Hammam[1]
Al
conocido baño turco o moro, hammam,
iba la mujer tradicional, mensualmente, después del periodo menstrual, periodo
de “impureza”:
“Salía
en muy pocas ocasiones, para visitar a las amigas, o para ir al baño moro, al final del ciclo menstrual”[2].
Lugar
donde se exhiben timbales de cobre, jabón oloroso llegado de Marsella, manojos
de alfa, áspera fibra de la mejor calidad que cualquier guante de crin.
Húmedo
pasillo de losas calientes y voluptuosidad de una costumbre milenaria.
La
mayoría de los autores árabes y magrebíes evocan sus experiencias, cuando en su
niñez y primera adolescencia, de la mano de la madre –primero– y a partir de la
circuncisión[3]
acompañados por el padre –después–, se les permite entrar en el hammam:
“Como
por otra parte la edad de la pubertad no es la misma para todos y como el
umbral a partir del cual uno se "hace mayor" es muy elástico. Como
una madre siempre tiene tendencia a ver en su hijo al eterno niño; como las
demás mujeres nunca se sienten incómodas por la presencia de un chico joven o
no tan joven y como además llevar a un niño al hammam es un incordio del
que el padre prefiere descargar en la madre, tanto tiempo como pueda, el
espectáculo de niños grandes y de preadolescentes, rozando su desnudez con la
de las mujeres de todas las edades, no es raro”[4].
Hasta
la edad de cuatro o cinco años llevan las mujeres a sus hijos al hammam,
siendo los siete años, parece ser, la edad límite. “Después”, señala
Abdelfattah Kilito, “fue bien necesario un día dejar de acompañar a la madre y
resignarse a ir al hammam con el padre, fue bien necesario abandonar el mundo
de las mujeres para entrar en el mundo de los hombres, fue bien necesario,
hacia la edad de los cinco años, someterse a un segundo destete, a una segunda
separación”[5].
Espacio
de juego erótico y teatral en La
Boîte à merveilles, relato impregnado de gran
pureza, donde subyace ese aspecto en forma de filigrana sutil, bajo cierta
sensación de “pecado”:
“Me
preguntaba qué podían hacer todas esas mujeres que se arremolinaban por todas
partes y corrían en todas las direcciones. Mi madre, cogida por el torbellino,
emergía de vez en cuando de entre una mole de piernas y brazos”[6].
La
sensualidad del hammam ha sido, maravillosamente, descrita por los
escritores: calor, humedad y penumbra, donde los cuerpos desnudos se aproximan
y tocan. Allí se lavan, se dan masajes mutuos, juegos lesbianos, a veces,
deseos velados, ante la presencia de niños sin circuncidar que se inician en el
misterio del sexo.
La
imagen del hammam es también considerada como un regreso imaginario al
pasado. A la madre se la nombra “ma” lo mismo que el agua es “ma” en árabe: dos
palabras enlazadas, en su significado más profundo, líquido amniótico y hammam.
Mundo
perdido de antaño pero reencontrado en cada visita a este lugar. Cada inmersión
en el hammam es efectuar un zambullido en la infancia. Fantasmas de la
adolescencia, mundo onírico, evocaciones del pasado, deseos, pulsiones
escondidas, mundo de la dualidad, donde todo se aúna en esa inmersión de
vapores fríos y calientes, que sosiegan el cuerpo y sobresaltan el espíritu.
Lugar donde habitan los recuerdos, visiones entretejidas, donde la madre, las
hermanas, las encantadoras primas y las enigmáticas vecinas, componen un
ramillete onírico de la feminidad que cada hombre lleva oculto[7].
Efectivamente
penetrar en el hammam es entrar en una esfera colectiva. Los actos
espirituales, y también los actos políticos, los económicos y los estéticos se
hacen en común. El muchacho era literalmente atrapado por el mundo masculino.
