"Beurs y la generación frontera entre dos
mundos:
dos escritoras timazighen-catalanas"
Leonor MERINO (UAM)
Ponencia II Congreso
Internacional de Estudios Literarios Hispanoafricanos: “África y escrituras
periféricas en español”, Universidad de Alcalá de Henares – Madrid
Resumen
Beur remite a un espacio geográfico-cultural, el
Magreb, y a un espacio social, la periferia y el proletariado francés.
Definición adoptada para los escritores magrebíes procedentes de la
inmigración. Pero, ¿qué sucede con las primeras escritoras de la inmigración
marroquí y de origen tamazigh Najat El Hachmi y Laila Karrouch? ¿Cómo se
insertan sus escrituras en la catalanidad desde la que crean? ¿Cómo se
sitúan en comparación con otras escrituras francófonas? ¿Recogen los medios de
comunicación españoles estas escrituras pioneras, premiadas, de la misma manera
que sus homólogos franceses o como la última edición del Larousse
haciéndose eco de la literatura beur?
Palabras clave
Segunda
generación, generación frontera, inmigración.
¿En tierra de nadie?
Hace más de veinte
años, en Francia, a primeros de diciembre de 1983, el fenómeno beur se
manifestaba a plena luz del día mediante la que se denominó la marche des
beurs -de la que se hizo eco La Marche: traversée de la France
profonde-, seguida de la creación de SOS racisme. Y quien sería después un reconocido escritor, fundador de Radio Beur, Nacer Kettane, en Droit de réponse à la démocratie française, explicaba ese término
que los escritores denuncian como excluyente y en el que, sobre todo, los imazighen
y las timazighen (los/las bereberes[1])
no se reconocen -pues se consideran descendientes de los
habitantes anteriores a la invasión árabe-. Pero desde ese momento, los medios de comunicación se acaparan de ese
vocablo, irremediablemente, y los investigadores siguen aún preguntándose: ¿son
franceses o árabes los descendientes de los emigrantes de África del Norte?
Entonces, la mayoría de ellos responderá, “las dos cosas”.
Ese
diálogo directo, encrespado, obligó a llevar a las mazmorras a los clichés de la novela realista francesa (que algunos escritores
pioneros magrebíes de lengua francesa emularon) así como a otras
imágenes de Épinal.
Pero veamos ese vocablo, beur, qué significa, de dónde viene: “Beur renvoie à la fois à un espace géograpique et culturel, le Maghreb, et à un espace social, celui de la banlieue et du prolétariat”[1] (Kettane 1986: 21). Leïla Sebbar lo explica en las palabras entrañables que una mujer emigrante -los ojos vivos maquillados con khôl- dirige a su hijo:
Je sais
pas pourquoi ils disent Radio-Beur; pourquoi ça Beur, c’est le beurre des
Francais, qu’on mange sur le pain? Je
comprends pas. Pour la couleur? Ils sont pas comme ca, c’est pas la couleur
d’Arabes… [...] - Le fils apprit à la mère que le mot Beur avait été fabriqué à
partir du mot Arabe, à l'envers. Il eut du mal à la convaincre que Arabe à
l'envers, en partant de la dernière syllabe, donnait Beur; où étaient passés
les a, on ne les entendait plus alors qu'il y en avait deux... Le fils ajouta
que Beur n'avait rien à voir avec le mot pays. On disait aussi Rebeu pour
Arabe... là il n'y avait plus de a et à l'envers, on obtenait facilement Beur.
[...] Et puis elle répétait que ça ne sonnait pas bien, que c'était trop comme
le mot français pour cet aliment gras et mou qu'elle n'aimait pas...[1]
(1984: 27-28).
Que divierta o irrite, que moleste
o conforte, esta apelación ofrece la ventaja de simplificar una situación
identitaria compleja pero que no debería convertirse, ante todo, en gueto. La
escritora Nina Bouraoui señala: “Beur, c’est ludique. Ça rabaisse aussi. Cette
génération ni vraiment française, ni vraiment algérienne”[1]
(2000: 133).
Luego, cada vez más, este término
es rechazado por los mismos escritores y, por otro lado, no debería denominarse
de ese modo -si con ello se interpreta como unidad o
“escuela estilística”- a esa numerosa creación innovadora en
valores y horizontes, que introduce páginas con la lengua de la calle, de lo
cotidiano, y que irrumpe con su luz a borbotones.
Esos primeros jóvenes
protagonistas en paro, con problemas de drogadicción, se reúnen en los huecos
de las escaleras de los edificios de hormigón, de hacinamiento hormigueante.
Hablan de su entorno, de su desarraigo y de “son quartier d’exil”[1]
(Barou 1999: 194) -insisten: “le sujet, c’est mon
quartier”[2]
(Dajaïdani 1999: 12)-, aunque los recorridos sean siempre
individuales, de múltiples recorridos, y la mayoría de las veces
autobiográficos, en las obras de Mehdi Charef, Hacène Zehar, Azouz Begag,
Rachid Djaïdani, Akli Tadjer, Mehdi Lallaoui, Soraya Nini, Hocine Touabti,
Ahmed Zitouni, entre otros escritores.
