entorno de los objetos.

Pero Marruecos es un país en el que los colores y los contrastes no se inscriben, en el cielo o en la tierra roja, para convencer al turista o al viajero de su belleza y autenticidad –toda una delicia es ver desenrollarse, a nuestro paso, el hermoso tapiz del Atlas en ciertas obras del escritor marroquí Dris Chraïbi.

Su matiz, color y olor –en rica sinestesia– están ahí, de manera natural, como presentes están sus ciudades blancas, Mogador, merecedora de su nombre árabe, suriah: el cuadro, el grabado.

Pero si es que todo el mundo lo sabe: Marruecos es envidiado y elegido por los productores de cine. Orson Welles rueda Othello; Albert Hitchcock, L’homme qui en savait trop; Francis Ford Coppola, Patton y L’étalon noir; Pier Paolo Passolini, Oedipe roi; Jean-Luc Godard, Claude Chabrol y otras celebridades, Astérix, Obélix…

        Lawrence d’ArabieLe Thé au SaharaGladiator y Marie de Nazareth fueron rodadas en la deslumbrante ciudad de Uarzate[1], y en sus alrededores de magníficas qasbat, donde la aldehuela, Aít Ben Haddu, atravesada por El ued El maleh, nace, comopor encantamiento, en un campo perfumado de jazmínes, clemátides, pasionarias, madreselvas en zarzales, invadidos en su humus, por un tapiz de tréboles, oxálidas y hierbas salvajes, por donde brincan y aletean pájaros multicolores[2].




Alabado por Europa, antes lo fue por Homero y hacia el año 1300 por Dante, Marruecos, canto a un país lejano, ensoñado en la hazaña del mito como el de Ulises que, no por azar, fue el primer relato de la errancia.

Sus raíces nutricias se sumergen profundamente en la tierra de África.

Por un lado, en los lazos culturales seculares hacia Oriente –ay su complejo– y, por otro, extendiendo sus brazos hacia el mundo Occidental –ay su superioridad moral–, donde desea encontrar, sobre todo entre nosotros, un suelo generoso, convertida ya la inmigración –movimiento social imparable desde que existe el hombre sobre la Tierra– en llegada, primero, y en acogida ciudadana, después, que ha de ser compartida[3].

Porque si aún quedan retos-desencuentros en la política española-marroquí y prejuicios y percepciones negativas del imaginario sobre ambos países[4], sin embargo, existen hechos, sobre todo culturales, que certifican que lo marroquí y lo español se entreteje, puesto que, desde siempre, intelectuales y escritores de nuestros dos pueblos vecinos han mantenido relaciones muy cordiales, y sus textos –traducidos en una y otra lengua– permanecen como legado importante en ambas literaturas.

Así, Cervantes, Machado, Dámaso Alonso, Aleixandre, Alberti, Lorca, Altolaguirre y Goytisolo, entre otros muchos escritores, han sido traducidos al árabe y de esta lengua han sido vertidos a la lengua castellana las obras, entre otras muchas, de Chukri, Benyelun, Zafzaf, Nini, Bennuna, Al-Tabi`a, e igualmente las obras de autores marroquíes de grafía francesa, como Chraïbi, El Maleh, Ben Jelloun, Laabi, Sefrioui, Serhane, Binebine, Berrada, Lofty, Mernissi, Ech-Channa, EL Khayat, Hadj Nasser, Jocelyne Laabi o Nedjma.

Y qué decir de la obra literaria de los marroquíes hispanistas que, a pesar de los malentendidos, prejuicios y desidias, han preservado su vínculo con España[5].

Como también lo hicieron mucho antes los moriscos que, expulsados de España por Felpe III, cultivaron una literatura y una lengua llamada aljamía[6].