En el mercado, en la madraza[8], como en
el café, la comunidad masculina es “promiscuidad”, según algunos escritores:
“Frustrado
por la sociedad del macho en su inclinación sexual [...] Controla mal sus
emociones, las discriminaciones se hacen ahí menos delicadas y las reacciones
mal elaboradas. No es de extrañar, en consecuencia, como ya hemos visto, que el
hammam sea un lugar probado de homosexualidad[9]
masculina y femenina”[10].
La
literatura magrebí relata algunos contactos de pedofilia en este espacio, como
Abdelhak Serhane:
“Tienes
suerte con los chiquillos, dijo el tendero frente al Elefante. Yo, no sé
hablarles. Mi truco es el hammam. Allí es donde procedo a la ejecución de mi
estrategia. Primero, descubro al niño solitario. Lo llamo y le pido que me
llene un cubo de agua. Si acepta sin rechistar, sé que el asunto está en el
saco”[11].
Y
también en el mismo autor: “En el baño de los hombres, todo me invitaba a la
homosexualidad. Tenía siempre miedo de acudir solo. Los hombres desnudos
estaban al acecho. Esperaban la llegada del niño para trazar sobre su cuerpo
los signos violentos de sus deseos”[12].
Tahar
Ben Jelloun evoca oníricamente: “Ya nadie besa mis testículos... soy el hombre
prometido a la muerte por una vida larga y extraña... venid pronto a recoger mi
mensaje... tomad a vuestros niños y ofrecédmelos para mis noches de soledad”[13].
Esas
imágenes literarias nunca las encontraremos en Driss Chraïbi.
El
agua -para este
escritor marroquí- es la transparencia del cristal, el descenso solaz
al río cristalino, la creación de vida donde se encierran fuerzas de energía
vital y agentes universales de eterna fecundación, practicando el incesto con toda inocencia como en La mère du printemps (L'Oum
er-Bia)[14]: río
de la ciudad natal de Chraïbi, Al-Yadida.
El
agua es también para él aureola mística, como se puede apreciar en su sinfonía
panteísta, Naissance à l'aube[15].
No
hay que olvidar que el hammam, universo lenitivo de desnudez, representa
el espacio uterino –“un vientre de mujer embarazada”[16]–, lo es
oníricamente, como acabo de señalar, y lo es también física y topográficamente.
Su
forma laberíntica es muy significativa. De manera distinta a los baños públicos
romanos (balneae), el hammam se sumerge en la tierra debido a la
presión del agua y a la conservación del calor.
Por
un lado, el hammam es el espacio del agua chorreante y brillante,
símbolo de la pureza pasiva: “agua-plasma, femenina, agua dulce, agua del lago,
y agua océano, espumante, fecundante y viril, están cuidadosamente
diferenciadas”[17].
Y
por otro lado, la bajada al hammam es descenso a los infiernos. Hay que
introducirse, adentrarse, al lugar más recóndito, más íntimo y también diabólico
y hediondo.
Delirio,
deseos de marginal sensualidad que provoca -y evoca- la
atmósfera, húmeda y pegajosa, en el escritor marroquí Abdelhak Serhane:
“Las
finas manos iban, venían con habilidad por los cuerpos sudorosos de las
mujeres, lubricados por la humedad, el jabón y el ghassul, esa arcilla
perfumada con la que las mujeres se lavan el cabello. Las ganas de penetrar
realmente a cada una de ellas me sumía en una acrecentada tristeza. Entonces,
enviaba mi sexo a acariciar la negra forma, la incierta forma. Entraba en un
agujero, salía, acariciaba a otro, provocaba a un tercero, tiraba de una teta,
toqueteaba otra, volvía hacia mí, se marchaba otra vez a cosquillear una
entrepierna imprecisa... Las mujeres pataleaban, él reía para sus adentros y
volvía a la carga [...] tomaba otra dirección, trepaba por un muslo digno de
todo respeto, se infiltraba en un agujero imberbe y allí se entretenía”[18].