Sin embargo, hay que señalar que no desean que se haga de su escritura una
literatura de extrarradio, puesto que no quieren ser relegados a la periferia
de la literatura sin tener en cuenta sus urdimbres novelescas integradas en una
littérature-monde en francés, como señala la generación posterior a los
años ochenta.
Para ellos, en el caso de que los sueños infantiles se hubieran arraigado en
tierras de Al-Maghrib, trasladarse a Europa supuso, en un principio, una
profunda desorientación. Puesto que cuando la infancia se confunde con el
desgarro, la separación del país natal es un duelo que tarda en sanar.
Sobre todo cuando, en la relación entre los inmigrantes y la sociedad
francesa, las comunidades “coexisten” pero “no cohabitan” (Sayad 1999: 209).
De ahí que el recurso al humor y a un estilo trepidante sea señal de
tensión, frustración, fracaso. Catarsis, supervivencia, en ocasiones, cuando la
incertidumbre se mezcla con lo trágico.
Por eso el filósofo francés Olivier Mongin se plantea De quoi rions-nous? (2007), y el humorista argelino, Mohamed Fellag -que hace malabares con las identidades y desencadena la liberación por medio de la risa- explica:
Quand nous serons gros et heureux et que chacun aura un emploi, un logement et un peu d’amour, nous pourrons alors nous raconter des histoires à l’eau de rose. Mais nous en avons encore pour longtemps à rire violemment[1] (1992).
Quand nous serons gros et heureux et que chacun aura un emploi, un logement et un peu d’amour, nous pourrons alors nous raconter des histoires à l’eau de rose. Mais nous en avons encore pour longtemps à rire violemment[1] (1992).
Más tarde, olvidadas la bulliciosa Argelia, las chumberas marroquíes o las
palmeras tunecinas, y afincados ya en el espacio republicano francés -en “double rupture fondatrice” (Bonn 1994: 101)-, no conciben vivir en otro lugar: “Sa vie, il ne pouvait l’imaginer
ailleurs qu’à la cité des Pâquerettes, avec ses copains comme balise Argos”[2]
(Begag 1997: 7).
Y
ante los ojos de sus padres, ya no se reconocen -“Vous, on ne sait pas ce que vous êtes!... D’où vous venez?, d’où vous nous
venez”-. Estos jóvenes aparecen como “enfants illégitimes! [...] Nous sommes pour
eux comme des étrangers, mais des étrangers de leur sang...”[3]
(Sayad 1979: 119).
Después,
otros escritores hablarán de ser un “producto contaminado”, como Leïla Sebbar,
en Mes Algéries en France (2004), para quien el exilio es ante todo
aprendizaje.
En consecuencia, no habría que
hacer tanto hincapié en el exilio -exilios más bien puesto que cada exilio
es singular- como elemento biográfico, sino en la
palabra exiliada como tal, como lengua del exterior que permite ese retorno al
“interior”.
“Guanyar una cultura”[1]
Si, como hemos visto, en Francia se trata de la “segunda generación”, en España, en Cataluña, Najat El Hachmi habla de su escritura como “generació de frontera”: “Érem els primers, encara no existien els referents. Escriure molt sobre tot això va ser una bona terapia”[2] (2004: 13, 47).
Y si Leïla Sebbar, en Francia, se cuestionó sobre “l'Hommo Arabicus” -“el escritor magrebí consagrado a escribir, en la lengua del otro,
historias de otro país, próximo y lejano, el país natal que desearía amar en la
primera inocencia” (1991: 80)-, para las escritoras timazighen–catalanas,
Najat El Hachmi y Laila Karrouch, sin renunciar a ninguna de sus vivencias, la
memoria será también el único campo que les quede por labrar -cuna
e infancia míticas habitan ya en el recuerdo.
Así, la narradora de L’últim patriarca (El Hachmi 2008/2009) no sabrá cuál será su destino, al igual que Zeïde de nulle part (Houari 1985): cuyo título revela la idea central de esta escritora beur, hija de inmigrantes marroquíes en Bélgica.
Así, la narradora de L’últim patriarca (El Hachmi 2008/2009) no sabrá cuál será su destino, al igual que Zeïde de nulle part (Houari 1985): cuyo título revela la idea central de esta escritora beur, hija de inmigrantes marroquíes en Bélgica.
Sin embargo y aunque en un principio exista desarraigo en esas dos
escritoras timazighen–catalanas, así como en la tierra donde nacieron -aldeas cercanas a Nador-, puesto que ya no son testigos de las
vidas que allá abandonaron, nos ofrecen la imagen y la intención de integrarse,
pues señalan que se puede ser de cualquier lugar sin
renunciar a ser uno mismo, como expresa Karrouch en su relato
autobiográfico:
Non he perdut la meva cultura ni les meves arrels, sinò que he guanyar
una altra cultura i uns altres costums. M’agrada fer un bon cuscús per dinar i
un entrepà de pa amb tomàquet per sopar. Per què no?![1]
(2004: 150).
Como también El Hachmi plantea el derecho a trabajar en la propia ciudad
que la acogió desde los ocho años, puesto que siente que forma parte del
paisaje humano de Cataluña, “ja són més d’aquí que de cap altre lloc”[2]
(2004: 60).