¿Y vamos a dejar de lado al afamado filósofo y médico musulmán Ibn Ruchd (Averroes) que vio por primera vez la luz en Córdoba o a su contemporáneo, nacido en Guádix, Ibn Tufail (Abubacer) y a su paisano Ibn Badja (Avempace), médico, astrónomo y poeta, o al historiador árabe y fundador de la ciencia social en el s. XIV, Ibn Jaldún, perteneciente a una familia noble de Sevilla? ¿Y qué tal si recordamos a nuestro murciano, Ibn Arabi, cuya obra influyó tanto en Raimundo Lulio y en La Divina Comedia de Dante Alighieri y también, en nuestros días, al marroquí Muhammad Abed al Yabri, filósofo poblado de pensamiento andalusí?[7]

Pero, sobre todo, entre nuestros dos países –entre una y otra orilla (Dos Orillas)– y bajo el esplendor de la civilización árabe islámica, quedaron profundas huellas y estrechos contactos, puesto que lo magrebí pasó a ser parte integrante de lo hispano: el impacto artístico almohade en diversas regiones españolas, así como lo andalusí, a su vez, se convirtió en patrimonio marroquí: la arquitectura en Tetuán –paloma blanca– o en Fez –la Atenas de África.



En esas hermosas ciudades, así como en Chefchauen –azul derramado sobre rugosas montañas rifeñas, en Larache –descanso eterno de Genet– o en Salé –otra orilla del río Bu Raqraq frente a Rabat, viven en la actualidad numerosas familias que se vanaglorian de su apellido español. Esos marroquíes de origen andalusí también se encuentran en los campos y cabilas entre Alhucemas –espliego y lavanda– y Tánger –edén del pintor.

Y en ese viaje, de ida y vuelta de los hombres y de las palabras, mi propio apellido castellano es de procedencia árabe: Mérinos cordero de los Beni-Merine, célebre dinastía de los Merinidas (siglos XIII-XV).

Lo que demuestra que no existen razas ni lenguas puras, sino una proximidad, una hermandad, energía inagotable que se trasvasa en su navegación subterránea...[8]

Porque hace tiempo lo comprendí, lo interioricé, realicé mi propio viaje hacia esas raíces compartidas, acompañada de un bagaje cultural: de mi propia cultura, de literatura e historia clásica francesa y de literatura magrebí de grafías francesa y árabe.


Realicemos, hoy, un corto viaje a nuestro vecino del Sur. Pero, antes, detengámonos, párate, caminante y lector.


 Siste, viator atque sit tibi terra levis

Viaje y camino son indisociables, como el andar y el suelo donde se apoya un pie tras otro. El viaje implica alejamiento del sujeto respecto del lugar tomado como referencia. El camino implica una prolepsis: de ahí los mapas y, en ocasiones, las alforjas.

Viajar es marcharse cuando uno tiene ganas de irse y permanecer cuando uno tiene deseos de quedarse: ¿no es el hombre un fugitivo que, huyendo de la rutina, busca la ruta de su libertad?

Sin embargo, el hombre del Neoclásico, sedentario, no viajaba y alguno no salió ni de su ciudad. Mientras que el hombre del Romanticismo, al menos el hombre prototípico, era ante todo viajero: homo viator.

Y qué diferencia existe entre turista y viajero –¿por qué no preguntárselo, lector?

El turista, en general, se apresura en regresar a casa al cabo de algunos días –la ida y vuelta: el tour.

El viajero, siempre extranjero en los sucesivos lugares de estancia, se desplaza, lentamente, de un país a otro y, en algunos de ellos, se siente como en casa.

Es decir, “siente”, percibe, que una ciudad, un cielo, un río, una acequia le pertenece, tanto como a los propios aborígenes.

El viajero compara su cultura con las de los Otros y rechaza de ella los elementos que desaprueba.

Ay, para lograrlo, para alcanzarlo, es necesario desaprender lo que se sabe y así, el viajero va combatiendo los prejuicios y la ignorancia.

El turista acepta su propia civilización sin objeción y ve al Otro en la “sombra” con mirada exótica, teñida de cierto paternalismo.

Y es que uno no puede basarse en argumentos, como simple turista, para juzgar una sociedad o cultura sino dotarse de mirada y actitud de verdadero viajero.



Sabiendo que viaje y camino –adarve– se reducen al círculo del ser humano.

Sit tibi terra levis –dijeron los romanos en el deseo de que la tierra sobre el cuerpo yacente sea ligera–: anhelo, hoy, para el andante nómada sobre la tierra –como Don Quijote– que se taracea al de nuestro Machado: ligero de equipaje.

Anhelo, también, para el poeta –“hecho para extraviarse, pues su camino es ausencia de camino”: George Sand–, y para el artista –“a quien conviene levantar la tienda por una hora y no edificar en ningún lugar morada sólida”: Franz Listz. 

