Metáforas argelinas, ensangrentadas y
eróticas,
en la poética escritura de Amin Zaoui
Entre
Esperanza y Dolor
en la fotográfica escritura de Yasmina Khadra
Leonor Merino
Dra.
U.A.M.
escritora-poeta,
traductora
Hace varios otoños, como
clausura del programa que dedicaba el Instituto Francés de Madrid a “Argelia y
sus artistas: una Nación de nuestro siglo”, presenté y moderé -en la Fnac de Callao
de Madrid-, la mesa redonda que enriquecieron los escritores argelinos Yasmina
Khadra (Mohamed Moulessehoul) y Amin Zaoui (imagen recogida en
http://leonormerinogarcia.chez.com/)
En “AMANECER
del Nuevo Siglo” (revista mensual de
información internacional y cultural, Año VII, nº 15), publiqué parte de este trabajo
que ahora brindo, con la única pulsión de que se lean importantes escrituras
universales traducidas a nuestra lengua: la Literatura -entre otras acciones
humanísticas- es todo lo que nos queda para reclamar la dignidad; de. la misma
manera que el Poeta denunciará mutismos y pesadas amnesias.
Ante la presencia de los
Embajadores de Argelia y Francia, ante un público acogedor y participativo,
hablé, primero, de la trayectoria literaria de Khadra, de su estilo policiaco
en la Trilogía de Argel: Morituri, Doble Blanco y El
otoño de las quimeras.
Mohamed Moulessehoul, que
fue militar del ejército argelino -donde lo condujo su padre a los siete
años y donde permaneció treinta y seis-, decidió ser escritor, adoptando como
primera máscara literaria al
“comisario Brahim Llob” -hombre incorruptible, fiel a sus ideales e
irónico- y, más tarde, adoptando su segunda máscara literaria con la que firma ya
todas sus obras: el pseudónimo famoso, que recoge el nombre de su esposa, “Yasmina
Khadra”.
Su escritura posee la garra literaria de la brevedad de las palabras y la profundidad del tema que trata: lo hermoso y lo
horrible, al mismo tiempo, que contiene el ser humano en Los corderos del
Señor y Lo que sueñan los lobos: con una escritura fotográfica y
alegórica, describen el horror
del genocidio de terrorismos extremistas -introducción del “fascismo
religioso más medieval”- empleando un “yo helador” -a veces aparente-, lejos
del alcance de la barbarie, en la que Argel es el escenario de las pesquisas
del citado comisario.
En el marco de un duar
argelino -Ghachimat donde todos se espían- campa la envidia, el odio, el
desprecio, la frustración y el deseo de venganza. Toda esa inclinación
execrable en las relaciones humanas, mantenida largo tiempo entre los
personajes para no hundirse en el légamo del terrorismo: espiral de violencia y
barbarie que se reproduce de modo cancerígeno por todos los rincones, en un
diluvio de miedo, fuego y sangre, como se recoge en Los corderos del Señor:
“El país es tan frágil como el himen. […] Mira un poco tu duar, tiende el oído
e intenta escuchar lo que dicen las paredes, lo que oculta su falso letargo. El
odio está a punto de estallar, el rencor gana terreno”.
Asimismo, el autor presenta,
en Lo que sueñan los lobos, un país donde algunos de sus hijos son
actores de un entorno de violencia inaudita en el caldo de la miseria y las
injusticias sociales.
El otoño de las quimeras, que clausura la saga Llob, la esperanza
ya no es de temporada sino una
estación horripilante, que destruye las máscaras y descubre la verdad.
De repente, el comisario pierde todo interés en su pesquisa y medita sobre su
jubilación: “Mi mirada profética ya no encuentra referencias. No estoy
orgulloso del adulto en el que me he convertido. Estoy esperando mi vejez como
cualquier ujier, puesto que nada en este mundo me hace soñar”.
El escritor señala con verdad
heladora: “En nuestro país, las aguas turbias se despejan y los monstruos abisales suben a la superficie. Ahora se trata de mantener prietas las filas y de volver a llevar al demonio al infierno”.
Y se siente satisfecho por haber dirigido su dedicatoria -entre otros-: “a los ausentes, es decir al oscurantismo asesino y a la
mujer, que fue la primera en protestar públicamente contra el fundamentalismo, en
un momento en el que toda la sociedad mantenía un perfil bajo.”
De ahí que, en esta mesa redonda
que dirigí y en la que comenté estas obras, fuera muy interesante analizar cómo
se situaba también otro escritor argelino, Amin Zaoui, ante un rito suntuoso y
bárbaro, ante una tragedia argelina, desgarrada entre el deseo de paz y la violencia
que, de repente, se desencadena. Y, también, ver cómo se dibujaba su escritura erótica,
en libertad, que fue, algún tiempo, prohibida en Argelia.