¿O és que es pensen, senyors que redacten les lleis, que jo encara haig de
tornar al Maroc, que els immigrants tenim per norma desplaçar-nos d’un lloc a
l’altre eternament?[3]
(83).
Una literatura realizada con profundas experiencias
vividas -recreadas
también-, en las
que otros jóvenes, procedentes de la inmigración, desearían reconocerse,
conservando su propia identidad y sintiéndose ciudadanos en su nuevo país junto
con la anhelada complicidad de los autóctonos:
Un pensament de frontera que serveix per entendre dues realitats
diferenciades, una manera de fer, de sentir, d’estimar, una manera de buscar la
felicitat a cavall entre dos mons[4]
(14).
Autoras que no desean “patrocinar” símbolo alguno, ni mercadear con el multiculturalismo folclórico (El Hachmi). Como también los beurs
rechazan que se les considere como “les arabes de service”, al priorizar su
origen étnico y no sus creaciones novelescas. Estos textos se dirigen tanto a
la sociedad de origen como a la de acogida, ambas pobladas de prejuicios.
De Nador a Vic y Jo també sóc catalana se convierten así en los primeros
testimonios de la emigración norteafricana de los años ochenta llegada a
España, como lo fue, un año antes, La filla del Ganges (2003):
testimonio de la adopción de una niña de siete años por una pareja catalana y
emotivo relato sobre la búsqueda de los verdaderos padres de Asha Miró -nacida entre Mumbai y Nasik a orillas del Godavani, uno de los ríos
sagrados de la India.
Desde el punto de vista narrativo, De Nador a Vic
es un relato realista de estructura sencilla, que invita al lector, a lo largo
de quince capítulos, a seguir la trayectoria personal de la narradora así como
la de su familia, desde la salida de la aldehuela de los Karrouch y su llegada
a Vic -“el mes d’agost de l’any 1985” -, hasta el 2002 con el nacimiento de “la meva petita a les 11:54 del
migdia”:
i jo formo part de Vic i Catalunya, per què no dir-ho?,
em sento catalana i ben privilegiada de poder conèixer dues cultures diferents,
oposades, amb el seu encant i la seva màgia cadascuna[1]
(149).
Y aunque su relato manifieste algún pequeño brote de racismo, no existe
rencor sino comprensión al considerarlo como un caso aislado. Esa es la fuerza
moral de la autora: “Vai arrivar a la conclusió que era veritat que hi havia
molta més gent que ens respectava i no ens menyspreava”[1]
(137).
Laila encierra una lección de
mestizaje de culturas, rica y saludable, contraria a esa idea que divide,
confronta, que preconiza que las culturas son construcciones monolíticas,
cerradas herméticamente en una localización geográfica específica:
“No m’agrada
quan parlen de xoc de cultures, nomès poden xocar les incultures”[2],
señala El Hachmi, y Karrouch añade: “no sóc ni d’aquí ni d’allà i que sóc de
tot arreu”[3].
De Nador a Vic es, por tanto, un relato con un futuro esperanzador depositado en la
próxima generación catalana, la de Ikram, retoño de Laila y Omar, que sabrá
hablar amazigh, catalán, castellano y otras lenguas.
Como también es reconfortante el
relato y la respuesta de El Hachmi a su hijo Ridha, en Jo també sóc catalana, en la reivindicación de esta identidad que recuerda otros
títulos: Els altres catalans de Francesc Candel y Nosaltres,
els catalans de Víctor Alexandre.
Luego, frente aquella “vergüenza”
de antaño sentida por la falta de conocimientos y por la inadaptación a la
escuela francesa, descrita por Azouz Begag en Le gone du chaâba -“nous les arabes nous n’avons rien à dire”[1]-, para Laila Karrouch el aprendizaje significa esfuerzo e integración:
“tots els professors van ajudar-nos al màxim perquè poguéssim adaptar-nos”[2]
(2004: 40).
Laila participa en juegos deportivos, afianzándose así la relación con sus
amigas catalanas: “mai m’havien fer sentir diferent d’elles i no hi havia
discrimanació de cap mena”[1]
(47).
El Hachmi, aunque plantea qué futuro le espera a su hijo -“farà sempre de pont, com he fet jo, o sabrà arrelar definitivament?”[2]-, narra su clara integración y su sincero amor por la tierra de acogida:
No ho deus entendre,
que m’estimo aquest país com te l’estimes tu, que els meus records més intensos
s’amaguen en les pedres antigues d’alguns carrerons estrets, que aquí hi tinc
els amics, els coneguts, la feina[3]
(2004: 62).
La literatura queda enriquecida con estas
autoras quienes, asimismo, difunden la literatura catalana, como El Hachmi, al
señalar obras y autores que le han marcado: Victor Cátala, Mercè Rodoreda,
Salvador Espriù, Manuel de Pedrolo, Pere Calders, o la alusión a la primera
novela de caballería escrita en catalán, Curial i Güelfa.
