domingo, 2 de abril de 2017



« Albórbolas al Maestro »
           

                                                      Leonor MERINO GARCÍA (escritora, traductora, poeta)


¿Cuánto ha transcurrido ya –el tiempo cabalga al tiempo al hilo del recuerdo: un sueño en un sueño–, desde que escudriñas la palabra, la escritura, el ademán de Pedro MARTÍNEZ MONTÁVEZ? –sí, con mayúsculas, recalco para mi fuero interno con nostálgica alegría.

Mucho tiempo –caudal de ecos y silencios en lontananza–. desde aquel día en el que –desdeñando, alejando, otro mañana no compartido–, te elegí como Director de mi Tesis Doctoral.

Qué contento, qué paz ser libre, elegir, decidir el propio adarve, la pulsión –contra vientos y mareas–: pensamientos, saetas, el día que escuché, por primera vez, tus palabras.

Esa cascada luminosa de vocablos en la urdimbre de tu sintaxis formando toda una arquitectura no sólo para interpretar lo real sino para re-construirlo –encrucijada, qantara de aguas subterráneas de origen árabe–, sobre aquella sombría y añeja aula, sobre mi espíritu –anhelante antaño, ala rota, remo errante, cual albatros– que

“discurre como un torrente, pero está lleno de remansos, tiene tanto de impulso como creación”: escribiste, Pedro, en mi primer libro –y mis ojos (ainin) aún se empañan, ante tu bonhomía, tu largueza.

Qué cobijo, gratitud, regalo, ese reposo intelectual, compartido, taraceado; esa búsqueda de espacio de libertad y la creencia en el poder de la escritura –singladura lírica– de la palabra.

Tal vez, me sucedió –salvando muchísimo la distancia intelectual– como a ti, con Emilio García Gómez: te sedujo: al lado de su firma y de la tuya estuvo un día la mía en unas publicaciones, para mi regocijo.

Elegiste un diálogo con el Otro –cuánto de nosotros existe en Él.

Decidiste sin alarde, cabal y ponderadamente, analizar nuestro mundo en relación con nuestro Otro más inmediato, permanente y gravitante y, por lo tanto, visión y percepción que de Él tenemos.

Transformaste en realidad las palabras de Mohamed Arkun: los investigadores más competentes, más leales, serán aquellos que alíen la exigencia científica con un sentido penetrante de la solidaridad histórica de los pueblos y las culturas.


Ahondaste en el conocimiento y, por encima de todo, en darlo a conocer -como misión-: deber para quien tiene vocación de enseñanza, de investigación, seria, comprometida.






Iluminaste, con candiles, la oscura y larga galería que se despliega entre nuestro Occidente y su Oriente.

Compartiste que no se podía hacer arabismo –“un estado de enamoramiento”– sin los árabes.

Señalaste y abrazaste –como tu “hermano mayor”– a Nizar Kabbani.

Dijiste que hablábamos árabe sin saberlo: una lengua navegando por infinitos meandros, dibujando arabescos en diferentes culturas y siglos, hermosos y extraños vocablos sin papeles –como emigrantes arribando a nuestras indiferentes costas–, cuyos rostros son espejo de que lenguas y razas no son puras.

Confirmaste las Tres Orillas: la árabe, la española y la latino-americana.

Revelaste que existe un constante trasvase entre realidad y ensoñación, entre lo histórico y la recreación.

¿Es por todo eso por lo que has formado Escuela sin casi tú quererlo?

No hay necesidad de explicarlo. Se aprehende, es poroso, se intuye.

Es cuestión de mente –que también tiene corazón: nos advertiste.

Nos hemos empapado de tus numerosas obras: que hacen senda.

Hemos rumiado tus declaraciones: verdades diamantinas aunque al mundo occidental y a sus políticos no les resulte grato y aunque tengas que renunciar a tanto, alejado de zalemas y alfeñiques.

Hemos analizando tus palabras sobre fundamentalismos: no terminarán hasta que no se acabe con la miseria.

Nos hemos sobrecogido con tu dolor: Palestina, Líbano, Irak, Afganistán.

Nos abriste los ojos sobre la reordenación del Próximo y del Medio Oriente debida a cuestiones económicas y geoestratégicas.

Nos has inculcado hacer nuestra tu infatigable búsqueda de respuestas intelectuales, a veces terribles, al mundo árabe: que no solo a él afectan e incumben.

Hay que haberte seguido en la presentación de tus obras: conocimiento comprometido.

Hay que haber estado en la presentación de las obras de otros autores o en las mías –preludio de tu modestia.

Hay que haberte “sentido” en tus Homenajes; haber participado en ellos y, sobre todo, haber escuchado tu voz poderosa y puntual entre el gentío –porque eres un arabista de calle.

Qué hermoso no tener que arrepentirse: porque una y mil veces pondría la misma efusión, la misma mística –alfaida contenida–, la misma búsqueda en mi pasión por la lengua poética y el infatigable estudio, porque te elegí/te elegimos, porque tuve/tuvimos tu lecciones Magistrales.

A la manera de Dris Chraïbi –a quien también escogí como único escritor–, este brindis alborozado: Gracias a la Vida. Me ha colmado. La Vida continúa. ¡Gracias, Maestro!

Y una exhortación para quienes me escuchan y, tal vez, lean mi aportación:


                        Si el horizonte
                        otea el tiempo que resta,
                       mendiga horas
                        a quien hace crecer por dentro.


(en mi poemario: El Soplo de la Vida El Polvo de la Tierra, p. 85)