martes, 9 de junio de 2020


Metáforas argelinas, ensangrentadas y eróticas,
en la poética escritura de Amin Zaoui

                                      Entre Esperanza y Dolor
en la fotográfica escritura de Yasmina Khadra
 


                                                           Leonor Merino
                        Dra. U.A.M.
                        escritora-poeta, traductora

                                                                                  

Hace varios otoños, como clausura del programa que dedicaba el Instituto Francés de Madrid a “Argelia y sus artistas: una Nación de nuestro siglo”, presenté y moderé -en la Fnac de Callao de Madrid-, la mesa redonda que enriquecieron los escritores argelinos Yasmina Khadra (Mohamed Moulessehoul) y Amin Zaoui (imagen recogida en http://leonormerinogarcia.chez.com/)

En “AMANECER del Nuevo Siglo” (revista mensual de información internacional y cultural, Año VII, nº 15), publiqué parte de este trabajo que ahora brindo, con la única pulsión de que se lean importantes escrituras universales traducidas a nuestra lengua: la Literatura -entre otras acciones humanísticas- es todo lo que nos queda para reclamar la dignidad; de. la misma manera que el Poeta denunciará mutismos y pesadas amnesias.

Ante la presencia de los Embajadores de Argelia y Francia, ante un público acogedor y participativo, hablé, primero, de la trayectoria literaria de Khadra, de su estilo policiaco en la Trilogía de Argel: Morituri, Doble Blanco y El otoño de las quimeras.







Mohamed Moulessehoul, que fue militar del ejército argelino -donde lo condujo su padre a los siete años y donde permaneció treinta y seis-, decidió ser escritor, adoptando como primera máscara literaria al “comisario Brahim Llob” -hombre incorruptible, fiel a sus ideales e irónico- y, más tarde, adoptando su segunda máscara literaria con la que firma ya todas sus obras: el pseudónimo famoso, que recoge el nombre de su esposa, “Yasmina Khadra”.
Su escritura posee la garra literaria de la brevedad de las palabras y la profundidad del tema que trata: lo hermoso y lo horrible, al mismo tiempo, que contiene el ser humano en Los corderos del Señor y Lo que sueñan los lobos: con una escritura fotográfica y alegórica, describen el horror del genocidio de terrorismos extremistas -introducción del “fascismo religioso más medieval”- empleando un “yo helador” -a veces aparente-, lejos del alcance de la barbarie, en la que Argel es el escenario de las pesquisas del citado comisario.


En el marco de un duar argelino -Ghachimat donde todos se espían- campa la envidia, el odio, el desprecio, la frustración y el deseo de venganza. Toda esa inclinación execrable en las relaciones humanas, mantenida largo tiempo entre los personajes para no hundirse en el légamo del terrorismo: espiral de violencia y barbarie que se reproduce de modo cancerígeno por todos los rincones, en un diluvio de miedo, fuego y sangre, como se recoge en Los corderos del Señor: “El país es tan frágil como el himen. […] Mira un poco tu duar, tiende el oído e intenta escuchar lo que dicen las paredes, lo que oculta su falso letargo. El odio está a punto de estallar, el rencor gana terreno”.

Asimismo, el autor presenta, en Lo que sueñan los lobos, un país donde algunos de sus hijos son actores de un entorno de violencia inaudita en el caldo de la miseria y las injusticias sociales.


El otoño de las quimeras, que clausura la saga Llob, la esperanza ya no es de temporada sino una estación horripilante, que destruye las máscaras y descubre la verdad. De repente, el comisario pierde todo interés en su pesquisa y medita sobre su jubilación: “Mi mirada profética ya no encuentra referencias. No estoy orgulloso del adulto en el que me he convertido. Estoy esperando mi vejez como cualquier ujier, puesto que nada en este mundo me hace soñar”.
El escritor señala con verdad heladora: En nuestro país, las aguas turbias se despejan y los monstruos abisales suben a la superficie. Ahora se trata de mantener prietas las filas y de volver a llevar al demonio al infierno.
Y se siente satisfecho por haber dirigido su dedicatoria -entre otros-: “a los ausentes, es decir al oscurantismo asesino y a la mujer, que fue la primera en protestar públicamente contra el fundamentalismo, en un momento en el que toda la sociedad mantenía un perfil bajo.”

De ahí que, en esta mesa redonda que dirigí y en la que comenté estas obras, fuera muy interesante analizar cómo se situaba también otro escritor argelino, Amin Zaoui, ante un rito suntuoso y bárbaro, ante una tragedia argelina, desgarrada entre el deseo de paz y la violencia que, de repente, se desencadena. Y, también, ver cómo se dibujaba su escritura erótica, en libertad, que fue, algún tiempo, prohibida en Argelia.


