domingo, 31 de julio de 2016

OUARZAZATE, SKOURA, ENCLAVES CULTURALES, A SÓLO UN PASO DEL DESIERTO

(Publicado en Amanecer del nuevo siglo (Madrid) nº 134 Agosto, 2002, pp. 71-72) 
Músicos en la Fiesta del Trono del Reino de Marruecos (julio-16)
 Marruecos, tan variado y rico, despliega en su manto geográfico hacia el sur: ueds, oasis, kasbas, ksurs..., lo más fascinante y genuino de una cultura milenaria.

Así lo pude comprobar, los últimos días del mes de mayo y los primeros del mes de junio, al ser invitada al Coloquio Internacional -en el que tomó parte la Universidad de Ben M’Sik de Casablanca-, que se celebró en la Comuna Rural de Skoura, a 40 Kilómetros de Ouarzazate.

Se inició esta aventura cultural con el vuelo que tomé en Casablanca (escala del vuelo procedente de Madrid) hacia Ouarzazate, calurosamente acompañada por el decano de la citada universidad, M. Hamman, por la directora del departamento de árabe, Mme. Azizi, por el profesor M. Dlimi, procedente de Dakhla y por dos poetas de prodigiosa memoria -entrados ya en edad-, que hablaban la lengua castellana con indudable gracejo y que venían del Aaiún ataviados con blanquísimos ropajes, enriquecidos por un brillante azul intenso que iluminaban los rasgos nobles y cobrizos, de sus rostros.

La ciudad de Ouarzazate, hospitalaria y silenciosa que ofrece un maravilloso descanso a las fuertes sensaciones de un desierto próximo, nos acogió bien entrada la noche.

Después de depositar nuestro equipaje, en los bungalós rodeados de silencio y vegetación, tomamos una deliciosa harira en la terraza del restaurante Obélix -el otro Yo del creador Uderzo-, que desea recordar la película rodada en esta ciudad marroquí, deslumbrante por sus magníficas Kasbas:


La kasba de Taourirt, antigua residencia de El Glaoui -feudal marroquí y colaborador con el Protectorado francés- es de una gran belleza.

Y de entre la masa de casas, estrechamente apretadas, emergen sus altas torres en forma de pirámides truncadas, que elevan sus almenas hacia el azul luminoso del cielo, como queriendo disputar al sol el primer lugar en el espacio.

Esta kasba se halla próxima a las tiendas de artesanado, en las que se exhiben, con desbordante lujuria: esmaltados cofres, espejos y bandejas; hermosísima alfarería bereber; objetos de piedra tallada; mantas, alfombras de Ouzguita de color azul o amarillo oro, con artísticos -poéticos- dibujos geométricos, composiciones tornasoladas y floridas, que dejan al descubierto el genio fabuloso de sus creadores.


La kasba de Aït Ben Haddou, en la aldea de El oued El malh, a treinta kilómetros de la ciudad, parece surgir como por arte de magia sobre un campo de almendros en flor.

Pueblo fortificado, en la cima del mundo, organizado en espiral, alrededor de su torre-alminar-vigía, en donde prevalecen volúmenes, rojos, ocres, y de un azul-verdoso, en un orden / desorden inenarrable.

Son sus juegos de luz tan hermosos, que no es extraño que este lugar haya sido elegido como escenario fabuloso para numerosas películas, como “Lawrence de Arabia” y “Té en le Sahara”.

Entre ese marco con volúmenes de basalto, entre esas fallas y aristas porosas, entre ese amontonamiento de formas cribadas de cal blanca u ocre, entre ese fuerte calor diurno, a la búsqueda del cobijo de un matorral de adelfas de color rosa resplandeciente, jamás olvidaré la olorosa y jugosa tortilla bereber de bienvenida (ahlam ua sahlam).

Ni tampoco, en la cálida noche, la cena en el ksar de Ti Foultout: sus pesadas y enormes puertas milenarias, y sus salones alfombrados y generosamente adornados con cojines multicolores, se abren en la noche a una imaginación desbordante.

Toda esa actividad turística y gastronómica estuvo alternada con el Coloquio Internacional, en la Comuna Rural de Skoura.

Esta localidad, con población de origen reciente, es un enclave lingüístico arabófono situado al sur del Gran Atlas, en una zona bereber por excelencia: en un radio inferior a los ochenta kilómetros sólo se encuentran poblaciones berebófonas. Su dialecto árabe es de tipo hilalí -afirman los importantes trabajos pioneros de Jorge Aguadé y Mohammad Elyaacoubi-, y los habitantes de la zona eran originariamente berberófonos, pero con la llegada de inmigrantes, entre los que predominaban los arabófonos del valle del Dra -procedentes de localidades arabófonas al norte de Zagora-, hace suponer que fueron éstos quienes arabizaron la zona.

El nombre de Skoura -siguen afirmando estos investigadores- proviene del bereber que significa “perdices” (pl. de askour) y sus habitantes viven casi exclusivamente de la ganadería -sobre todo del ganado ovino- y de la agricultura: el dátil, la almendra y la aceituna ocupan un lugar primordial entre sus productos cultivados.

Entre esa naturaleza, remanso de paz, recogimiento, belleza, cobijados bajo una amplia tienda, en la que se extendía, bajo nuestro calzado polvoriento, un grueso tapiz donde resaltaba el índigo, cuyos matices alcanzan diferentes tonos violetas, compartimos intensas jornadas culturales matinales de discusión y hermanamiento.

Entre el público, en esos rostros atentos, tensos, de nariz aguileña, de mirada escrutadora con luces de bondad, comprensión y amor, reencontré los añorados rasgos de mi padre anciano -en humus ya convertido.

Fuera, mientras el caliente y árido viento imprevisible ondulaba los flecos de nuestra tienda, unos chiquillos de mirada limpia, nos acechaban, entre cactus, yucas, palmeras...

En los descansos del Coloquio, mientras se escuchaba la melodiosa voz de Fairuz, calmó mi sed el fuerte té saharaui, compartido con mis dos poetas del Aaiún, ya mencionados, y con el representante cultural -de esa ciudad añorada-, ataviado con inmaculada gandura.

Allí supe de los trabajos de la “Escuela Oulad yaïgoub” y del “Instituto Mohammed VI”. Allí hablé de la mujer, de la revista Amanecer, que se ocupa de temas puntuales, políticos y culturales. Allí entregué mis trabajos publicados en ella que se traducirán a la lengua árabe.