De ahí, que toda la prensa catalana festeje, sin excepción, estos textos
que narran historias humanas a partir de pequeñas cosas, que renuevan la
literatura en lengua catalana -“en altres temps perseguida i
menystinguda”[1]- que les recuerda la suya propia. Por lo tanto, “dues llengües germanes”[2]:
Sabrás que no hi ha idioma o dialecte millor ni pitjor,
tots serveixen per expresar els nostres sentiments, els desigs i les
frustracions[3]
(El Hachmi 2004: 27).
Así, el vocabulario amazigh-catalán honra también
a De Nador a Vic, dando a conocer lenguas no conocidas o habladas en una
localización geográfica determinada. Como también, en Jo també sóc catalana,
se describen expresiones metafóricas -como morir- tomadas directamente de la lengua amazigh:
“el teu avi ha tornat a casa”[4]
(194).
Y a la manera del escritor senegalés, Boris Diop, al decidir escribir en wólof -Doomi Golo (2003) y alejarse así del francés
“de nos amis d'Afrique” que puede denotar paternalismo (Zanganeh 2010)-, Karrouch, conocedora de que el amazigh no tiene estatus político,
pide a los catalanes que no cambien de lengua para dirigirse a un extranjero:
La gent comet l'error de parlar-me en castellà. No tinc res en contra del
castellà, però si realment volem que el català tingui força, l'hem d'utilitzar
també quan ens dirigim a la població immigrant[1]
(Piquer 2004: 47).
Así, Laila aprendió muy pronto a conocer la lengua catalana, puesto
que respondía: “no entiendo español”, siguiendo
el consejo paterno: “El pare confiava molt en mi i sabia que no seria
capaç de decebre’l”[1]
(Karrouch 2004: 110). Fue el padre, precisamente, quien la matriculó en la
escuela Jaume Balmes de Vic y le inculcó el estudio para formarse y
ocupar un lugar en la sociedad catalana.
Figura paterna
En el Magreb al padre se le remite a una figura ancestral: “Su puesto es
único, heredado, inexpugnable antes de la muerte, y mientras esté vivo,
ninguno de sus hijos puede prevalerse del título de padre ante él” (Benslama
& Grandguillaume 1989: 337-352).
Luego, el padre es una figura capital en la literatura magrebí. En sus
escritores pioneros de lengua francesa -por sólo citar a Chraïbi, Boudjedra, Ben Jelloun o Serhane-, llama la atención la dureza con la que es tratado este personaje: temido,
ridículo o ausente. Lo que lleva a reflexionar que, frecuentemente, se trata de
una apasionada búsqueda paterna (Merino 2011: 4.- La sombra del padre). Por
eso, son muy importantes estas palabras:
Jamais vu un père de près. Ce qui s’appelle un père. Enfants de notre mère,
on n’a été que ça. Du jour où le Français est entré dans ce pays, plus aucun de
nous n’a eu un vrai père. C’était lui qui avait pris sa place, c’était lui le
maître. Et les pères n’ont plus été chez nous que des reproducteurs. Ils n’ont
plus été que les violateurs et les engrosseurs de nos mères, et ce pays n’a
plus été qu’un pays de bâtards[1]
(Dib 1968: 158).
En las escritoras magrebíes, en general -desarrollar este tema se saldría del
marco y del espacio destinado a esta ponencia-, ese padre-ley suele aparecer como
el genitor. En definitiva, quien orienta y guía, esa autoridad protectora y
conservadora al mismo tiempo, como en Djebar, Tassadit, Bey, Rahmani, Gazsi,
Behi, Oumhani o Fassi-Fihri, entre otras escritoras (Merino: idem).
En la que se denomina generación beur, y dependiendo también de los
escritores y escritoras, la imagen del padre es menos omnipresente, dominante,
o bien está dulcificada o añorada. Puesto que ahora, en la inmigración, ese ser
iletrado, débil, no sólo por una vida dura de trabajo sino porque se encuentra
en paro, no puede desempeñar el papel de patriarca y de guardián de la
tradición. Sus hijos se le escapan:
vos enfants ont grandi ici, en France, vous avez voulu le meilleur pour
eux, les instruire, leur donner ce qu’ils n’auraient peut-être pas eu en
restant au pays [...] Ce sont eux qui choisiront, il faut l’accepter[1]
(Nini 1993:149).
Los padres, resignados, sin poseer tierra firme, solamente ellos piensan en
“le retour au pays”[2]
(Begag 1997: 22).
L’últim patriarca
Najat El Hachmi, bajo el seudónimo de Mimouna
Bouziane, presenta su segunda obra -L’últim patriarca- al Premio Ramon Llull 2008. El jurado,
que la premia, destaca su “mucha intuición dramática”.
Como indica el título, doblan las campanas por el orden patriarcal de poder
absoluto. Un ajuste de cuentas, una estocada al padre por parte de la hija
adolescente (que el lector conoce pronto por el apelativo con el que la abuela
se dirige a la voz narradora), y la ruptura con las cadenas tiranas de doble
moral. Reflejo de una nueva generación que intenta expresar una identidad
propia, entre dos aguas, “ni de aquí ni de allí”, pero que, sobre todo, inicia
la búsqueda de su libertad personal.