La
misma lascivia existe en Harrouda, donde los juegos sexuales del baño
moro se convierten en una auténtica contestación al orden sexual masculino:
“Las
mujeres salían del baño con el extraño sentimiento de una nueva culpabilidad:
ni siquiera les era posible localizarla y mucho menos justificarla. Todas se
sentían atravesadas por el mismo cuerpo débil y menudo que había organizado el
orgasmo colectivo. Se reunían con sus maridos con la imperceptible nostalgia
del furor y del ensueño. Poseídas, suponían que un demonio las habitaba.
Algunas rechazaron a continuación entregarse a su marido. Otras
intentaron volver a vivir toda la locura de su deseo con otras mujeres”[19].
En este autor es donde se encuentra
una gran recreación y un mayor número de imágenes y símbolos. De niño su mirada
se ha paseado de la mano materna, y ya, adolescente, de la mano del padre. Sus
sentidos han podido contrastar los dos ambientes que reflejan los textos.
Así,
a la fantasía de las palabras y a la lentitud, a la pereza e indolencia de los
gestos en el baño de las mujeres que prolongan su estancia en él, se opone el
baño masculino donde reinan las palabras escuetas, los gestos rápidos y los
susurros en un rincón oscuro:
“cuán
fuertemente nos ha impresionado este lugar cuando éramos muchachos. Hemos
salido todos indemnes..., al menos aparente-mente”. Tiempo después, cuando al
hijo se le niega la entrada debido a la pubertad que despunta, dejará ya la
mano materna:
“Los
hombres hablaban poco. [...] El silencio era interrumpido por el ruido de los cubos
que caían o las exclamaciones de algunos
que sentían placer en hacerse dar un masaje. ¡Nada de fantasía! Eran más bien
tenebrosos, tenían prisa por acabar. Más tarde, supe que pasaban muchas cosas
en esos rincones oscuros, que los masajistas hacían algo más que dar masaje,
que encuentros y reencuentros se producían en esa oscuridad, y que ¡tanto
silencio era sospechoso!”[20]
Para la mujer
tradicional –cuya vida era poco más que la cocina, la limpieza del hogar y la
espera eterna del esposo–, la ansiada salida para ir al baño, una vez a la
semana, era todo un gran acontecimiento puesto que se presentaba la ocasión
para ver a las amigas y poder hablar de cualquier cosa, porque sabían que lo
importante para la salud es hablar.
Y, en ese lugar de
gran intimidad, “en el que uno se despoja de todo pudor”[21], las
madres buscan la esposa adecuada para sus hijos, en innumerables textos, como
en la obra de la escritora argelina Assia Djebar, Ombre sultane:
“Los hijos
desean vírgenes que habrá que escoger para ellos, palparlas en uno de los
hammams de la ciudad”[22].
Las madres tienen
ocasión de comprobar cómo se comporta la futura joven desposada. Entre los
vapores del baño, no hay posibilidad de esconder, por medio de artificios, un
pecho demasiado tímido, o de ocultar a través de toallas anudadas unas caderas
demasiado estrechas para un futuro alumbramiento.
A las endebles,
huesudas y macilentas era bien fácil eliminarlas, en general, puesto que aquí
el velo, que oculta el cuerpo, desaparece:
“Una joven muchacha impaciente
por la lentitud de las criadas, revelaba su cuerpo intacto y atravesaba el
recinto hasta el estanque lleno de agua fresca. Iba seguida por la mirada de
las matronas que evaluaba la fecundidad prometida por una cadera flexible, un
pecho redondeado, cabos robustos. Aïcha no evaluaba nada, su cuerpo blanco y
lleno se abría en el calor del baño”[23].
Según Abu-Hamid
al-Ghazali, la esposa ideal para un creyente debe ser:
“Bonita mujer, de
buen carácter, con la pupila negra, largos cabellos, grandes ojos, tez blanca[24], que
ame a su marido y no mire más que a él”[25].