Más tarde, ganado el corazón de un lugareño, que podía ser mi viejo abuelo paterno -recio y castellano-, me invitaba, con ademán que denotaba delicadeza y orgullo, a subir a su viejísimo coche que conducía con mano firme y que aceleraba y embragaba con pies calzados en babuchas amarillas.

Él era quien marcaba, a toda la caravana -que a duras penas nos seguía-, el estrechísimo camino terroso, pedregoso, flanqueado por surcos de un antiguo ued (río).

Sin embargo, hacia el interior, un ingenioso sistema de irrigación había convertido al paisaje en una rica huerta, mientras que, en lontananza, se divisaban colinas rojas descarnadas.

Nos dirigíamos hacia la kasba de Aït Abbou en Tajanat-Amezzaourou.

Después de haber aliviado nuestra sed del camino polvoriento, que había dejado en las bocas un sabor terroso, después de haber rociado las manos con el chorro de agua fresca que salía del reluciente tass, dejamos nuestros calzados a la puerta de los distintos salones -uno para hombres y otro para mujeres-, donde degustamos un sabroso cuscús y un guarnecido tayín que comí a la manera marroquí, ayudándome con trozos de riquísima torta bereber, recién hecha, que conservaba aún el tizne del horno casero.

Al regreso, un 4X4 bien repleto de todos nosotros, que forcejeaba entre los cantos rodados del camino, se detuvo al ver a una mujer madura que esperaba en el linde del sendero. Y nos apretamos, aún más, los ocupantes para dar acogida a la silenciosa viajera con manos y rostro maquillados, artísticamente, con alheña.


Abandonamos el vehículo campestre para tomar, de nuevo, el autocar que nos conduciría a Ouarzazate.

Nos aguardaba una sorpresa mayor en la clausura de este encuentro cultural: el correcto y hábil agregado cultural -de esta ciudad de noches mágicas- nos recibía ante un bellísimo espectáculo ofrecido por mujeres y hombres bereberes.


Sus atavíos deslumbrantes y su ritmo cadencioso, acompañado por alegres voces y palmadas que marcaban el ritmo sincronizado de caderas y pies -mientras la percusión del bendir y el tbal sonaba en rápida sacudida-, dejaban huella eterna en mi alma.


Regresaré un día -me dije con firmeza.
Regresaré para volver a tomar, por tres veces sucesivas, el amistoso té saharaui: el primero fuerte como la vida, el segundo dulce como el amor, el tercero suave como la muerte.

Regresaré par mezclar mi calor humano al calor humano de su gente:

Marruecos
Sangrante puesta de sol cayendo al mar
Estela de elementos
luz embriaguez.
Canto a un país lejano
Homero y Dante te evocaron
en la hazaña del mito ensoñado.
Pueblo eterno joven nervioso, hermano,
como el íbero y el bereber.
(Versos inéditos de la autora)


*Leonor Merino, Drª Universidad Autónoma de Madrid, autora de Encrucijada de Literaturas Magrebíes, traductora, poeta.

lunes, 25 de julio de 2016

HOMENAJE A LOS PRIMEROS PASOS

 Un espacio en el mundo, la escritura


Entre la vida y la escritura no hay separación alguna.

La escritura es acto de vida, y la vida se despliega en la escritura, al igual que los paisajes, la sucesión de las estaciones, el crecimiento exuberante de los niños, la belleza de los jóvenes, el acabamiento lento de los viejos o al igual que el hecho simple de comer, el hecho sublime de hacer el amor, el hecho explosivo de reír o llorar.


Y luego, existe el fetichismo del lápiz o del bolígrafo, de la misma forma que existe el fetichismo del calzado, de la ropa interior o cualquier otro fetichismo. Hay algo de preferencia y de orden obsesivo en esa necesidad de tomar, precisamente, “ese” lápiz o “ese” bolígrafo, de re-posarlo en el papel, de sentir de nuevo ese “escalofrío”, de ver aparecer las letras, el movimiento de las palabras que llegan, que se fijan, que se exhiben, que se encadenan pero que, sin embargo, no se pueden engarzar totalmente ni de manera arbitraria.






A medida que las palabras se organizan en la urdimbre de la sintaxis, toma forma toda una arquitectura.






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sábado, 23 de julio de 2016

TRES ESCRITORES MAGREBÍES DE LENGUA FRANCESA VISITAN ESPAÑA


Amigas/Amigos: comparto con vosotros mi sueño hecho realidad, al lograr de forma pionera y personal la primera llegada oficial a España de tres escritores magrebíes.


La invitación la llevó a cabo el Instituto Francés de Madrid, al que hace algún tiempo, ilusionada, me dirigí para hablar con su director de esta Literatura y donde los presenté, así como en la Universidad Autónoma de Madrid.


Albert Memmi
La obra del escritor tunecino Albert Memmi es una interminable búsqueda de la verdad, un continuo sumergirse en los rincones más sombríos de su alma, intentando descubrir una identidad inagotable, siempre cambiante, huidiza, jamás sedentaria. 

Una gran hondura de análisis de sí mismo, análisis sin piedad y auto-disección patética, penetrando en el corazón de un yo desgarrado.




Driss Chraïbi
Driss Chraïbi ha sido el auténtico iniciador de estas literaturas. Su obra inaugura toda una serie de producciones contestatarias. 
Considerando que la palabra traiciona el pensamiento, su escritura es toda una búsqueda por la emoción y por la musicalidad de la frase. 

En esa profunda senda de una religiosidad auténtica, jamás ha salido de su terruño natal marroquí, Al Yadida, y de su río: “Oum-er-Bia” (“Madre de la primavera”).




Azouz Begag

Azouz Begag, de origen argelino, nació en Villeurbane (Lyon). Sus novelas, más que una memoria personal, es la memoria de un pueblo sin historia, la de un pueblo inmigrante. Pero a través del humor, de la sutil ironía, enmascara la ácida realidad con el fin de hacerla más agradable al lector, con el fin de que la asimile y, sin casi darse cuenta, aprecie la amarga realidad de esta juventud aparcada en el linde del camino.



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viernes, 22 de julio de 2016

LA PIEL DEL OTRO

Amigas/Amigos:

La piel del otro, de Lidia Acevedo (poeta que llegó de Méjico a Madrid para nuestro recién compartido 6º Congreso de “Mujeres Poetas Internacionales”, 2016), ha sido Premio Nacional de Novela “Cecilia Ramírez Piña”, convocado en julio del 2005, conjuntamente con la Presidencia Municipal de Durango y la Sociedad General de Escritores de Méjico.