Ruptura generacional que se da en todas las culturas. Autoridad paterna,
violenta, promiscua, celosa, déspota, que se encuentra en cualquier sociedad,
fruto de un patrón cultural patriarcal y un orden social que no sólo perjudica,
atañe, a la mujer y a la hija sino también al hijo, al hombre -que encuentra dificultad para lograr
que cambien las cosas, que padece situaciones límite y desea negarse a repetir
un legado patriarcal que rechaza, “en el árido desierto social”, retomando las palabras de Abdelwahab
Bouhdiba (1975: 269)[1].
L’últim patriarca está narrado con
soltura y con ausencia de marcas convencionales en los diálogos, que ofrecen
mayor fluidez descriptiva, las primeras páginas están dedicadas a Mimoun, hijo
primogénito “conseguido” tras los consejos de las viejas mujeres a la madre
para que se aleje de las “rivales” -“No et
refiis de ningú i ruixa l’entrada de la porta amb el teu pixum del dia”[1]-, o bien tras la aplicación de ritos
ancestrales:
L’àvia havia pres sang d’eriçó, s’havia banyat amb aigua on havia diluït
l’esperma del seu home i s’havia fet fumejar l’entrecuix amb la barreja que
cremava al foc, feta de sofre, gallarets esmicolats i excrements de colom secs[2]
(El Hachmi 2009: 12).
Y así llegó al mundo Mimoun, “l’afortunat”:
El que tindria l’honor de cloure les generacions i generacions de
patriarques destinats a fer del món un lloc ordenat i decente. Amb ell
s’acabaria per sempre més la comdemna del patriarcat[3]
(14).
Nacido después de sus tres hermanas -“el van acostumar als massatges amb oli d’ametller des que va a néixer”[4]- y destinado a seguir la tradición, desde edad temprana demuestra su
carácter agresivo, justificado por la familia que le mima sin contención -“aconseguia sempre que les dones de la seva vida l’anessin convertit en
patriarca”[5]-, y debido, según la versión oficial, a la aparición de un yenún -espíritu- transformado en cabra y aparecida en
la orilla más alta del río, o según la versión menos oficial “que no s’explica
mai”:
Tenint en compte que el germà de l’àvia havia pujat del riu poc després que
Mimoun, no és estranya la possibilitat que, cansat d’envestir ases i gallines,
aprofités l’eufòria del moment per buscar una cavitat més humana on introduit el
seu membre erecte[6]
(34).
Aparte del maestro que lo varea sin fin, su padre lo educa con golpes desde
que le propinó una sonora bofetada cuando, con seis meses, no dejaba de
gimotear. Pero un día sucedió lo impensable: “Era la primera vegada que un fill
pegava al seu pare, era un capgirar l’ordre natural de les coses, era allò que
ningú s’hauria imaginat mai”[7]
(47).
Mimoun, inadaptado, rechazando el entorno marroquí, decide emigrar para
hacer dinero y casarse. No sin antes de que su madre vendiera una pulsera de
oro para sobornar al funcionario de turno en la obtención del pasaporte -prohibido en la minoría de edad-, y para costearle el viaje.
Entonces, en la reacción paterna a esa aventura, se desliza la xenofobia:
“No se l’imaginava amb els espanyols, aguantant tot el que li diguessin, els
insults, com solien fer amb els mors”[8]
(73).
Así como quedan expuestos olores y costumbres tan dispares de la cultura
del Otro:
“en aquest maleït país mengen tants porcs que han de fer alguna cosa
amb els seus pixums. [...] Anàvem a veure granges de porc on aquells animals es
llepaven el cul ple de merda”[9]
(81, 203).
Y los tópicos y prejuicios de la cultura de acogida:
Encara era exòtic veure un moro allà al mig d’una ciutat tan d’interior
[...] recordaven histories de magribins assassins durant la guerra, que havien
tallat el cap a tot aquell que es trobaven per devant i quels penjaven desprès
pels cabells al mig de la plaça[10]
(84).
Estrategias en la escritura para hacer deslizar la propia pulsión, discurso
que la narradora tiene de ella misma y de la sociedad de acogida.
Así como queda diseminada por el texto una fuerte sexualidad, como
en “Un precepte religiós” o en “Nocilla, Super Mario i el sexe” -“sexe à double langue” (Khatibi 1983: 55)-, alusiva al placer sexual en relación con el placer de la escritura: “signe
des signes, le sexe est la fin de la mémoire désordonnée”[11]
(Khatibi 1971: 57).
Estrategias con prolepsis en una narración en pasado que retoma el presente
para ofrecer “autenticidad” y en la que, en ocasiones, la voz narradora se
delata: “ell la devia mirar amb aquells ulls que fa de vegades, de depredador”
[...] “Es va estar molta estona caminant pel carrers [...], serrant les barres,
com acostums a fer encara avui”[12]
(El Hachmi 2009: 89, 97).
También en el relato de Nador a Vic, el padre cobra importancia en
la educación de la pequeña Laila a quien anima a competir en atletismo. Sin
embargo deberá dejar toda actividad deportiva en la pubertad, puesto que
“¡enseñaba las piernas!”, y se oían comentarios de los amigos inmigrantes del
padre: “No paraven de fer-li comentaris absurds amb les seves sàvies
opinions”[1]
(Karrouch 2004: 111).