Amin Zaoui -que conoció el exilio “como largo insomnio”-, en un ensayo
domeñado y erudito, sobre las sociedades árabes, y a la luz de lo que llama La
cultura de la sangre, fatua, mujeres, tabúes y poderes” evoca, largamente,
las diferentes persecuciones en las que los poetas, los escritores y los
intelectuales han sido víctimas de una “sociedad déspota cada vez más
islamizada” -en su denuncia por los prejuicios y tabúes que paralizan la
sociedad-: “El Corán prosa inimitable y palabra de Dios según la nueva religión,
llevó una guerra contra la poesía y los poetas”, dice el autor, antes de
remontarse a través de los siglos -desde el Magreb a Oriente Medio-, en las
diferentes crueldades y en las voces rotas, quebradas, del mundo árabe y musulmán
-cuando el ingrediente de búsqueda del pacifismo es
sustancial al Islam: condición
humana equilibrada en función del absoluto en el alma
como en la sociedad, para alcanzar una vida íntegra.
Pero este escritor, que trabaja sus textos, como el gran
artista talla delicadamente sus esculturas, ofrece un despliegue de metáforas a
través de la acumulación de imágenes eróticas ensangrentadas, como en la fiesta
del Aíd El Kébir: Fiesta
Grande en la que se
rememora el sacrificio de Abrahán dispuesto a inmolar a su hijo para salvar su
alma; y día en el que se sacrifica un cordero y se asa entero a la brasa -mechuí-,
para compartirlo también con los menesterosos.
Así, en ese día
festivo musulmán, Amin Zaoui aúna muerte y sangre, en el placer de la
degollación del cordero. Y nos ofrece todo el “vampirismo” de la
virginidad, cuando la fiesta del matrimonio no se inicia hasta la aparición de
la sangre del himen, en el lecho de la joven desposada.
Este autor bilingüe, que concilia la lengua árabe
-a la que ofrece laicismo y fuerza poética- con la lengua francesa -empleada como
liberación y denuncia-, prosigue la búsqueda de una identidad despedazada en La
razzia. La historia de un burdel amado, nacionalizado e islamizado en el
marco de un edén martirizado: Argelia.
Y si en el díptico -de alucinante dominio carnal con la lengua- Sueño de mimosa
y Sonata de lobos, Argelia se convierte, primero, en un país fantasmal
donde prosperan los enterradores en un universo indiferente que, una y otra
vez, vuelve con la hornada de sus conciudadanos asesinados; en el segundo
relato, el héroe escapa de esa cascada de fatalidad ensangrentada, hecha a
fuerza de noticias terroríficas, que lo asfixian como marea nauseabunda.
Mas la literatura prolonga la vida y la
ilumina, y este escritor -que es sobre todo poeta- regenera el tiempo de la
escritura con La gente del perfume, donde el fallecimiento del padre
desencadena en el autor un verdadero combate entre el amor y la muerte
-búsqueda de identidad para despojarse de una carga que lleva como sufrimiento,
como remordimiento-, y donde la memoria se extravía entre las colonizaciones
sucesivas. Mientras que un olor terroso y la nostalgia tumultuosa infantil envuelven,
de nuevo, a esta escritura poética, entre imágenes presentes o huidas,
despojada de florituras.
Concisión poética que se encuentra
también en el hermoso texto La Sumisión: “Me guardé las palabras en la lengua
silenciosa. Vivía en el ataúd del tiempo”.
Un niño que, entre lecturas de excelsos
autores árabes -Ibn Hicham, Abu Nuwas, Ibn Jaldún, Ibn Hazm...- y entre el amor
y la biografía del Profeta Mohammed, es testigo de la sumisión de su madre que
“con su bonita falda llena de vida, bajaba la mirada: una mirada rota”, ante la
voluptuosidad y los “toqueteos” de su marido con su (¿adoptada?) hija, núbil y
hermosa.
Mientras tanto..., los versículos salmodiados
por el padre “hablan de mariposas con alas multicolores”.
Un niño que, entre lecturas de excelsos
autores árabes -Ibn Hicham, Abu Nuwas, Ibn Jaldún, Ibn Hazm...- y entre el amor
y la biografía del Profeta Mohammed, es testigo de la sumisión de su madre que
“con su bonita falda llena de vida, bajaba la mirada: una mirada rota”, ante la
voluptuosidad y los “toqueteos” de su marido con su (¿adoptada?) hija, núbil y
hermosa.
Mientras tanto..., los versículos salmodiados
por el padre “hablan de mariposas con alas multicolores”.
Un niño que descubre a su humillada
madre, “un ángel bueno con deslices”, cabalgando desnuda sobre la tumba de su
“otro” padre: “Ella era acuarela al principio del horizonte, al final del orgasmo
o del sol”.
Un adolescente, en fin, que no solo sabe
“de las maravillosas horas de la siesta, en las que el deseo sexual se desborda
y las mujeres se convierten en racimos de uva, jugosos y dulces”, sino que
sorprende a su madre, engañada y perdida la razón, completamente desnuda en su
cama: “lloraba, y yo lloré con ella. Intenté cubrirla con una sábana llena de grandes
manchas de semen”.