Lidia Acevedo es una narradora que envuelve al lector con sus palabras, con su relato:

 “Con frecuencia, pasaba tiempo pensando las palabras que habría de soltar, una tras otra, como perros veloces con sus hocicos abiertos a darle dentelladas, pero por alguna razón en el último instante les jalaba las riendas, y las palabras convertidas en perros le subían y bajaban del estómago a la boca sin atreverse a salir, clavándole a él mismo los colmillos”.

De esa forma queda reflejada la personalidad del escolta-lacayo, Silvano Gracia, ante su General Jean Claude Blanchette que lo llama “Desgracia”, pero quien –a la postre– le birla la mujer, “que nunca nadie la había tocado”.

Sin embargo, no le tiembla el pulso,
a Blanchette, a la hora de ordenar una ejecución, ni se le abrasa el gaznate con el fortísimo elixir –“que refuerza los instintos”– y que encierra, a buen recaudo, en un cajón de su escritorio.

Los personajes quedan magníficamente dibujados como Angelina Durán –Lina–, la maldita testaruda con su maldito amor: “se lo había dicho muchas veces, aunque me muera, no voy a renunciar a él, aunque me mate, aunque me maten, aunque te mueras o se acabe toda la humanidad”.

Esas son las palabras que ella confiesa a Leonora Reta, su “alter ego”, la hija de aquella lavandera que había desgastado su piel y depuesto su juventud, en aquel internado de los “hijos del ejército”, dejándola pronto huérfana.

Cierta mañana y en una escuela a la que llegó Leonora, después de haber ido dando tumbos, se encontró con una niña desvalida por la que la tijera helada del ventoso día se le colaba, a través de los agujeros de la ropa:

“la vio venir hacia ella; la examinó como a un cachorro, le sobó la cabeza y tomándola de la mano la llevó a su dormitorio”.

En esa escuela infantil, separada por sexos, algunos padres se demoraban bastante en ir a recoger a los niños:

“algunos lo hacían a diario, otros cada semana, los de ellas jamás llegaron”.

Inseparables, las dos, y en una época de sus vidas, compartían hombres –que rechazados por una se consolaban en la otra–, se repartían un trozo de pan o compartían vino y se reían, histéricamente, para no derramar lágrimas:

“porque el llanto es para los pobres, acordaron desde su niñez, son para los que no tienen otro recurso, nosotras tenemos grandes hasta la uñas”.

Lina, la arrolladora de espacios; Leonora deseando extraviarse en ellos.

Lina, fantaseando sobre su origen paterno; Leonora, la sensible y la talladora de hojas blancas, el “hombro donde llorar”.

Otros personajes: Jérôme, Phill, y el más importante, Antonio Romo –Tony– alto, con el ademán parsimonioso en su caminar, fogoso amante y valiente: era “tan hábil que pudiera haber engañado a la muerte enviándola en otra dirección”.

La piel del otro: un manuscrito hallado, bajo unos leños –tirados como al descuido– en una chimenea, y cuyo epígrafe lloraba:
“Para cuando mis ojos no te reconozcan y la memoria se haya llevado a morir tu nombre, guardo este sentimiento en el corazón más profundo”.

Os dejo, amigas y amigos, con su argumento en clave policíaca que mantiene el hilo de su lectura, hasta su broche final:

“no hay principio, no hay fin, todo vuelve a dar vuelta, todas las cosas se encuentran nuevamente, todas las historias se repiten” –decía Angelina…

Sí, podría armonizar Leonora Reta -¿o tal vez esta Leonor?-

La existencia,
            semejante al círculo,
final y origen se aproximan
                        se confunden:
                        el Poniente

Enhorabuena Lidia Acevedo.


Agradecida por vuestra atención al análisis de este texto.

miércoles, 20 de julio de 2016

“TAOS AMROUCHE: ESCRITURA ARDIENTE, VALIENTE, ADELANTADA A SU ÉPOCA" (2ª PARTE)

Amigas/Amigos: como continuación de mi artículo anterior, os ruego acojáis:

“Taos Amrouche: escritura ardiente, valiente, adelantada a su época" (2ª Parte)

Taos Amrouche fue también una de las primeras novelistas de lengua francesa. Ahora, en esta Segunda Parte, recorreremos su obra literaria, ardiente, en la que el clasicismo francés se taracea con las voces fuertes y cálidas de África. En sus novelas convergen el desarraigo, el exilio, la soledad y el amor siempre insatisfecho, así como el clasicismo francés se taracea con las voces fuertes y cálidas de África. De sus líneas nace un canto hechizador, que se eleva, siempre, indomable. Y entre ellas encuentra la vía de salvación, al igual que entre los cantos verdaderos, los viejos cantos de su raza, a los que se consagró.



Finaliza mi homenaje a esta escritora y cantante. Gracias, de nuevo, por vuestra Generosidad.

Publicado: LEA, Colegios Universitarios, Madrid, nº 98 enero-marzo, 2011, pp. 47-51.


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“TAOS AMROUCHE EN ESCENA: EMBAJADORA, SACERDOTISA DE LA CULTURA BEREBER (1ª PARTE)”



Amigas/Amigos;

Marie Luoise o Marguerite Taos Amrouche (1913-1976) -argelina, bereber y de confesión cristiana en tierra musulmana colonizada-, jamás cesó de expresar su sensibilidad de desollada viva, ávida de afecto. 

Su hermosa voz de soprano resuena en el escenario con la fuerza de una presencia carnal. Ella misma comparó el acto de cantar con el acto sexual. Su belleza y atavío se imponen en el escenario como una presencia telúrica. 



Su repertorio salva -para siempre del olvido-, la tradición de una cultura oral cuyo ritmo fue el de su propio corazón generoso, rebelde, enamorado. Y de su madre mamó el hermoso y universal legado tamazight (bereber). 

Sus novelas, “Jacinthe noir”, “Rue des tambourins”, “L’Amant imaginaire” y “Solitude ma mère” -en gran parte autobiográficas y de fuerte matiz psicológico- se complementan con su actividad artística. Desarraigo y exilio constituyen los eslabones en los que se tejen, la conversión al cristianismo, el país de los ancestros, la soledad, el amor siempre insatisfecho.

Publicado: LEA, Colegios Universitarios, Madrid, nº 97 octubre-Diciembre, 2010, pp. 38-41.