Estamos en los años noventa, pero ya cuarenta años atrás, en Nulle part
dans la maison de mon père de la argelina Assia Djebar, el padre de la
narradora reacciona igualmente cuando ve a su hija núbil montando en bicicleta:
Je ne veux pas, non je ne veux pas - repète-il très haut à ma mère, accourue silencieuse -, je ne veux pas que ma fille montre ses jambes en montant à bicyclette![2]
(2007: 49).
Ese mismo distanciamiento -descrito también en numerosas obras
francófonas- del padre hacia la hija adolescente, y
la prohibición de abrir la puerta de casa o de hablar con “ningún hombre”:
I si és moro encara menys, que ja me’ls conec, aquests! [...] Potser va
veure el seu propi desig cap a totes les dones del món reflectit en l’esguard
d’aquell home cap a mi[3]
(El Hachmi 2009: 242).
Por tanto, el último texto de El Hachmi recoge conductas en los caracteres
tradicionales, recreados ya en numerosos textos de las literaturas magrebíes de
lengua francesa, como el encierro y la soledad de la madre ingenua, generosa,
maltratada, que, llegada a Cataluña con sus hijos para reunirse con su esposo,
no tiene más que sus retoños como lazo con un exterior “que le daba tanto
miedo”.
Lo mismo que, en De Nador a Vic, Laila critica el hecho de que el
padre conmine a su esposa para que no salga de casa, puesto que “debía
continuar con la tradición”:
Moltes vegades, quan jo arribava del col.legi, donant la mà a la Rashida,
notava els ulls de la mare humit i tristos. De seguida sabia si havia plorat o
no, i puc dir que gairebè ploraba sempre[4]
(Karrouch 2004: 42).
Crítica a la noche de bodas -“sense saber que aquell dolor a dins de
la vagina només era el començament del calvari que l’esperava”[5]-, explícita también en las literaturas francófonas, y al veredicto ante la
exposición de la sábana salpicada de gotas de sangre:
“Devia ser prou estrany
que el sexe, tant privat i tabú que era en aquelles contrades, es fes tan públic
en cerimònies com aquelles”[6]
(El Hachmi 2009: 107, 105).
Las mismas fórmulas mágicas, ancestrales, para reconquistar al marido
libidinoso, alejado de la fiel esposa por la tentación del “demonio”[7].
Pero
la extrema violencia del padre -“cuchillos y vasos volantes”-, su enfermiza vigilancia sobre la hija y, especialmente, su doble moral y
la dolorosa sumisión materna, hacen mella en la narradora que busca su propio
espacio -religioso y sexual- en el mundo, y que va a rebelarse con toda libertad, sin ambages.
Comenzaba a abrir el camino hacia “l’enderrocament definitiu del patriarcat”:
“Quan ja pensaves que només podies morir-te o matar-lo”[8]
(303, 287).
Finalmente, sabiendo que el padre exigiría un certificado médico que
probara su virginidad, “¡en un papel con membrete de la Seguridad Social!”:
“En
realitat no era que m’hagués volgut matar, no era, només va ser, doctor, que
estava molt cansada de tot que ja no podia més”[9]
(316).
El último patriarca, que parecía
extinguirse, toma cuerpo en el amor de su vida con quien se casa a pesar de
toda clase de impedimentos. Entonces, asiendo su propio destino, lo abandona,
retomando la libertad deseada de siempre, mientras echa en cara al padre que la
vigile de nuevo.
A la clausura de la novela “Una venjança en tota regla”[10]
ofrece un hecho inesperado, que explica la elaboración cuidada del texto, su
intriga, y la promesa decidida de terminar, de una vez por todas, con un orden
establecido “que ja feia temps que em perseguia”[11]
(331).
Conclusión
Existen literaturas singulares, literaturas plurales. Invariablemente
inquietan, perturban, el orden preestablecido que ignora magníficamente la
humanidad de los hombres sedientos de poder temporal. Sin embargo,
singulares o plurales, las literaturas del mundo tienen en común un sentido
reflexivo cuyo devenir paradójico es una fuerza de reconciliación y de
connivencia que trabaja en el comportamiento estético, en la expresión de la
sensibilidad personal y en la comprensión de la tolerancia. Estos escritores/as
engendran y embellecen textos rizomas (Deleuze & Guattari 1972:13), cuya
expresión se conjuga con un movimiento lingüístico y cultural propio de una
literatura con una gran experiencia abierta, incontestablemente, a la
Alteridad: pensarse a sí mismo/a como otro significa que el otro es
constitutivo de mi propia identidad (Ricœur 1990). Je est un autre, dijo
ya el poeta. La identidad en sentido de ipse: identidad dinámica, que
acoge lo desconocido, lo inesperado, otro lugar.
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[1] “No paraban de hacerle
comentarios absurdos con sus sabias opiniones”.
[2] “¡No quiero, no, no
quiero -repite en voz muy
alta a mi madre, que acudió silenciosa-, no quiero que
mi hija vaya enseñando las piernas mientras monta en bicicleta!”
