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al Maestro »
Leonor MERINO GARCÍA (escritora, traductora,
poeta)
¿Cuánto ha transcurrido ya –el tiempo cabalga al
tiempo al hilo del recuerdo: un sueño en un sueño–, desde que escudriñas la palabra,
la escritura, el ademán de Pedro MARTÍNEZ MONTÁVEZ? –sí, con mayúsculas, recalco
para mi fuero interno con nostálgica alegría.
Mucho tiempo –caudal de ecos y silencios en
lontananza–. desde aquel día en el que –desdeñando, alejando, otro mañana no
compartido–, te elegí como Director
de mi Tesis Doctoral.
Qué contento, qué paz ser libre, elegir, decidir el
propio adarve, la pulsión –contra
vientos y mareas–: pensamientos, saetas, el día que escuché, por primera vez, tus
palabras.
Esa cascada luminosa de vocablos en la urdimbre de
tu sintaxis formando toda una arquitectura no sólo para interpretar lo real
sino para re-construirlo –encrucijada, qantara
de aguas subterráneas de origen árabe–, sobre aquella sombría y añeja aula, sobre mi espíritu –anhelante
antaño, ala rota, remo errante, cual albatros– que
“discurre como un torrente, pero está lleno de
remansos, tiene tanto de impulso como creación”: escribiste, Pedro, en mi
primer libro –y mis ojos (ainin) aún se
empañan, ante tu bonhomía, tu largueza.
Qué cobijo, gratitud, regalo, ese reposo intelectual,
compartido, taraceado; esa búsqueda de espacio de libertad y la creencia en el
poder de la escritura –singladura lírica– de la palabra.
Tal vez, me sucedió –salvando muchísimo la
distancia intelectual– como a ti, con Emilio García Gómez: te sedujo: al lado
de su firma y de la tuya estuvo un día la mía en unas publicaciones, para mi
regocijo.
Elegiste un diálogo con el Otro –cuánto de
nosotros existe en Él.
Decidiste sin alarde, cabal y ponderadamente,
analizar nuestro mundo en relación con nuestro Otro más inmediato, permanente y
gravitante y, por lo tanto, visión y percepción que de Él tenemos.
Transformaste en realidad las palabras de Mohamed
Arkun: los investigadores más competentes, más leales, serán aquellos que alíen
la exigencia científica con un sentido penetrante de la solidaridad histórica
de los pueblos y las culturas.
Ahondaste en el conocimiento y, por
encima de todo, en darlo a conocer -como misión-: deber para quien tiene vocación de
enseñanza, de investigación, seria, comprometida.
Iluminaste, con candiles, la oscura y larga galería que se despliega entre nuestro
Occidente y su Oriente.
Compartiste que no se podía hacer arabismo –“un
estado de enamoramiento”– sin los árabes.
Señalaste y abrazaste –como tu “hermano mayor”– a
Nizar Kabbani.
Dijiste que hablábamos árabe
sin saberlo: una lengua navegando por infinitos meandros, dibujando arabescos
en diferentes culturas y siglos, hermosos y extraños vocablos sin papeles –como emigrantes arribando a
nuestras indiferentes costas–, cuyos rostros son espejo de que lenguas y razas
no son puras.
Confirmaste las Tres Orillas:
la árabe, la española y la latino-americana.
Revelaste que existe un
constante trasvase entre realidad y ensoñación, entre lo histórico y la
recreación.
¿Es por todo eso por lo que
has formado Escuela sin casi tú quererlo?
No hay necesidad de
explicarlo. Se aprehende, es poroso,
se intuye.
Es cuestión de mente –que
también tiene corazón: nos advertiste.
Nos hemos empapado de tus
numerosas obras: que hacen senda.
Hemos rumiado tus
declaraciones: verdades diamantinas aunque al mundo occidental y a sus
políticos no les resulte grato y aunque tengas que renunciar a tanto, alejado
de zalemas y alfeñiques.
Hemos analizando tus palabras
sobre fundamentalismos: no terminarán hasta que no se
acabe con la miseria.
Nos hemos sobrecogido con tu dolor: Palestina,
Líbano, Irak, Afganistán.
Nos abriste los ojos sobre la
reordenación del Próximo y del Medio
Oriente debida a cuestiones económicas y geoestratégicas.
Nos
has inculcado hacer nuestra tu infatigable búsqueda de respuestas intelectuales, a
veces terribles, al mundo árabe: que no solo a él afectan e incumben.
Hay que haberte seguido en la
presentación de tus obras: conocimiento comprometido.
Hay que haber estado en la presentación de las obras de otros autores o en las mías –preludio de tu modestia.
Hay que haberte “sentido”
en tus Homenajes; haber participado en ellos y, sobre todo, haber escuchado tu
voz poderosa y puntual entre el gentío –porque eres un arabista de
calle.
Qué hermoso no tener que arrepentirse: porque una
y mil veces pondría la misma efusión, la misma mística –alfaida contenida–, la
misma búsqueda en mi pasión por la lengua poética y el infatigable estudio,
porque te elegí/te elegimos, porque tuve/tuvimos tu lecciones Magistrales.
A la
manera de Dris Chraïbi –a quien también
escogí como único escritor–, este brindis alborozado: Gracias a la Vida. Me ha
colmado. La Vida continúa. ¡Gracias, Maestro!
Y una exhortación para quienes me
escuchan y, tal vez, lean mi aportación:
Si el horizonte
otea el tiempo que resta,
mendiga horas
a quien hace crecer por dentro.
(en mi poemario: El Soplo de la Vida El Polvo de la Tierra, p. 85)
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