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EL VUELO VICTORIOSO DE AHLEM MOSTEGHANEMI

Amigas/Amigos. Ruego aceptéis mi artículo sobre Ahlem Mosteghanemi: escritora argelina de lengua árabe y de hálito valiente y audaz, para quien el amor es pasión que hay que proclamar y gritar frente a una sociedad opresora, que parece ahogar los sentimientos más espontáneos.


EL VUELO VICTORIOSO DE AHLEM MOSTEGHANEMI
                               Ahlem Mosteghanemi’s victorious flight

Leonor Merino García (Drª Universidad Autónoma de Madrid, escritora, traductora, poeta)

Publicado: Especial Argelia II. Hesperia Culturas del Mediterráneo, Año X, 2015.



RESUMEN: Lejos de todo discurso hipócrita, Ahlem Mosteghanemi narra lo que vive sin rodeos, sin jugar con el sentido de las palabras, porque escribir, para ella, es desafiar, transgredir, chocar, hacer vibrar la lengua. Y, aún sabiendo captar el hálito de la poesía en su gota de silencio, se ha esposado con la novela, narrando historias, que atraviesan tierras y vadean confines, como un largo poema de sueños sin cumplir y de trágico  devenir, que son de gran significado, de gran relevancia, para el mundo árabe.
Una escritura hermosa de pulsiones físicas, salpicada de lirismo barroco e himno a una ciudad y a su país. Portavoz de la mujer argelina militante y de una pléyade de escritoras y poetas, ancladas en sus propias raíces, que vigilan la emancipación de la mujer con sus pulsiones bien presentes. Y que encuentran amparo en muchos escritores.

PALABRAS CLAVE: Ahlem Mosteghanemi, un yo femenino intradiegético, homodiegético; armónicos y poéticos eslabones femeninos; solidario ramillete masculino de escritura árabe y de escritura magrebí de grafía francesa; luto y pasión por Constantina y Argelia; prerrogativas masculinas; vuelo audaz y victorioso; escritura: espléndida luz y vergonzoso silencio.

SUMARIO:
ARMÓNICO ATAVÍO POÉTICO FEMENINO
AUDACIA EN LA TORMENTA
SEXO Y MUERTE, PAÑOS TARACEADOS
SOMBRA AHOGADA EN LA ESCRITURA
A GUISA DE CONCLUSIÓN

ABSTRACT: Far from any hypocritical discours, Ahlem Mosteghanemi recounts her experiences plainly, without no wordplay. For her, to write is to defy, to transgress, to crash, to make vibrate the language. She even knows how to capture the breath of poetry in its drop of silence, handcuffing herself with novel, and narrating a story that crosses from land to land and wades confines, like a long poem of unfulfilled dreams and tragic evolution. A poem full of relevance for the Arab world. Her beautiful writing of physical pulsion, splashed with Baroque lyricism, is an hymn to a city and to her country. Spokesperson of a militant Algerian pleiad of women writers and poets, who anchored to their own roots, monitor woman emancipation with all her own pulsions. All of them under the protection of many writers.

KEYWORDS: Ahlem Mosteghanemi; feminine ego intradiegetic, homodiegetic; feminine armonic and poetical links; masculine and solidary bouquet of Arabic writing and Maghrebian French; mourning and passion for Constantine and Algeria; masculine prerogatives; bold and victorious flight; writing: magnificent light and shameful silence.

SUMMARY:

FEMININE HARMONICAL AND POETICAL ATTIRE
BOLDNESS IN THE STORM
SEX AND DEATH, INLAID CLOTHS
SHADOW DROWNED IN WRITING
IN A MANNER OF CONCLUSION


ARMÓNICO ATAVÍO POÉTICO FEMENINO Y AMPARO MASCULINO

En nuestros días, Ahlem Mosteghanemi, nacida en Túnez pero en el seno de una familia originaria de Constantina que huye del país tras el genocidio de mayo de 1945, es una poetisa y escritora de lengua árabe de gran renombre, que se ha “divorciado” de la poesía, aunque permanece poeta al no poder escapar de esa seducción que es el cuestionamiento perpetuo, a través de la creación de un poema, con el fin de activar la imaginación del lector y buscar la intuición de un significado mucho más complejo.

Por eso, aún sabiendo captar el hálito de la poesía en su gota de silencio, desde hace algún tiempo, Mosteghanemi se ha esposado con la novela en un intento modernista de restituir el “yo” de la mujer argelina, combativa y activa, en un sustrato social al límite del totalitarismo.

Esta autora forma parte de una generación de escritoras y de una pléyade de poetisas, en búsqueda de un nuevo espacio de expresión liberado del discurso político y religioso extremista y del machismo feudal, al mismo tiempo que modelan su dimensión estética y vigilan como ciudadanas, ancladas en sus propias raíces, la emancipación de la mujer con sus pulsiones bien presentes.

Por no citar más que a este ramillete de escritura árabe: Zoulikha Essaoudi, Zineb Laouedj, Rabia Djalti, Zahra Dik, Yasmina Salah, Rachida Khuazem, Sara Haider, Mabruka Busaha, Rachida Khawazem, Fátima Ben Chaalal, Kheira Bellaksir, Sulaïma Rahhal, Nacéra Mohamdi y Habiba Mohammedi.

Imágenes, que se reinventan constantemente, palabras, que vibran a la escucha de ese mal tan profundo del que sólo el poeta puede ir más allá de lo visible y dotar a lo ordinario de atavío poético puesto que, desde su haz de flechas, dispara los más certeros versos.

Ese lenguaje poético, en el que los signos liberados de la rigidez sintáctica recuperan su naturaleza polisémica.

Sólidos eslabones que necesitan las diversas culturas para conocerse, enlazarse y construir conjuntamente un futuro mejor.

Escrituras portadoras de un espíritu de conocimiento y emancipación integrado en la tolerancia, “junto y no contra el hombre”, como muy bien señala la luchadora por los derechos de la mujer, Charlotte Wolf.

Búsqueda de igualdad entre hombres y mujeres -seres humanos en fin- no sólo en las relaciones personales cotidianas sino también en la lengua -sus múltiples usos- y en la crítica literaria, como en las escritoras Zuleikha Abu Risha, Rachida Ben-Mess’aud y Buzeina Shaaban.

Ahlem Mosteghanemi, la escritora de nuestro estudio, afirma que triunfó gracias a su marido por lo que no parece, a priori, estar en contra del hombre: “sólo con los que han robado nuestros sueños”.



Apoyo y amparo a la mujer que se aprecia en los intelectuales y escritores magrebíes de grafía francesa. Por no citar, entre muchos otros, más que a algunos escritores marroquíes, Driss Chraïbi, Mohammed Khaïr-Eddine, Tahar Ben Jelloun, Abdelhak Serhane, o Mohammed Zafzaf[1].