[3] Y si es moro aún menos, ¡que ya me los conozco yo,
a esos! [...] Tal vez había visto su propio deseo por todas las mujeres del
mundo reflejado en la mirada que ese hombre posaba en mí.
[4] Muchas veces, cuando llegaba del colegio de la
mano de Rashida, notaba los ojos de mi madre húmedos y tristes. Enseguida sabía
si había llorado o no, y puedo decir que casi lloraba siempre.
[5] “sin saber que aquel dolor en la vagina sólo era
el comienzo del calvario que la esperaba”.
[6] “Debía ser bastante raro que el sexo, tan privado
y tabú como lo era en aquellas comarcas, se hiciera tan público en ceremonias
como aquellas”.
[7] Al hilo de esos ritos, dice la escritora marroquí Nadia Chafik: “lo que cuenta,
para las mujeres como ella, es el matrimonio. Echar el guante a un hombre,
hacer hijos para asegurarse guardarlo, un talismán por aquí, hierbas para
quemar por allá y hala, la partida está ganada” (1998: 144).
[8] “el derrocamiento
definitivo del patriarcado”: “Cuando
ya pensabas que sólo podías morirte o matarlo”.
[9] “En realidad no era que me hubiera querido matar,
no era nada más, doctor, que estaba muy cansada de todo, que ya no podía más”.
[10] “Una venganza en toda
regla”.
[11] “que ya hacía tiempo que me perseguía”.
[1] “No te fíes de nadie y
riega la entrada de la puerta con tu orina del día”.
[2] La abuela había cogido sangre de erizo, se había
bañado con agua donde había diluído el esperma de su hombre y se había hecho
fumigar en la entrepierna con la mezcla que quemaba en el fuego, hecha de
azufre, amapolas en trocitos y excrementos secos de paloma.
[3] El que tendría el honor de clausurar las
generaciones y generaciones de patriarcas destinados a hacer del mundo un lugar
ordenado y decente. Con él se acabaría para siempre jamás la condena del
patriarcado.
[4] “desde que nace le van a acostumbrar a masajes con
aceite de almendras”.
[5] “conseguía siempre que las mujeres de su vida le
convirtieran en patriarca”. Crítica acerada a la mujer por esa conducta, en muchas escritoras como
en Malika Mokkedem: “Veía a las madres perpetuando
esa segregación. A fuerza de observar su monstruosidad, su perversión y de
intentar comprender sus motivaciones me forjé una convicción: la perfidia de
las madres su misoginia y su masoquismo forman hombres en ese papel de hijos
crueles” (2005: 12).
Leïla
Marouane (2005) narra la furia de una
madre ante un rosario de desgracias, y lejos de toda perífrasis,
llamando a las cosas por su nombre, logra la proeza de mostrar cómo la mujer
defiende teorías machistas en su perjuicio, convirtiéndose así en su propio
enemigo. De esa manera, se crea la distancia con el sexo opuesto en un
dañino patriarcado, mientras los hermanos se alegran “por no ser chicas en este
país”.
[6] “que no se explica jamás”: Teniendo en
cuenta que el hermano de mi abuela había vuelto del río poco después de Mimoun, no se puede excluir la
posibilidad de que, cansado de embestir a asnos y a gallinas, aprovechara la
euforia para buscar una cavidad más humana en la que introducir su miembro
erecto.
[7] “Era la primera vez que un hijo pegaba a su padre,
era alterar el orden natural de las cosas, aquello que nadie hubiera imaginado
nunca”.
[8] “No se lo imaginaba con los españoles, aguantando
todo lo que le dijeran, los insultos, como solían hacer con los moros”.
[9] “en este maldito país comen tantos cerdos que
tienen que hacer algo con sus orines. [...] Iban a ver granjas de cerdos donde
esos animales se lamían el culo lleno de mierda”.
[10] Todavía era exótico ver a
un moro allí en medio de una ciudad tan del interior [...] recordaban historias
de magrebíes asesinos durante
la guerra, que habían cortado la cabeza de todo aquel que se encontraban por
delante y que las colgaban después por los cabellos en medio de la plaza.
[11] “signo de signos, el sexo es el fin de la
memoria desordenada”.
[12] “él la debía mirar con esos ojos que pone a veces,
de depredador ” [...] “Había caminado mucho tiempo por las calles [...],
apretando los dientes, como acostumbra a hacerlo aún hoy”.
[1] Llamo la atención al
lector, para señalar que ese marco no es patrimonio
exclusivo de las sociedades musulmanas sino que esa cosmogonía androcéntrica se repite en otras
colectividades, como
Italia, Grecia o España, puesto que básicamente los factores económicos,
religiosos, sociales y políticos han determinado las relaciones familiares
patriarcales durante milenios en toda el área mediterránea.
[1] vuestros hijos han crecido aquí, en Francia,
habéis querido lo mejor para ellos, instruirlos, darles lo que no hubieran
tenido tal vez quedándose en el país [...] Son ellos quienes escogerán, hay que
aceptarlo.
[2] “el retorno al país”.