Tánger versus la actitud del viajero-lector

Seguramente, Marruecos es donde comienza lo oriental para un occidental.
Aprehendido en la categoría del tópico, del cliché y por esa causa –para muchos– inaccesible, por desconocido.

Situado en un Sur más imaginario que real, parece abrirse para el occidental –originario del Norte– como umbral de la aventura africana, árabe o islámica.

En este país marroquí, también Tánger –hogaño como antaño– continúa siendo objeto de ambición de mucho “soñador”.




Llamada por los griegos “Tinyé” y en langue arabe (طنچة) “Tanya”[9] –nombre de la esposa de Anteo: gigante de la mitología griega que fundó esta ciudad[10]– se fue convirtiendo, con el paso de los tiempos, en una ciudad mítica.

Sale a mis palabras el escritor marroquí Mohamed Chukri: “pero el mito no se explica porque si lo explicas dejará de serlo”.

Detengámonos, ahora, en este escritor, que habiendo nacido en una paupérrima aldea rifeña, malvive desde la pubertad –huyendo de un padre asesino y beodo– por las calles tangerinas, que conoce como la palma de la mano, rodeado de miseria, violencia, prostitución, drogas.

Su obra universal y traducida al francés como Le pain nu y llevada al cine por Rachid Benhadj, es autobiográfica, catártica, fantasmagórica.

Chukri, autodidacta, grita “yo” y se revela desnudo en toda su violencia.
El texto retoma la figura del padre para matarlo –enterrarlo en una fosa que “no podrá ser más que un estercolero”– y buscarlo –según Sigmund Freud.

Mohamed, el protagonista hambriento vive al día–, zozobra poco a poco en el alcohol y los estupefacientes y describe el pavor, la angustia de ser violado. Por eso prefiere dormir entre cuerpos sin vida, que en la calle: donde pululan crueles vivos.

Chukri, analfabeto hasta los veinte años y forjado con la fuerza de su voluntad, dicta en Tánger, al escritor americano Paul Bowles y en nuestro castellano, su falta de ternura, su penosa soledad, su sexualidad sin ambages. Por eso su escritura vio la luz, por vez primera, en lengua inglesa, For Bread Alone en 1973[11].

Años más tarde, 1980, este texto, convertido luego en culto, lo traduce y prologa al francés Tahar Ben Jelloun[12], pero permanece prohibido, en lengua árabe y en Marruecos, hasta 1982. En ese momento, se agota rápidamente y, de nuevo, es vetado hasta el año 2000 –un año antes de que Mohamed Chukri se despidiera de todos nosotros a los 68 años, para siempre, en Rabat.

En nuestra lengua, se publica a finales de los ochenta como El pan desnudo en versión de Abdellah Djbilou[13] y prólogo de Juan Goytisolo. Pero el lector tiene ya una nueva versión de Rajae Boumediane, El pan a secas, que se hermana con el título y el texto original, Al-jubz al-hafi.

Tánger, siempre Tánger –Oriente de Occidente y Occidente de Oriente: medina-árabe/ciudad-cosmopolita– con su mundillo pasoliniano, por donde trasiegan las lenguas: marroquí, bereber, español, francés, inglés…

Tánger era Chukri, le habitaba –su lenguaje y su refugio[14]– y desde allí, desde el diminuto polvo de una estrella, resuena su voz veraz de jugoso castellano, que no se extingue, velada por el humo eterno de sus pitillos y la botella inseparable que sazonaron su vida con sabiduría mortal: “terminaremos muriendo sin llegar a descubrir el secreto de Tánger, donde cualquiera puede escribir un librito”. O esbozar una pintura –ese artístico enigma tangerino…

El emblemático escritor lo supo bien desde la época de aquel Tánger bohemio de trotamundos, de aquel Tánger de la jet-set.

Entonces, cada cual amaba “su” propio Marruecos en búsqueda de exotismo y placer, donde anidaba, también, el odio, el racismo, el desprecio con el que se mira y se trata al humilde, como lo refleja Chukri en Paul Bowles, el recluso de Tánger, espejo de Jane Bowles, Tennessee Williams, Allen Ginsberg, William Burroughs, Gore Vidal, Jack Kerouac o Truman Capote –personajes que no escapan al escarpelo de su pluma.