Defensa y aliento a la mujer, también, en los argelinos Abdelhamid Benhedouga y Waciny Laredj así como en el tunecino, Tahar Haddad, que se atrevió a decir, en tiempos no muy propicios: “El deber nos llama hoy más que nunca para sacar a la mujer de su oscurantismo, nuestra libertad y nuestra salvación son ese precio”[2].

Sus obras son aval testimonial, como el de Abdel Badi´ Saqr que da cuenta de “las poetas de los árabes”[3].

Como también lo fueron las palabras del egipcio Mansour Fahmy[4] o las críticas literarias de Mohammed Gheiz Al-Hay Hussein, Hatim Mohammed Al-Sakr, Abdala Al-Ghadhamy, Ferial Ghazoul o los versos del poeta-amante iraquí -Abdel Wahhab al-Bayati-: Amor más grande que yo mismo[5].

AUDACIA EN LA TORMENTA

Pero volvamos al hálito de una de las más valientes y audaces, la escritora citada Ahlem Mosteghanemi, para quien el amor es pasión que hay que proclamar y gritar frente a una sociedad opresora, que parece ahogar los sentimientos más espontáneos:

El día que te escribí te amo...
dijeron poetisa.
Me desnudé para amarte...
me trataron de prostituta.
Te abandoné para convencerles...
me trataron de hipócrita.
Regresé a ti...
me trataron de cobarde.
Comencé a estar atormentada por mis versos
y a ofrecer mi cuerpo desnudo al espejo[6].

La novela se desarrolla entre dos tiempos, la guerra de Argelia y la actualidad, así como entre dos espacios, Francia y Argelia, París y Constantina[7]:

Hoy... después de toda esa vida, después de más de un conflicto y más de una herida, lo sé... uno puede también ser huérfano de su patria... víctima de su injusticia, su dureza, su autoritarismo y su humillación. Hay patrias sin instinto materno... parecen padres[8].

Khaled, expatriado en París, huye de su destino de censor: obligado a amputar ideas y versos a la creación. Finalmente, se exilia de su país de origen o de nostalgia. Porque:

convertido en una prisión a cielo descubierto, con celdas anónimas, sin números [...] Jamás hubiera imaginado que llegaría un día en el que un argelino, como yo, me desnudaría... me quitaría hasta el reloj para que me lanzaran a una celda, individual, ¡en nombre de la Revolución esta vez! ¡Esa misma Revolución que me había cogido el brazo![9]

Khaled elige el desarraigo parisino antes que obtener cualquier canonjía:

¡Prefiero vivir lo que me quede de vida con la cabeza alta, hermano mío! Querría quedar así de pie, frente a ellos, plantado como una espina en su conciencia. Querría que tuvieran vergüenza cuando se crucen conmigo, que bajen los ojos, que pregunten por mí aunque sepan que yo sé mucho de ellos, de su bajeza[10].

Críticas y dolor que persisten en el narrador en la boda de su amada con un importante militar, “el hombre de futuro”:

Esto es el país... Y esto es tu matrimonio... Un verdadero circo en el que no hay lugar más que para los payasos, los juglares, los equilibristas, los que caminan por la cuerda floja, […], un circo en el que un puñado de hombres se ríe de otros, donde se erige a todo un pueblo en la estupidez[11].

Al igual que Constantina, Hayat lleva el luto de sus conciudadanos y el dolor de los amores difuntos, inscritos en letras de fuego en su carne:

Esa juventud que has cantado no acecha ya la mañana, pues los que han puesto la mano sobre el país han requisado igualmente el sol. La juventud acecha los barcos y los aviones. No piensa más que en huir. Ante cada consulado extranjero se extienden las colas de nuestros muertos pidiendo un visado de vida fuera del país.
La rueda ha girado, se han invertido los papeles. Ahora es Francia quien nos rechaza. ¡Reclamar un visado se ha convertido "en pedir lo imposible!"
No estamos muertos de opresión... Sólo la humillación mata a un pueblo. [...]
¿Han enronquecido nuestras gargantas... o es porque una voz domina, después de que el país se ha convertido en propiedad de algunos de entre nosotros?[12]

La historia de amor aparece, como telón de fondo, para exponer a la generación que liberó a Argelia y la que espera construir su futuro. Amor sin límites el de Khaled, siempre celoso de Ziad El-Khalil: el poeta amigo palestino que enseñaba literatura árabe en Argel.

Un amor, en fin, obsesivo, erótico, audaz:

Yo que dormía y me despertaba sin ti, te violaba hasta en mis sueños...” [...] “Plantado ahí en la franja de la razón y la locura, frontera entre lo posible y lo imposible que anula la oscuridad... te desfloraba... Trazaba con mis labios los límites de tu cuerpo. Delimitaba tu feminidad con mi virilidad. Dibujaba con mis dedos lo que no podía alcanzar mi pincel... Te rodeaba con mi único brazo, te sembraba y te cogía, te desnudaba y te vestía de nuevo, remodelaba el relieve de tu cuerpo a mi medida. Oh mujer, imagen de una patria...[13]

Una escritura hermosa de pulsiones físicas, salpicada de lirismo barroco e himno a una ciudad y a una mujer que representa todo a la vez para él, la Mujer, Argelia y Constantina:

No hay ninguna diferencia entre su maldición y su clemencia, ninguna barrera entre su amor y su odio, ningún criterio conocido a su lógica” [...] “que la paz sea contigo, ciudad que vive tabicada en su triángulo sagrado: ¡religión, sexo y política![14]

La ciudad bien amada que no cesa de pintar en sus cuadros y, de manera general, su propia juventud: un pasado doloroso y excitante, tejido de luchas, orgullo, ideales y esperanza.

“Libro magníficamente escrito”, señaló Naguib Mahfuz. Juego lírico de primer orden que lleva a la escena a la memoria, y también al Amor.

Memoria, destello de luz de eternidad, frente a la negrura que empuja y acecha.

Amor, música que asaeta las vísceras, frente al vacío de la indiferencia.


SEXO Y MUERTE, PAÑOS TARACEADOS

En `Abr srir[15], que cierra el ciclo de la trilogía, novela editada por la misma autora y a la que se ha dado el título en francés de Passager du lit[16], Ahlem Mosteghanemi presta una vez más su voz a un hombre.

