miércoles, 15 de enero de 2020


Bienvenida-“Ahlan wa sahlan”: halqa de matices mediterráneos

                                          
                                                                        Leonor Merino
                                                               Dra. U.A.M.
                                                        escritora-poeta, traductora             
         




 Por boca de Al-Buhali, los relatos de Ahmad El Gamoun, sedimentados en un castellano cultivado, son un pretexto y la diégesis un subterfugio para el discurso denunciador de un caótico Marruecos, de un Oriente que pierde el Norte y de un Occidente des-Orientado.

Al igual que el escritor marroquí Abdelhak Serhane (cronista de familias rotas enfrentadas a la miseria y la ignorancia) y mucho antes algunas obras de su compatriota: el inolvidable Driss Chraïbi (ancestro y renovador de la literatura magrebí de grafía francesa).


Ahí se encuentra el arraigo del relato, en una tradición muy viva en Marruecos: la del narrador del cuento popular —hlaïqui o meddâh— y la de la halqa en estas historias alegóricas, con voces polifónicas, que conforman la unidad de ese gran espacio de tradición oral: el Mediterráneo.


Leo-“escucho” los relatos de El Gamoun, como si mi cuerpo-espíritu formara parte de la plaza pública donde se encuentra esa halqa: círculo, pulmón y espejo de una colectividad que rodea al narrador de historias en la figura geométrica cerrada, como gran serpiente pitón, que abraza la tierra e impide la expulsión de aquello que contiene.


Círculo símbolo de la tradición, fiel siempre a sí mismo, no puede ser representado por una línea recta extendida hacia delante, sino por una circunferencia sin interrupción.


El narrador —El Gamoun—, al mismo tiempo que interpela a la muchedumbre, muestra cómo la relación narrativa es, ante todo, una maravillosa relación de deseo, de comunión, de distancia, también, y una presencia en la escritura de las huellas del cuerpo: la voz con sus entonaciones, las miradas con sus matices, la mímica, gracias al empleo de algunos procedimientos sintácticos en sus relatos.


Consagrándose, así, al valor acústico de las palabras, como herramienta para mantener el aspecto oral y visualizarlo, al igual que el cuentista tradicional de los zocos: donde cohabitan luz, sonido y color.


El hlaïqui, por boca de Al Buhali, impone a los espectadores una manera de ser, de escuchar y de leer, en el caso de esta obra.


Él estructura el espacio a través de la gesticulación o los movimientos descritos, por lo que resulta tan importante subrayar la multiplicidad de espacios virtuales, imaginados, es decir, sugeridos por la palabra y la representación del narrador: Ahmed El Gamoun.