Tánger era la entidad protectora contra su soledad, su angustia, su spleen –melancolía, hastío–. Cada cual se encontraba entre dos polos, entre lo que había abandonado y lo que buscaba: aquella soledad y este bullicio humano; aquella bruma y este sol; aquel puritanismo y esta libertad.

A veces, se tenía la impresión de vivir en un cuento: una leyenda con sus fiestas a la manera de las Mil y Una Noches, ofrecidas por Barbara Hutton, entre otras celebridades que habitaban en djebel el-Kébir la gran montaña: una zona residencial de gran poder económico.




Época de aquel Tánger de dinero fácil, hoteles y bares elegantes, frente a la existencia de sus habitantes, pobres, desahuciados de todo trabajo en su mayoría, que luchaban por ganarse la vida como podían o les dejaban –en trabajos manuales o a veces sus manos en el hurto.

También escritores –Chateaubriand, Irving, Gautier, Loti…– y pintores del siglo XIX – Ingres que jamás visitó Oriente, Delacroix, Matisse…– sintieron esa necesidad de llenar un vacío espiritual, huyendo de la cotidianidad, del desencanto: páginas, figuras humanas, odaliscas distantes a través de pinturas y relatos tan numerosos como absurdos por sus representaciones del mundo femenino, interpretaciones falsas e imaginarias y mera copia de lo que fue siglos antes la yáriya[15]: escenas barridas con poderoso hálito romántico donde alternan el ardor, el exotismo, la languidez, la ferocidad.

“Y de dónde les viene” –exclama no exento de amargura a los cuatro vientos el poeta tunecino de estirpe hispanoárabe-andalusí, Abderrazzaq Karabaka:

“Abrid sus libros, probad a sus sabios, preguntad a sus grandes hombres por ese Oriente. Oíd: "... El eterno secreto... La asombrosa esencia... ¡Oh, oh el Oriente... Oh...!" Una cámara alzada sobre cuarenta columnas esculpidas de los montes de Saba, apretadas en hiladas de oro macizo, coronadas de techos ebúrneos bañados de plata y de los que penden cortinas de damasco manchadas de almizcle y de azafrán. [...]. Éste es el Oriente que leemos en algunos escritores de Occidente y que oímos de sus bocas. ¿Y de dónde les viene?... Mi señor el Oriente: ellos hablan –y son veraces– de Shehrezada... Shehrezada [...] ¿No le va a llegar la mañana, para que así deje de hablar definitivamente?”

Por eso, ya para Domingo Badía (Barcelona 1767-Damasco 1818), el famoso espía conocido por Ali Bey El-Bassi, Tánger era comparable al efecto que desencadena la ensoñación.

Tahar Ben Jelloun, escritor marroquí ya citado, en imagen subjetiva y poética, la define como una mujer que no se atreve a buscar su reflejo en el espejo porque, tal vez, en sus calles sólo la memoria persiste.


Somos raza mora vieja amiga del sol

            Nuestro Machado vio y se identificó con esas gentes, vecinas nuestras, que todo lo ganaron y todo lo perdieron.

Baroja habló de la proximidad compartida: Para un español, el cambio de Andalucía a Tánger apenas podría notarse si los hombres de esta tierra no llevaran sus ropajes árabes y no hablaran árabe. El aspecto de la población es casi idéntico al de una población agrícola española.

            Paisajes y lecturas que nos obligarán a preguntarnos y a ver, en la cultura del Otro, nuestro propio reflejo y cuánto de nosotros se encuentra en él, compartido.

       El conocimiento es proceso de información, formulación de preguntas, escrutinio, discernimiento entre los datos adquiridos de ese conjunto de información.

La cultura –dijo Milan Kundera– es la memoria del pueblo, la consciencia colectiva de la continuidad histórica, el modo de vivir y pensar.

            Así, echados por tierra los prejuicios acumulados, acompañados por la lucidez, en nuestro viaje –atento y en alerta el espíritu–, con el fin de encontrar el camino. Puesto que el paisaje, el entorno, cambia a cada paso, y la senda invita a pensar, a reflexionar, a preguntarse una y otra vez.

            El mapa del camino se modifica sin cesar y la dirección exacta, de la que uno podía partir de manera certera, se adapta a medida que brota un nuevo cauce, río –ued–: jamás sospechado, jamás explorado en el pasado.