El narrador, un fotógrafo, que ha recibido un premio internacional y que ha escapado a un atentado terrorista, firma sus obras con seudónimo y su verdadera identidad no se conocerá hasta el final de la novela. Está enamorado de la mujer de un poderoso general, llamada Hayat que en lengua árabe significa Vida y que simboliza a Argelia.

Así, la autora, por medio de la voz del narrador, no impide establecer un paralelismo entre su amada y el personaje Nedjma[17] del escritor argelino Kateb Yacine, y abordará de frente los tabúes del amor y del deseo -pasiones que quiere revelar y gritar-, enlazando la madeja de la Historia y la de las historias.



Sobre las cenizas de su primera obra -Mémoires de la chair-, en Passager du lit la autora va a confirmar todavía más su juego y voluntad de confusión de sentimientos y de identidad, y matará a la figura del padre a través de un personaje recurrente desde Mémoires de la chair, que ha tomado prestado al escritor argelino Malek Haddad, y que encarna su “belleza interior”[18], Khaled Ben Tobal o Ziad, poeta palestino: ambos comparten el mismo amor fatal por Hayat.

Ahlem Mosteghanemi firma una obra en la literatura de amores fenecidos y de luto. Luto por un país y por una ciudad, Constantina -tierna y dura-, que se ha arropado con el color negro desde la muerte de Salah Bey. Una ciudad cuyos puentes no “se miden por la distancia que te separa del otro punto de la ciudad, sino por la que te separa del abismo de la muerte”.

Pero la referencia que se hace en Passager du lit al marqués de Sade suscita interrogaciones. “¿Tal vez evocar la sexualidad será una tentativa de liberación de la escritura argelina?” Así responde esta valiente escritora:

Mosteghanemi no evoca el sexo por el sexo. Lo evoco porque forma parte de la vida, lo mismo que la muerte[19].

De la misma manera -parece decirnos su escritura-, la poesía se hermana con la muerte: nos alcanza en cualquier sitio, no importa cuando ni donde, nos asalta en el lecho, en el camino: lugares donde también acecha la muerte.

Y, aunque por otra parte, en su trilogía es recurrente el erotismo, afirma:

Considero que el talento de un escritor se mide por la manera de tratar el tema del sexo. Por supuesto sin vulgaridad ni tampoco con pudor. Es literatura. Soy escritora del deseo y no del placer. Necesito esa distancia y desear algo. Se puede hacer literatura hermosa pero sin desdeñar el sexo. Es la vida. Y además escribo en árabe, en una lengua sagrada. Mi caso es un poco especial en oposición a los escritores francófonos que escriben a gusto[20]. El lector árabe se convierte en juez. No se tiene únicamente problema con la censura[21].

Ahlem Mosteghanemi se entrega celosamente a promover la literatura de lengua árabe. Esta contribución se ilustra a través del premio Malek Haddad, compartido con la asociación cultural “El-Ijtilef”, y se recompensa con el prestigioso Premio Naguib Mahfuz, en 1998, y el Premio Nour, en 1996, por la mejor obra femenina en lengua árabe: Mémoires de la chair.


SOMBRA AHOGADA EN LA ESCRITURA

En su novela citada, Le chaos des sens, la escritora otea la realidad de los últimos años con ojos bien abiertos, salpicados de espanto, desesperación, pero también de optimismo ardiente, mientras nos presenta una narradora intradiegética, homodiegética que, como la autora, es escritora pero que termina por abandonar [su] habitación propia[22] -su proyecto de escritura-, para guardar silencio en medio de un mundo de violencia y de una misoginia que, como enredadera, trepa por los espíritus.

Relato suspendido, para narrar otro extradiegético de una pareja imaginada. En su obertura, hay un encuentro amoroso entre un hombre y una mujer, cuyos nombres, en anonimato, otorga una dimensión universal. Mientras, la voz narradora omnisciente habla para describir la escena, contar el diálogo y quedar, de esta forma, expuestos los sentimientos de los dos protagonistas.

Entonces, debido a esta relación amorosa y adúltera, con una criatura de papel y tinta, la narradora toma conciencia de su vida y se percata del conformismo en el que la tienen enclaustrada en la esfera privada.

Y si al comienzo del relato, la narradora subraya la diferencia que existe entre ella y su creación, según va evolucionando la novela, esta voz se sumerge en su mundo ficticio y termina por convertirse en deseo de identificación con la protagonista. Así, los dos niveles narrativos, diegético y extradiegético, se taracean.

Mosteghanemi, que tampoco acaba de dejar el luto por un país que considera ha fracasado en su Independencia, prosigue su búsqueda novelesca entre realidad y ficción, el autor y su obra, la tragedia política y social de Argelia, el destino de sus compatriotas y la condición de la mujer: sombra ignorada, en su soledad[23], o que se cree domada por los hombres y que intenta existir por la escritura o la palabra.

La mujer, entonces, como Argelia, es aún un proyecto que debe construirse en la esperanza del trato igualitario, frente al silencio de sus compañeras y una violencia fratricida que aumenta en el suelo patrio.

Un ser que da a conocer su cuerpo, sueños y sensualidad, sin afeite ni censura, sin recato ni provocación inútil, con esa libertad que ofrece las alas de una poesía delicada que retiene y agarra al lector desde la primera página de la novela, puesto que los sentidos se sentirán turbados:

Él la enlaza por la espalda, como enlazaría a una frase fugitiva, con una especie de falsa indolencia. Sus labios la recorren con lentitud calculada, justo ahí donde él sabe que nacerá la emoción. Rozan sus labios sin verdaderamente besarlos. Se deslizan por su cuello sin posarse completamente. Luego suben con la misma lentitud calculada. Como si sólo su aliento la hubiera besado. [...] Luego, en un ramo final, posó en mi cuello una gavilla de besos que escaló mi nuca, puntos de suspensión puntuando un texto al que volvería tal vez. Y se alejó...[24].

Él, “pájaro nocturno” que sabe acariciar a las mujeres, responde por el elogio de la abstinencia calculada y la devoción a la muerte. Ella, inclinada a identificarse con la gente sencilla y perdedora, juguete de los hombres y en búsqueda de vida, amor y libertad, responde por la escritura o la palabra:

Yo nací reina del tormento, sacerdotisa de la hoja blanca y de las camas deshechas, cuyos sueños cocían a fuego lento, en el caos de los sentidos, en los momentos de inspiración. Una mujer cuyo abrigo estaba tejido con palabras estrechas que se pegaban al cuerpo, con frases cortas que apenas alcanzaban la rodilla de las preguntas. Siempre fui una niña delgada con grandes preguntas, rodeada de mujeres corpulentas llenas de respuestas obesas.
Ellas permanecieron gallinas, se acostaban pronto, cacareaban mucho y picoteaban las migajas y los restos de los festines de amor que les servían al azar[25].