Las jóvenes se
convertían en preciado punto de mira para la madre. Su comportamiento, su
reputación contaba muchísimo a la hora de elegir esposa para su hijo bien
amado:
“Con frecuencia es en
el hammam donde la madre escoge esposa para su hijo y donde la joven
intenta púdicamente atraer la mirada de la madre de aquél que ama en secreto.
En el baño, como en la casa, la iniciativa amorosa corresponde a las mujeres”[26].
En L'insolation,
como en muchas otras obras, queda reflejada la imagen de búsqueda de una virgen
como futura desposada:
“[...] la bruja de su
hermana, una especie de casamentera profesional que infesta los baños moros y
que aguza el oído desde que se habla delante de ella de cualquier virgen
(guardada bajo llave por un clan celoso) para casar”[27].
Juzgando solamente
por las apariencias, se diría que el papel del hombre tradicional era
importante, ya que era el responsable de las negociaciones de la dote y de las
decisiones financieras que iban a la par con el contrato de matrimonio
tradicional. Sin embargo:
“El papel de la madre
es capital puesto que es capaz de acceder a ciertas informaciones que sólo las
mujeres pueden obtener en una sociedad basada en la segregación sexual. [...]
En la sociedad marroquí, sólo una mujer puede ver a otra desnuda e informarse
eventualmente de su salud, en el hammam”[28].
Todos esos espacios,
reuniones exclusivamente femeninas, constituían un verdadero contra-poder que
ejercía la mujer en la sociedad magrebí tradicional. Ese poder bien fuera de
orden sexual o religioso, real o simbólico, e incluso si con frecuencia ese
poder subversivo se basaba en prácticas que se apartaban de la norma, subrayaba
el oscurantismo que, precisamente, mantenía, antaño, a la mujer bajo la
dependencia del hombre.
Por eso señalé, en mi obra La mujer y el lenguaje de su cuerpo. Voces
literarias del Magreb[29],
que a esa segregación de la mujer responderá la formación de espacios
femeninos, donde su insatisfacción encontrará otra forma de expresión.
La
escritora tunecina Emna Belhaj Yahia explica: el hammam es el reino de
los cuerpos desnudos, “la venganza de la carne desnuda sobre el pudor, la
decencia y los escrúpulos”[30].
En la
escritora argelina Fériel Assima, en su novela Rhoulem ou le sexe des anges, ese lugar es
recreado con voluptuosidad y fantasmagoría:
“las
albórbolas, que anunciaban la entrada de una joven virgen bajo el velo, se
desvanecían, llevados por los comentarios salaces de las que ya no se dejaban
sorprender: las descerebradas, las tuertas y otras minusválidas, las
prostitutas y las viejas chochas que, desde siempre, reinan como dueñas en
estos lugares. Sólo ellas sabían mantener esa feria de risas y murmullos,
corriendo, desnudas, cerca de la joven casada, sin jamás hacerle levantar los
ojos, exhibiendo sus sexos rasurados y los botones de sus senos rosa,
prometiéndole, con sesgos poéticos, esos festines de la carne que pronto
tendría que probar”[31].
La desnudez de las mujeres, entre
mujeres, representa entonces una trasgresión al igual que la voz de la mujer
que debía estar velada. En ese espacio la mujer quebranta entonces otra
prohibición: puede desplegar su voz bien en alto y libremente.
Así en Femmes d’Alger dans leur
appartement de la escritora Assia Djebar (que reivindica “la mujer-mirada”
y “la mujer-voz”), las palabras de la anciana “masajista y portadora de agua”
–Fatma– se identifican con las “palabras liberadas” de todas las mujeres
reducidas al mutismo, puesto que en el baño, las mujeres se liberan, aceptan su
cuerpo, que es aceptarse a sí mismas, y hablan de sus sentimientos secretos
largo tiempo reprimidos: “¡La libertad que sale de la habitación
caliente! [...] Reencontrar el agua que corre, que canta, que se pierde, que
libera”.