            Viajero, aprenderás a mezclarte, a salir de tu “costumbre”, llegarás al resultado de una nueva síntesis de elementos.

En la marcha, al deambular, no sólo lograrás descubrir el espacio recorrido sino a depositar en él secretos: tus secretos, viajero.

Ibn Batuta (1304-1377), cuyo cuerpo descansa en la medina tangerina, fue al encuentro del Otro y retornó rico de sus periplos solitarios: rico en sabiduría, emociones y relatos, de aquello que hace la riqueza del viajero: su memoria.

Para el filósofo de origen persa, Al-Ghazali (1058-111), viajar –safar en lengua árabe– implica un proceso interior de transformación, liberación y éxito.

El viaje, como búsqueda de conocimiento, nos equipa de visiones de mejores mundos por construir, nos brinda nueva mirada –un ojo vigilante, una esperanza sobre lo que se puede erigir–, nos aleja de divisas, eslóganes y clichés, en ese conocimiento mutuo que debería ser la búsqueda comprometida más que una necesidad de evasión.

Aprehender que en un mundo, donde los valores intrínsecos se combinan con la libertad, la belleza y la creatividad, se produce un enriquecimiento por esa diversidad: una apreciación auténtica de la alteridad y la construcción dinámica de la identidad.



El escritor libanés, Amin Maalouf[16] (autor de León el africano en el que ya no hay extranjeros en este siglo sólo existen compañeros de viaje), nos señala que reducir la identidad a una sola pertenencia es situar a los hombres “en una actitud parcial, sectaria, intolerante, dominadora, a veces suicida, y los transforma con frecuencia en asesinos o en partidarios de asesinos”: Identidades asesinas.

Aprender que la integración no es ir al mismo ritmo es acoplar diferentes ritmos, en una interrelación que debe ser bidireccional.

Es riqueza abrirse al Otro y al diálogo, porque “si discrepas de mí, hermano, lejos de perjudicarme, me enriqueces –dijo Saint Exupéry en su obra póstuma, Citadelle (1948).

Es arte saber escuchar y aprender lo que aún no se conoce.

Dos grandes sufíes que se arropan con lana –tejido de los más desasistidos y despojados–, como Yunus Emre de origen turco (1238-1320) escribió: El mundo es mi verdadera nación. Sus gentes son mi pueblo”. Y el murciano Ibn ´Arabi (1165-Damasco, 1240) cantó: “El amor es mi religión y mi fe”.

Pensamientos que nos permitirá vivir juntos –enriquecerse, integrarse sin desintegrarse, sin someterse– como seres dotados de razón, libres, responsables, respetuosos y respetados: “que los hombres recuerden que son hermanos”, dijo ya, en el siglo XVIII, Victor Hugo en Traité sur la tolérance.

Regresaré, aún, palparé siempre la hospitalidad árabe y musulmana –me digo con esa nostalgia que se degusta con deleite–, para mezclar mi calor humano al calor humano de su gente:

Pueblo eterno joven nervioso, hermano / como el íbero y el beréber –un día, versifiqué.