Entre una sensualidad poética:

lo que este hombre tenía de hermoso, como todos aquellos cuyos sueños son la única riqueza, es que dejaba arriba de su grueso abrigo de silencio un botón abierto al sueño, al igual que una puerta entornada”. [...] “Un hombre mitad tinta mitad ola que me despojaba de mis preguntas, entre marea alta y marea baja, y me atraía hacia mi destino. Un hombre medio tímido medio seductor me trastornaba con una fiebre de besos[26].

Entre fuertes críticas políticas a Argelia como su compatriota de lengua francesa, Assia Djebar, grita su rechazo al genocidio y a la pérdida brutal, salvaje, de sus conciudadanos y amigos intelectuales[27], y como tantos escritores e intelectuales argelinos con esa urgencia de narrar que fue la última defensa, la salvaguardia de la sinrazón[28]:

¿... en un país que, mientras multiplica los festivales de poesía, asesina a sus poetas?” [...] ¿Cuál es pues ese país que, cuando nos bajamos para besar su suelo, nos sorprende por detrás con un cuchillo y nos degüella como vulgares corderos? Cadáver tras cadáver, lo tapizamos con hombres que tenían la estatura de nuestros sueños y la fuerza de nuestro orgullo[29].

Y así, se va desarrollando un amor sin límites: ¿por Khaled Ben Toubal que se viste de negro, “color del miedo”, o por su amigo el periodista Abdel-Haqq que se viste de blanco, “color de piedad”, y que morirá asesinado por terroristas?:

No sabía que el amor se burlaba de mí, daba la misma contraseña a varios hombres[30].

Khaled, el amante, tiene un brazo amputado y es pintor, como el héroe de la novela La Mémoire de la chair, y confiesa los mismos celos anteriormente sentidos por el poeta palestino Ziyad o Ziad. La heroína y narradora está casada con un importante militar que no gobierna en su corazón[31]:

Finalmente, los hombres que han nacido para reinar no reinan necesariamente en nuestras alcobas. Y los que nos deslumbran con uniforme no son los que nos deslumbran desnudos. El problema es que uno se da cuenta después.
Ahí reside el genio militar, en la invención del uniforme concebido para asustarnos.
Ahí anida el ingenio de los hombres de religión, en la invención de un traje de piedad en el que parecen más puros y más cerca de Dios que el común de los mortales.
Ahí se manifiesta la inteligencia de los ricos, en el culto a las marcas y a los grandes modistos, cuyas creaciones les permiten desmarcarse de los demás y mantenerlos a distancia[32].

Heroína enamorada de la búsqueda de la verdad a través de la Historia y de la memoria de su tierra, cuya obra, Le Chaos des sens, está puntuada por la riqueza de su cultura árabe, europea, universal, en el recuerdo y las citas de Roland Barthes, Denis Diderot, Marcel Proust, Auguste Rodin, Camille Claudel, Jorge Luis Borges, Sacha Guitry, Abu al-Qasim al-Chabbi, Charles-Joseph de Ligne, Charles Baudelaire, Picasso, André Gide, Friedrich Wilhelm Nietzsche, Khalil Hawi, Albert Camus o Yabra Ibrahim Yabra.

Detrás de ese amor suyo por la poesía, por la cultura, por los autores clásicos árabes y franceses y por la historia de Argelia, está siempre presente el padre -su sombra-, incluso cuando no aparece en su escritura, tanta fue la influencia paterna recibida.

Ahlem Mosteghanemi, como su padre, se confunde con la historia de una Argelia contemporánea y también le sigue muy de cerca en sus pensamientos, no sólo para situarse como testimonio de una época sino para perpetuarle hasta el infinito.

Al final de la dedicatoria de esta obra, señala: A mi padre... una vez más”. Y sus últimas páginas señalan, sin tapujos, la presencia paterna:

Un día, esta mujer escribió una novela en la que mató al hombre que amaba por encima de todo. Quería anticipar el dolor y así vencerlo. Evidentemente, ignoraba que trazaba su destino. Que regresaría precipitadamente a Argelia, como su héroe, por el avión de la tristeza, cargada con su manuscrito. Al mismo aduanero nervioso que registrara su bolso con la misma insistencia, no podría declarar que este texto y su memoria los acababa de enterrar... enterrando a su padre.
                               Ante su tumba no lloró.
En su cabeza, se atropellaban las preguntas. ¿Por qué había muerto ahora? ¿Por qué hoy? ¿Por qué cuatro meses después de Boudiaf? ¿Por qué dos semanas antes de la aparición del libro de su hija? Un libro que él había esperado durante varios años... tantos años transcurridos para enseñarle una ciudad que ella no conocía -Constantina- y para describirle un pasado cuyo fardo, que llevaba solo, le agotaba.
¿Se había ido para dejar un sitio mayor en esta novela, como si la vida no pudiera abrazar a los dos?
¿O porque era poeta y encontraba que su muerte embellecía la intriga?
Al día siguiente, quiso ser la más bella para recogerse ante su tumba. Se vistió con elegancia con el fin de sobresalir entre las demás mujeres, como de costumbre, y para darle por última vez, como siempre, el placer de enorgullecerse.
Ella le amaba por encima de todo. No quería, como algunos, llorarle algunas horas, luego olvidarle[33].

La escritura de Mosteghanemi evoca también la nostalgia de una nación “que vive en nosotros, pero en la que no vivimos”. Su obra expresa la pasión por Argelia y la decepción hacia una generación que, tal vez, no ha podido edificar una nación más fuerte después de 130 años de colonialismo.

Lejos de todo discurso hipócrita, narra lo que vive sin rodeos, sin jugar con el sentido de las palabras, porque para ella escribir es desafiar, transgredir, chocar, hacer vibrar la lengua:

                               Muero antes de mi muerte/ en el país de grandes cementerios.

Sí, muere porque, precisamente, por ser escritora “debes callar... o suicidarte”[34], porque para “aquéllos para quienes escribes esperan que la gente les dé pan y medicamentos”, por lo tanto, cómo van a tener “dinero para un libro”. “Mientras, los otros están muertos... incluso los que están aún con vida están muertos… entonces, ¡cállate tristemente por ellos!”.