El hammam es un lugar
bullicioso donde los gritos y gemidos se enlazan a la algarabía. El recinto, la
humedad, el calor emoliente, la penumbra y los contactos corporales (masajes y
cuidados de la piel) crean componentes sensuales y sexuales, que normalmente
estarían ausentes en el universo de la mujer tradicional. Pero para la
escritora de lengua árabe Ahlem Mosteghanemi:
“Es en los baños donde se aprende en
la mirada de los otros a renunciar al cuerpo, a purificarse de los deseos, a
reconocer la inocencia de la feminidad. Allí se aprende que hay que
avergonzarse del sexo como de esta feminidad y de todo lo que la revela,
incluso en silencio”[32].
En Leïla Sebbar, en Les femmes au
bain[33], simbiosis entre lo
escrito y lo oral en una travesía entre la tradición y la modernidad, la
alternancia de frases largas y cortas
crean un lenguaje sensual que invita también a ese bullicio de voces que surgen
del fondo de ese recinto cargado de voluptuosidad.
La autora desea dejar oír todo tipo
de voces libres lejos del control tribal, que surgen del lado del deseo, del
placer, que se entrecruzan y plantean tanto “por qué” –“¿Por qué esa noche de
bodas y de sangre, terror y desgracia?”–, pero, ¿es que hablan del esposo?
Libres de toda vigilancia pueden claramente hablar entre ellas.
En un mosaico de relatos íntimos, las
palabras se desgranan tanto por la boca de “La Bien Amada ” como por
“El extranjero de sangre”. Sharazadas, en cierta manera,
modernas, en un himno libre y gozoso que esperan encontrar al verdadero amante,
mientras las mujeres mayores recuerdan o fabulan.
Confidencias,
murmullos y risas en un reservado espectáculo cromático, donde las palabras y
el lenguaje que expresa el cuerpo, con su movimiento, crean una armonía, un
ritmo: “conversaciones o monólogos desarrollados con palabras dulces, menudas,
gastadas, que se deslizan con el agua”[34].
En la cultura tradicional magrebí,
purificarse con el agua caliente del hammam es un acto ritual que lleva
a cabo la mujer después de un parto, de la menstruación, antes del matrimonio y
en las fiestas religiosas (¿no prescribía Avicena el hammam como terapia
en las enfermedades psicosomáticas?).
Esta función purificadora señala el
paso de un ciclo a otro y permite a la mujer renovarse y regenerarse entre dos
tiempos. Este espacio es por tanto un lugar mágico y de reposo donde la mujer
tradicional escapaba a su condición de enclaustramiento.
Esa
mujer tradicional, en la impuesta soledad, buscará a su alrededor a otras
mujeres para conversar, reír y bailar como sucede en el Aíd el-Kebir
–Fiesta Grande[35]– y
en el Aíd es-Seguir[36] o
en las celebraciones de matrimonio. Pues para que este sea válido debe estar
rodeado de fiesta, manifestaciones públicas, cantos, bailes y ese grito de
alegría –yuyu[37]–
realizado por las mujeres con emoción intensa: “para el musulmán, el matrimonio
es la mayor obligación canónica”.
Un
célebre hadiz (del verbo hadaza,
contar o decir) señala que “Quien se casa se hace poseedor de la mitad de su
religión”[38].
[1]
Los espacios “cerrados” y “abiertos” en las novelas, los analicé hace tiempo,
en un estudio pionero y muy difundido (Leonor Merino, “La mujer en la Literatura Magrebí
de expresión francesa, exclusión y poder”, Awraq vol. XII, Madrid,
Instituto de Cooperación con el mundo árabe, 1991, pp. 161-178), que ahora he
aumentado con el estudio de un mayor número de obras.
[2] Rachid Boudjedra, La Répudiation , París,
Denoël, 1969, p. 46.
[3] Tema reiterativo y traumático, ante este recuerdo
doloroso de la infancia, en la mayoría de los escritores, ante “la visión de
tijeras y cuchillas manipuladas por dedos invisibles”.
Así: Albert
Memmi en La statue de sel; Abdelkébir Khatibi en La mémoire tatouée;
Tahar Ben Jelloun en Harrouda y La nuit sacrée.