Amin Zaoui -que conoció el exilio “como largo insomnio”-, en un ensayo domeñado y erudito, sobre las sociedades árabes, y a la luz de lo que llama La cultura de la sangre, fatua, mujeres, tabúes y poderes” evoca, largamente, las diferentes persecuciones en las que los poetas, los escritores y los intelectuales han sido víctimas de una “sociedad déspota cada vez más islamizada” -en su denuncia por los prejuicios y tabúes que paralizan la sociedad-: “El Corán prosa inimitable y palabra de Dios según la nueva religión, llevó una guerra contra la poesía y los poetas”, dice el autor, antes de remontarse a través de los siglos -desde el Magreb a Oriente Medio-, en las diferentes crueldades y en las voces rotas, quebradas, del mundo árabe y musulmán -cuando el ingrediente de búsqueda del pacifismo es sustancial al Islam: condición humana equilibrada en función del absoluto en el alma como en la sociedad, para alcanzar una vida íntegra.

Pero este escritor, que trabaja sus textos, como el gran artista talla delicadamente sus esculturas, ofrece un despliegue de metáforas a través de la acumulación de imágenes eróticas ensangrentadas, como en la fiesta del Aíd El Kébir: Fiesta Grande en la que se rememora el sacrificio de Abrahán dispuesto a inmolar a su hijo para salvar su alma; y día en el que se sacrifica un cordero y se asa entero a la brasa -mechuí-, para compartirlo también con los menesterosos.
Así, en ese día festivo musulmán, Amin Zaoui aúna muerte y sangre, en el placer de la degollación del cordero. Y nos ofrece todo el “vampirismo” de la virginidad, cuando la fiesta del matrimonio no se inicia hasta la aparición de la sangre del himen, en el lecho de la joven desposada.


Este autor bilingüe, que concilia la lengua árabe -a la que ofrece laicismo y fuerza poética- con la lengua francesa -empleada como liberación y denuncia-, prosigue la búsqueda de una identidad despedazada en La razzia. La historia de un burdel amado, nacionalizado e islamizado en el marco de un edén martirizado: Argelia.
Y si en el díptico -de alucinante dominio carnal con la lengua- Sueño de mimosa y Sonata de lobos, Argelia se convierte, primero, en un país fantasmal donde prosperan los enterradores en un universo indiferente que, una y otra vez, vuelve con la hornada de sus conciudadanos asesinados; en el segundo relato, el héroe escapa de esa cascada de fatalidad ensangrentada, hecha a fuerza de noticias terroríficas, que lo asfixian como marea nauseabunda.


Mas la literatura prolonga la vida y la ilumina, y este escritor -que es sobre todo poeta- regenera el tiempo de la escritura con La gente del perfume, donde el fallecimiento del padre desencadena en el autor un verdadero combate entre el amor y la muerte -búsqueda de identidad para despojarse de una carga que lleva como sufrimiento, como remordimiento-, y donde la memoria se extravía entre las colonizaciones sucesivas. Mientras que un olor terroso y la nostalgia tumultuosa infantil envuelven, de nuevo, a esta escritura poética, entre imágenes presentes o huidas, despojada de florituras.


Concisión poética que se encuentra también en el hermoso texto La Sumisión: “Me guardé las palabras en la lengua silenciosa. Vivía en el ataúd del tiempo”. 
Un niño que, entre lecturas de excelsos autores árabes -Ibn Hicham, Abu Nuwas, Ibn Jaldún, Ibn Hazm...- y entre el amor y la biografía del Profeta Mohammed, es testigo de la sumisión de su madre que “con su bonita falda llena de vida, bajaba la mirada: una mirada rota”, ante la voluptuosidad y los “toqueteos” de su marido con su (¿adoptada?) hija, núbil y hermosa.
Mientras tanto..., los versículos salmodiados por el padre “hablan de mariposas con alas multicolores”.




Un niño que, entre lecturas de excelsos autores árabes -Ibn Hicham, Abu Nuwas, Ibn Jaldún, Ibn Hazm...- y entre el amor y la biografía del Profeta Mohammed, es testigo de la sumisión de su madre que “con su bonita falda llena de vida, bajaba la mirada: una mirada rota”, ante la voluptuosidad y los “toqueteos” de su marido con su (¿adoptada?) hija, núbil y hermosa.
Mientras tanto..., los versículos salmodiados por el padre “hablan de mariposas con alas multicolores”.
Un niño que descubre a su humillada madre, “un ángel bueno con deslices”, cabalgando desnuda sobre la tumba de su “otro” padre: “Ella era acuarela al principio del horizonte, al final del orgasmo o del sol”.
Un adolescente, en fin, que no solo sabe “de las maravillosas horas de la siesta, en las que el deseo sexual se desborda y las mujeres se convierten en racimos de uva, jugosos y dulces”, sino que sorprende a su madre, engañada y perdida la razón, completamente desnuda en su cama: “lloraba, y yo lloré con ella. Intenté cubrirla con una sábana llena de grandes manchas de semen”.
Zaoui que sueña un día con aunar la escritura que va desde la derecha a la izquierda -su hermosa lengua árabe- y la que va desde la de izquierda a derecha -su propia lengua francesa en la que se balancea una exquisita traducción en filigrana-, ha sabido también derramar “lágrimas” poéticas en un canto a Toledo.