El abandono de sus hojas de escritura, sobre una tumba, es metáfora de la muerte de su creación y del silencio, ahogo del yo femenino.


EN GUISA DE CONCLUSIÓN

Quien escribe tiene que poseer la valentía de descubrir, explorar, diferentes lugares de lenguaje que le son velados en demasía por el secreto de su oficio. Siendo la escritura la iniciación a un secreto ilegible, a una búsqueda onírica, a una alteración íntima. Mientras, el inconsciente vela esa vorágine y la luna riela en el tapiz celeste.
Ahlem Mosteghanemi -ha quedado ya demostrado-, cual alas de albatros, se eleva en vuelo victorioso, atraviesa tierras, vadea confines, narrando historias, como un largo poema de sueños sin cumplir y de trágico devenir, llenas de relevancia y de significado para el mundo árabe.
Al mismo tiempo, que su escritura ofrece la imagen de la mujer militante argelina, que se bate con quienes tratan de imponerle la ley del silencio.



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[1] Escritor en lengua árabe de la más inquietante literatura marroquí, cuya referencia a la poderosa y acaparadora sexualidad de las mujeres de Essauira, en El Zorro que viene y va, le causó bien de sinsabores. Leonor Merino, “Mohammed Zafzaf, escritor marroquí”, El País, Madrid, lunes 23 de julio 2001, p. 35.
[2] Notre femme dans la législation islamique et la sociéte, Túnez, MTE, 1930, p. 55. Sus propuestas a favor de la condición femenina en Túnez fueron condenadas por los conservadores, pero tomadas en consideración en el momento de la promulgación del Código del Estatuto Personal, en agosto de 1956.
[3] Beirut, Manshurat al-Maktab al-Islami, 1967.
[4] La condition de la femme dans l’Islam, París, Allia, 1990, p. 154. Texto de la tesis presentada en la Universidad de la Sorbona y en 1913, por este pensador al que mantuvieron alejado de la enseñanza en Egipto y a vivir despreciado en esa época.
[5] Selección, traducción, prólogo y notas por Pedro Martínez Montávez, Asociación de Amistad Hispano-Árabe, Madrid, 1985.
[6] Kitaba fi lahdat ury (Escritura en un momento de desnudez), Beirut, Dar Al-Adab, 1976.
[7] Recuerde, lector, la intención de la escritura: “cada libro es un mundo/cada página una ciudad/cada línea una calle/cada palabra un hogar/para soñar en Soledad”: versos inéditos de Leonor Merino García.
[8] Mémoires de la chair, cit., p. 243.
[9] Idem., p. 205.
[10] Idem., pp. 304-305.
[11] Idem., p. 295.
[12] Idem., pp. 267-268.
[13] Idem., pp. 182 y 154.
[14] Idem., pp. 250 y 280.
[15] Beyrouth, Dar Al-Adab, 2005.
[16] París, Éditions Ahlem Mosteghanemi, 2003.
[17] París, Le Seuil, 1956.
[18] Ahlam Mosteghanemi ou le retour aux sources, Le Soir d’Algérie, mardi, 19 mars 2013.
[19] Djamel Belayachi, “Rencontre avec Ahlem Mosteghanemi, Dhakirat al-yasad, la consécration”, Liberté, Argel, 23 septembre, 2003.
[20] Lector, habría mucho que escribir sobre esa declaración, cuando los escritores de grafía francesa no pedían ya vivir de lo que escribían sino no morir debido a lo que escribían.
¿No decía el escritor y poeta asesinado Tahar Djaout -de quien he escrito tanto en mis libros y artículos-: “El silencio es la muerte./Y tú, si hablas, mueres./Si te callas, mueres/Entonces, habla y muere?
También es cierto, que el único escritor de lengua árabe, Naguib Mahfouz, que ha recibido el Premio Nobel de Literatura (1988), fue apuñalado en el cuello, logrando sobrevivir tras este luctuoso suceso.
[21] K. S., entrevista con “Ahlem Mosteghanemi. Romancière. Je suis l’écrivain du désir et non du plaisir”, El Watan, Argel, 23 septembre, 2003.
A la pregunta de la entrevistadora: “¿Piensa regresar un día definitivamente a su país?” Mosteghanemi responde: “No. No quiero morir en Argelia. ¿Qué es la patria? Aspiro a que sea el país en el que tenga libertad para escribir y que proteja mis derechos como escritora. Ahora bien, ninguna de esas condiciones se ofrece en el mundo árabe”, Fawzia Zuari, “Un doux parfum de scandale”, Jeune Afrique, 21/1/2003.
[22] Une chambre à soi, como escribió Virgina Woolf, significa -para la mujer- un espacio intelectual, propio e indispensable, para la expansión y el regocijo de la creación.
[23] En este sentido, dice la escritora: “lo que llama aún más nuestra atención es la actitud de la familia con respecto a esa mujer que no da a luz más que a niñas y que se encuentra, por este hecho, clasificada al mismo nivel que una mujer estéril. Las dos están consideradas como personas de mal agüero, siendo el origen de la desaparición del apellido de la familia”, Ahlem Mosteghanemi, Algérie, femmes et écritures, París, L’Harmattan, 1985, p. 254.
[24] Ahlem Mosteghanemi, Le chaos des sens, cit., pp. 9-10 y 155-156.
[25] Idem., p. 107.
[26] Idem., pp. 33 y 245.
[27] Le Blanc de l’Algérie, París, Albin Michel, 1996.
[28] Leonor Merino: “Crónicas de violencia y esperanza”, en La mujer y el lenguaje de su cuerpo. Voces literarias del Magreb, Madrid, CantArabia, 2011.
[29] Ahlem Mosteghanemi, Le chaos des sens, cit., pp. 32 y 317.
[30] Idem., p. 297.
[31] Ese mismo desequilibrio de relaciones entre hombre y mujer, bien sea sexual o no, se manifiesta en muchas obras de escritores y escritoras magrebíes de lengua francesa: Leonor Merino, La mujer y el lenguaje de su cuerpo. Voces literarias del Magreb, cit.
[32] Ahlem Mosteghanemi, Le chaos des sens, cit., pp. 84 y 85.
[33] Idem., pp. 313-314 y 315.
[34] Como huyen de su país los personajes de la escritora argelina, Malika Mokeddem en L’interdite (París, Grasset-Fasquelle, 1993). Dedicado: A Tahar Djaout, a quien prohibieron vivir a causa de sus escritos. Al grupo AÏCHA, esas amigas argelinas que rechazan las prohibiciones”.

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