[1] Jamás ví un padre de cerca. Lo que se llama un
padre. Hijos de nuestra madre, no hemos sido más que eso. Desde el día en el
que el francés entró en este país, ninguno de nosotros ha tenido un verdadero
padre. Fue él el que había ocupado su lugar, fue él el dueño. Y los padres no
fueron en nuestras casas más que reproductores. No fueron más que los
violadores y los que embarazaban a nuestras madres, y este país no ha sido ya
más que un país de bastardos.
[1] “El padre confiaba mucho
en mí y sabía que no sería capaz de decepcionarle”.
[1] No tengo nada en contra del castellano, pero si
realmente queremos que el catalán tenga fuerza, lo hemos de utilizar también
cuando nos dirigimos a la población emigrante.
[1] “en otros tiempos perseguida y menospreciada”.
[2] “dos lenguas hermanas”.
[3] “Sabrás que no hay idioma o dialecto mejor o peor,
todos sirven para expresar nuestros sentimientos, los deseos y las
frustraciones”.
[4] “tu abuelo ha vuelto a
casa”.
[1] “nunca me habían hecho sentir diferente de ellas y
no había discriminación alguna”.
[2] “¿hará siempre de puente, como he hecho yo, o
sabrá arraigar definitivamente?”
[3] No debes etender que
quiero a este país como lo quieres tú, que mis recuerdos más intensos se
esconden en las piedras antiguas de algunos callejones estrechos, que aquí
tengo los amigos, los conocidos y el trabajo.
[1] -“nosotros los árabes no tenemos nada que
decir”-.
[2] “todos los profesores
van a ayudarnos al máximo para que pudiésemos adaptarnos”.
[1] “Voy a llegar a la conclusión de que era verdad
que había mucha más gente que nos respetaba y que no nos despreciaba”.
[2] “No me gusta cuando hablan del choque de culturas,
nada más pueden chocar las inculturas”.
[3] “no soy de aquí ni de
allí, porque soy de todo lugar”.
[1] Formo parte de Vic y de Cataluña, ¿por qué no
decirlo?, me siento catalana y bien privilegiada por poder conocer dos culturas
diferentes, opuestas, con su encanto y su magia cada una.
[1] No he perdido mi cultura ni mis raíces, sino que
he ganado otra cultura y otras costumbres. Me gusta hacer un buen cuscús para
comer y un bocadillo de pan con tomate para cenar. ¡¿Por qué no ?!
[2] “son ya más de aquí que de ningún otro lugar”.
[3] ¿O es que piensan, los señores que redactan las
leyes, que aún debo retornar a Marruecos, que los inmigrantes tenemos por norma
desplazarnos de un lugar a otro?
[4] Un pensamiento de frontera que sirva para entender
dos realidades diferentes, una manera de hacer, de sentir, de estimar, una
forma de buscar la felicidad a caballo entre dos mundos.
[1] No he perdido mi cultura ni mis raíces, sino que
he ganado otra cultura y otras costumbres. Me gusta hacer un buen cuscús para
comer y un bocadillo de pan con tomate para cenar. ¡¿Por qué no ?!
[1] “Ganar una
cultura”.
[2] “Éramos los primeros, aún no existen referentes.
Escribir mucho sobre todo eso va a ser un buena terapia”.
[1] Cuando seamos gordos y felices y cuando cada uno
tenga un trabajo, un alojamiento y un poco de amor, entonces podremos contarnos
novelas rosas. Pero aún nos queda mucho tiempo para reir violentamente.
[2] “Su vida no podía
imaginarla en otro lugar más que en la ciudad de las Margaritas, con sus amigos
como baliza Argos”.
[3] -“¡Vosotros, uno no sabe quiénes sóis !... ¿De
dónde venís?, ¿de dónde nos venís? ”-. “¡hijos
ilegítimos! [...] Somos para ellos como extranjeros, pero extranjeros de su
sangre... ”.
[1] “su barrrio de exilio”.
[2] “el tema es mi barrio”.
[1] “Beur es lúdico. Eso también rebaja. Esa generación
ni verdaderamente francesa, ni verdaderamente argelina”.
[1] No sé por qué dicen Radio-Beur, ¿por qué Beur, es
eso la mantequilla de los franceses que se come sobre el pan ? No lo
entiendo. ¿Por el color? No son así, no es el color de los árabes... [...] - El
hijo enseñó a la madre que la palabra Beur había sido hecha a partir de la
palabra árabe, al revés. Le costó mucho convencerla de que árabe al revés, a
partir de la última sílaba, daba Beur; a dónde habían ido las a, no se las oía
ya y eso que había dos... El hijo añadió que Beur no tenía nada que ver con la
palabra país. Se decía también Rebeu por árabe... ahí no había ya a y, al
revés, se obtenía fácilmente Beur. [...] Y luego ella repetía que eso no sonaba
bien, que era demasiado como la palabra francesa para ese alimento graso y
blando que no le gustaba...
[1] “Beur remite a la vez a un espacio geográfico y
cultural, el Magreb, y a un espacio social, el de la periferia y el del
proletariado”.
[1] “Francia es como un ciclomotor: para avanzar, le
hace falta mezcolanza”.
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