Salpicada de escritura árabe, con citas de proverbios cabileños o de proverbios de los tuaregs y de miradas que recurren a los poetas que engrandecieron la literatura árabe y así mismo con citas del Corán -con el fin de justificar comportamientos licenciosos-, se encuentra su obra “Acaballadero” de mujeres.



La sura de los Eunucos abre la Sonata Primera -porque los capítulos de esta obra son sonatas-: “Tres cosas infectan la oración, tan pronto como separan al orante de la Kaaba: un perro, un asno o una mujer”.
Sí, la mujer es “la imagen humana de Satán”. Maldición, por tanto, será esa niña que ocupe el lugar del esperado varón y puesto que la hora de su nacimiento, en un día de luto, supone la reprobación y dispersión de la tribu.  
Pero, sobre todo, su presencia será un ultraje en ese desierto de volúmenes de basalto, fallas y aristas porosas, formas cribadas de cal blanca u ocre, ksars rojos erigidos, bajo un cielo de brasas:
“Para ver el desierto, hay que acostarse muy tarde”, dice el hermoso proverbio tuareg.

Las mujeres, en el desierto que dibuja Amin Zaoui, son locas y bellas: “Sus gargantas frescas lanzan hacia el cielo yuyús azucarados”: toda una alegoría de la liberación de la tabúes, la victoria de la sensualidad, el poder de la imaginación y de la oralidad que transforman la realidad por su fuente cuajada de simbolismos, por la musicalidad de la corriente de un río lingüístico y cultural mestizo.

Pero entre tocamientos sensuales, ilícitos e incestuosos, que justifican la supuesta maldición, el tío de la adolescente Hager -presa sexual para atraer a los hombres- la inicia en el “acaballadero de mujeres”, por la senda sinuosa de la seducción, retomando las armas de su madre Balkiss –“el abismo deseado. Una sedición”- y desplegando toda una formidable fantasmagoría del poder sexual del hombre del desierto, pero no solo entre las mujeres de su tribu, sino entre la ávida mujer occidental y americana, que se traslada hasta allí, con el simulacro de un pretexto turístico o cinematográfico[i]:

“Qué generosos son esos extranjeros, prestándonos de vez en cuando, a sus hermosas mujeres durante algunas noches, durante algunas veladas, decía mi tío”. “Me gustan las mujeres con dentadura, ¡la que no tiene un diente en la boca!” -añadía el tío analfabeto-, “que por sus múltiples contactos y por su bella sonrisa, hablaba fluidamente francés, inglés americano, inglés británico, alemán y español. Sabía mucho de geografía. ¡Estaba hecho para la vida y la fiesta!”

Surrealismo sahariano, fuertes imágenes sensuales, lengua poética en libertad para decir, sin tapujos, que la literatura desvela la sexualidad y el erotismo del mundo. El autor aúna lo carnal y religioso, para mostrar que “la sexualidad no es más que la imagen de la espiritualidad corporal”.

Amin Zaoui -entonces Director de la Biblioteca Nacional de Argel y que ama Los Cuentos de la mil y una noches-, con un lenguaje poético, aunado a un elevadísimo tono carnal y sensual, da cuenta de esa lucha por la libertad de expresión y la disposición del propio cuerpo, donde se encuentra no solamente el fuego de los ardientes deseos, que llama a la sangre y anuncia desastres, sino que -con su búsqueda de un mundo de tolerancia- nos tiende el espejo de unos acontecimientos argelinos que nosotros, sus contemporáneos y la Historia, sentimos miedo, dolor y enorme tristeza, al reconocerlos; ante los que debemos reflexionar sobre la común naturaleza humana y plantearnos complejos problemas no desde dentro de nuestra realidad, sino desde la del Otro.

Sí habría mucho que decir de su escritura, en estudios comparativos con Khadra, Boudjedra, Khair-Eddine, Meddeb, Djebar. Mokaddem o Djaout.

Obras que trazaron la zozobra, el tormento y la dificultad del ser como el mal de la época y del país; empero existe, desde hace tiempo, una sociedad que avanza y lucha por sus ideales, poderosamente en el buen sentido, gracias a la tenacidad de sus hombres y mujeres, a las propias mutaciones sociales y fantásticas de la juventud. Puesto que, a pesar de aquellos dramas vividos, la sociedad bulle de forma extraordinaria, en gran ósmosis cultural, y crea un poderoso dinamismo muy alejado ya de aquella muerte decretada.


[i] Por otra parte, el autor denuncia el control de las potencias del Norte por las riquezas del desierto, la violación de su placidez y la manipulación de las autoridades para servir a intereses económicos.









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