Para Abdelwahab
Bouhdiba, La sexualité en Islam, París, P.U.F., 1975, p. 214: “Sin
embargo es un acto que no reviste en el fiqh carácter alguno obligatorio. No se
trata más que de un acto sunna, es decir fuertemente recomendado”.
[4] Idem., p. 206.
[7] “Ningún hombre, en efecto, es totalmente
masculino hasta estar desprovisto de toda huella femenina. De hecho, al contrario, precisamente los hombres muy machos poseen
una vida amorosa, íntima muy tierna y vulnerable (que, ciertamente, protegen y
esconden lo mejor posible), aunque con frecuencia sea un error ver en ella
"una debilidad feminoide"”: Carl Gustav Jung, Dialectique du moi
et de l'inconscient, París, Gallimard, 1964, p. 164.
[8]
Escuela musulmana de estudios superiores.
[9]
“La homosexualidad pertenece al mundo del silencio”, confiesa el escritor Tahar
Ben Jelloun en su ensayo: “de manera general, es una práctica corriente en el
Magreb pero jamás ostentada”, La plus haute des solitudes, París, Le Seuil, 1977, p. 69.
Y en su novela L’écrivain public (París, Le Seuil, 1983, p. 32), señala: “En nuestro barrio, había dos
categorías de chavales: los débiles que se dejaban dar por culo, y los demás,
los que daban. Todo giraba en torno a esa distinción. Los fuertes eran los más
numerosos”.
[10] Abdelwahab Bouhdiba, La sexualité en Islam,
cit., p. 209.
[15] París, Le Seuil, 1986.
[17] Jean Chevalier et Alain Gheerbrant, Dictionnaire
des symboles, París, Robert Laffont/Jupiter, p. 436.
[18] Abdelhak Serhane, Messaouda, cit., pp.
38-39.
[21] Soumaya Naamane Guessous, Au-delà de toute
pudeur, Étude sur la sexualité de la femme marocaine (1989), Casablanca,
Eddif, 1995, 8ª ed., aumentada, p. 19.
[23] Yasmine Chami-Kettani, Cérémonie, Arles, Actes Sud,
1999, pp. 86-87. Aïcha,
“Reina en el corazón de los suyos” (p. 84).
[24]
Tanto en las conversaciones cotidianas como en las prácticas de magia o en las
canciones y los poemas, domina el himno a la belleza blanca.
[25] Fátima Mernissi, Sexe idéologie Islam,
cit., p. 117.
[26] Mary Montagu, L'Islam au péril des femmes,
París, Maspéro, 1981, p. 125.
[28] Fátima Mernissi, Sexe idéologie Islam,
París Tierce, 1983, p. 136.
[29] Leonor Merino, en CantaArabia, Madrid, 2011,
p. 479. Amplia Bibliografía y traducciones. “Presentación”: Carmen Ruiz
Bravo-V.
[30] Emna Belhaj Yahia, Chronique frontalière,
París, Noël Blandin, 1991, p. 80.
[33] Saint Pourçain-sur-Sioule, Bleu Autour,
2006.
[35]
“Fiesta Grande” en la que se rememora el sacrificio de Abraham (padre de todos
los creyentes, musulmanes, judíos y cristianos), dispuesto a inmolar a su hijo
para salvar su alma. Día en el que se sacrifica un cordero y se asa entero con
brasas (mechuí), y se comparte con los pobres.
[36]
“Fiesta Pequeña” que señala el fin del mes de Ramadán con la aparición de la
luna nueva. Las mujeres preparan para esta ocasión dulces, y los niños estrenan
ropa y calzado.
[37]
Sonido onomatopéyico producido por las mujeres en sus albórbolas.
[38] Abdelwahab Bouhdiba, La sexualité en Islam,
cit., p. 20.
Impresionante, Leonor. Ha sido una delicia bañarse en este apasionante hammam de imágenes y palabras.
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