Campesino chefchaouen /autora: Larisa Sarria





[1] Leonor Merino, “Ouarzazate, Skoura, enclaves culturales, a sólo un paso del desierto”, Amanecer del Nuevo Siglo, Revista cultural, Madrid, nº 134 Agosto, 2002, pp. 71-72. 
[2] Sin embargoOuarzazate Movie (Ali Essafi, 2001) es una película que muestra las condiciones de los rodajes extranjeros en el sur marroquí y desnuda el rostro monstruoso del mundo de ensoñación, que es el cine caracterizado por la explotación salvaje de la población local.
[3] Con motivo del incremento de la inmigración ilegal y del incidente militar de la isla Perejil o Leïla, en el 2002, solicité audiencia al entonces embajador en Madrid, con el deseo de ofrecerme y aunar nuestros lazos: “Abdessalam Baraka: Marruecos. Un vecino al alcance de la mano. Entrevista con el embajador de Marruecos”, Diario de León (León).
A la búsqueda de esa unión, son ya muchos mis trabajos, algunos reflejados en mi obra, La mujer y el lenguaje de de su cuerpo. Voces literarias del Magreb.
[4] Mohamed El-Madkouri Maataoui, La imagen del otro en la prensa. Arabia Saudí, Egipto y Marruecos, Instituto Egipcio de Estudios Islámicos, Madrid, 2009.
Leonor Merino, “La imagen del Árabe-Musulmán en nuestra prensa”, L.E.A., Colegios Universitarios, Madrid, octubre-diciembre, 2011, pp. 27-32.
Mohamed Boundi, Heridas sin cicatrizar, España-Marruecos, Diwan Mayrit, Madrid, 2012.
[5] En el Homenaje a Mohamed Chakor en “Casa Árabe” (2 de julio en Madrid), escribí un estudio comparativo: “Mohamed Chakor, poeta de corazón árabe-madrileño, abierto a la literatura árabe-magrebí de grafía francesa” (en prensa).
[6] Leonor Merino, “BEN QASIM EL BEJARANO, Ahmad, Ausencia de toda tierra. Anaquel de Estudios Árabes, Universidad Complutense de Madrid, 2011, vol. 22, pp. 295-315.
[7] Leonor Merino, “Al-Andalus punto de encuentro”, Diario de LeónCultura, 11 de noviembre, 2001.
Leonor Merino, “Conquista de Al-Andalus en la novela magrebí y en los relatos árabes”, XV Simposio Internacional de la Sociedad Española de Literatura General y Comparada, in Mil seiscientos dieciséis. El mundo medieval en al literatura contemporánea, “Anuario 2006”, Vol. 12, pp. 85-94.
 [8] Leonor Merino, “VIAJE DE LAS PALABRAS ÁRABES POROSIDAD DE LAS LENGUAS”. En AWRAQ, Estudios sobre el Mundo árabe e islámico contemporáneo, Madrid, Vol. XXV, 2008, pp. 347-350.
Leonor Merino, “Ni lenguas desplazadas, ni lengua pura”, Diario de León. “Tribuna”, 04/02/2012.
[9] Según la leyenda, esta ciudad surgió del diluvio universal, puesto que cuando Noé soltó una paloma, para explorar la tierra, grito: “Tin Yá”, expresión del dialecto marroquí, que significa “el barro ha llegado”, ya que de él estaban sus patas impregnadas.
[10] En el siglo XIV, el gran poeta florentino, Dante Alighieri, recupera la figura de ese gigante como guardián del “noveno círculo” del Infierno, en La Divina Comedia.
[11] A finales de los setenta, Bowles retranscribe en su lengua, The Big Mirror: relato fabuloso del narrador marroquí también analfabeto–, Mohamed M’rabet. Y el cineasta Moumen Smihi lo adapta con el título, Quftan al hub munaqat bil hawa/Caftan d’amour constellé de passion, en 1988.
[12] Premio Goncourt 1987, por La nuit sacrée.
[13] A su muerte le dediqué: “Vibrante homenaje”, Tres Orillas, Algeciras (Cádiz), Revista intercultural, nº 13-14, 2009, pp. 177-179.
[14] Sería injusto limitar su creación a un solo libro –soberanamente rebelde que dotó de un nuevo hálito a la autobiografía de lengua árabe–: otros escritos suyos permanecen, poderosas narraciones realistas de ensoñaciones, locura y entusiasmo por la vida, sensibilidad y sinceridad tejidas, teñidas, por sus autobiografías: Tiempo de erroresRostros, amores y maldiciones o Jean Genet en Tánger.
[15] La madre de Harún al-Rashid, quizá uno de los más grandes soberanos de la Historia árabe, fue una yáriya –esclava– asumiendo un gran poder e incluso abusando de él, en la corte de su hijo.
[16] Premio Goncourt, 1993 y Premio Príncipe de Asturias, 2010.

1 comentario:

  1. Yamil Mahmoud Abu Saada26 de septiembre de 2016, 20:11

    Fantastico relato querida Leonor, me has hecho viajar a un país que desconozco físicamente, pero lo tengo en mi mente y en mi corazón, gracias a ti por esas palabras tan bellas que se me quedan grabadas para siempre. Cuando estaba leyendo estos excelentes relatos me hacías recordar a mis compatriotas marroquís que he tenido el gusto y el placer de conocerles aquí en España, son reflejo de la cultura y el paisaje de aquel hermoso país hermano. Gracias Leonor y Enhorabuena.

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