Zaoui que sueña un día con aunar la escritura que va
desde la derecha a la izquierda -su hermosa lengua árabe- y la que va desde la
de izquierda a derecha -su propia lengua francesa en la que se balancea una exquisita traducción en filigrana-, ha sabido también
derramar “lágrimas” poéticas en un canto a Toledo.
Salpicada de escritura árabe, con citas
de proverbios cabileños o de proverbios de los tuaregs y de miradas que
recurren a los poetas que engrandecieron la literatura árabe y así mismo con
citas del Corán -con el fin de justificar comportamientos licenciosos-, se
encuentra su obra “Acaballadero” de mujeres.
La sura de los Eunucos abre la Sonata Primera
-porque los capítulos de esta obra son sonatas-: “Tres cosas infectan la
oración, tan pronto como separan al orante de la Kaaba: un perro, un asno o una
mujer”.
Sí, la mujer es “la imagen humana de Satán”.
Maldición, por tanto, será esa niña que ocupe el lugar del esperado varón y
puesto que la hora de su nacimiento, en un día de luto, supone la reprobación y
dispersión de la tribu.
Pero, sobre todo, su presencia será un
ultraje en ese desierto de volúmenes de basalto, fallas y aristas porosas,
formas cribadas de cal blanca u ocre, ksars rojos erigidos, bajo un cielo de brasas:
“Para ver el desierto, hay que acostarse
muy tarde”, dice el hermoso proverbio tuareg.
Las mujeres, en el desierto que dibuja Amin
Zaoui, son locas y bellas: “Sus gargantas frescas lanzan hacia el cielo yuyús
azucarados”: toda una alegoría de la liberación de la tabúes, la victoria de la
sensualidad, el poder de la imaginación y de la oralidad que transforman la
realidad por su fuente cuajada de simbolismos, por la musicalidad de la
corriente de un río lingüístico y cultural mestizo.
Pero entre tocamientos sensuales,
ilícitos e incestuosos, que justifican la supuesta maldición, el tío de la adolescente
Hager -presa sexual para atraer a los hombres- la inicia en el “acaballadero de
mujeres”, por la senda sinuosa de la seducción, retomando las armas de
su madre Balkiss –“el abismo deseado. Una sedición”- y desplegando toda una formidable fantasmagoría del poder
sexual del hombre del desierto, pero no solo entre las mujeres de su tribu,
sino entre la ávida mujer occidental y americana, que se traslada hasta allí,
con el simulacro de un pretexto turístico o cinematográfico[i]:
“Qué generosos son esos extranjeros,
prestándonos de vez en cuando, a sus hermosas mujeres durante algunas noches,
durante algunas veladas, decía mi tío”. “Me gustan las mujeres con dentadura,
¡la que no tiene un diente en la boca!” -añadía el tío analfabeto-, “que por
sus múltiples contactos y por su bella sonrisa, hablaba fluidamente francés,
inglés americano, inglés británico, alemán y español. Sabía mucho de geografía.
¡Estaba hecho para la vida y la fiesta!”
Surrealismo sahariano, fuertes imágenes
sensuales, lengua poética en libertad para decir, sin tapujos, que la literatura
desvela la sexualidad y el erotismo del mundo. El autor aúna lo carnal y religioso,
para mostrar que “la sexualidad no es más que la imagen de la espiritualidad
corporal”.
Amin Zaoui -entonces
Director de la Biblioteca Nacional de Argel y que ama Los Cuentos de la mil
y una noches-, con un lenguaje poético, aunado a un elevadísimo tono carnal
y sensual, da cuenta de esa lucha por la libertad de expresión y la disposición
del propio cuerpo, donde se encuentra no solamente el fuego de los ardientes
deseos, que llama a la sangre y anuncia desastres, sino que -con su búsqueda de
un mundo de tolerancia- nos tiende el espejo de unos acontecimientos argelinos
que nosotros, sus contemporáneos y la Historia, sentimos miedo, dolor y enorme
tristeza, al reconocerlos; ante los que debemos reflexionar sobre la común
naturaleza humana y plantearnos complejos problemas no desde dentro de nuestra
realidad, sino desde la del Otro.
Sí
habría mucho que decir de su escritura, en estudios comparativos con Khadra,
Boudjedra, Khair-Eddine, Meddeb, Djebar. Mokaddem o Djaout.
Obras
que trazaron la zozobra, el tormento y la dificultad del ser como el mal de la
época y del país; empero existe, desde hace tiempo, una sociedad que avanza y
lucha por sus ideales, poderosamente en el buen sentido, gracias a la tenacidad
de sus hombres y mujeres, a las propias mutaciones sociales y fantásticas de la
juventud. Puesto que, a pesar de aquellos dramas vividos, la sociedad bulle de
forma extraordinaria, en gran ósmosis cultural, y crea un poderoso dinamismo muy
alejado ya de aquella muerte decretada.
[i] Por otra parte, el autor
denuncia el control de las potencias del Norte por las riquezas del desierto,
la violación de su placidez y la manipulación de las autoridades para servir a
intereses económicos.
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