INTRODUCCIÓN: Leonor MERINO
“CINCO FRAGMENTOS DEL DESIERTO”: Rachid BOUDJEDRA
El escritor argelino, Rachid
Boudjedra, alcanzó renombre internacional con su primera novela “La Répudiation”
(trad.: Emecé, Barcelona) que, precedida por “Le Passé Simple” (trad.: del
Oriente y del Mediterráneo, Madrid) del marroquí Driss Chraïbi, removió las
conciencias, promovió la desazón, ofreció un gran hálito de justicia y de
verdad. Pero, sobre todo, ambos autores -que sienten y organizan sus campos
novelescos de forma personal- han rehuido todo intento de “recuperación”, en la
integración de cualquier sistema ideológico y económico dominante, que desee
convertirse en protector de la libertad de expresión.
En efecto, la prensa extranjera
acaparó enseguida esas obras para hablar de los “males de la tribu” y de la “moral
de los ancestros”. Ese “acaparamiento” por cierta crítica, al acecho de una
pintura y descripción que corroboran una forma subjetiva de ver al Otro, es
bastante inaceptable, al menos para ciertos poetas e intelectuales como para el
argelino Jamel-Eddine Bencheikh. También es cierto que, con buena voluntad, en
el deseo por descubrir una realidad sociocultural, se pase al lado de lo
esencial; es decir, del trabajo innovador del autor en la lengua.
Pero
lejanos están ya esos tiempos “iconoclastas” -la literatura también es ajuste
de cuentas- donde se gestaron ambas escrituras, audaces tanto por su forma como
por su fondo, en las que ha de prevalecer, ante todo, la estrategia en la
elaboración del lenguaje, la intensa relación con la lengua, con las palabras,
con los signos, que brindan juegos de espejos, inversiones, engastes, meandros
-el delirio se injerta en el cuerpo del relato-, imágenes cercanas a la música
donde escritor y lector gozan en comunión: el amor como la escritura es asunto de dos.
Puesto que para Boudjedra, como para el escritor marroquí Khatibi o el
tunecino Meddeb, la escritura es gozo, pero gozo sensual: texto-sexo donde el
“verbo se hace carne”. El arte de narrar a la búsqueda del sentido de la
palabra puntual cuya musicalidad, en la escritura-trazado, emana de la
sensualidad, de la sexualidad y de la emoción del propio calígrafo.
Como en este gran latido poético, “Cinco
fragmentos del desierto”, donde pocas veces el Sahara -mar de arena
deslumbrada- ha sido tan certeramente dibujado / desdibujado, en su luz / noche,
en su nada / todo. Pálpito de la carne y del corazón en el deseo erótico de
estos poemas en prosa.
Escritura como gozo carnal para
Rachid Boudjedra, al igual que para Saint-John Perse, pero que en nuestro
escritor argelino posee algo de locura, alucinación, y mayor erotismo: “como
pudor de mujer que desnuda su cuerpo y descubre que sus caderas son tan arcillosas,
tan redondas como dunas”.
La mujer es siempre quien recibe
ese flujo, esperma, inagotable que constituye su escritura. Y ante la mirada
del autor se van a interponer las ardientes dunas de relieves inestables,
inaprensibles, inalcanzables, jamás inmóviles. Y de nuevo le asalta la imagen
femenina que provoca su discurso, su escritura: “cuando la turbación de sí se
acrecienta a causa de toda esa desnudez, los caminos se convierten en umbrales,
apenas desdibujados”.
Vías, sendas del oro y de los esclavos, azotadas por imprevisibles
vientos furiosos, curtidas por un sol despiadado, silenciadas bajo la lámpara
de cada estrella. Y en esos caminos de huellas inestables, se recorta otra
imagen de hembra -navío de estepas-: “jóvenes camellas descuartizadas en espera
del deseo, con esa majestuosidad que da a sus pisadas grandilocuentes, una
especie de paciencia de parturienta que ya ha roto aguas”.
Tenemos ante los ojos, lector, un
hermoso texto con influencia de las suras de la Meca, también, de quien el autor
celebra su belleza y modernidad. Pues al aunar textos árabes y musulmanes
-sacros o profanos-, la sabiduría preislámica y la cultura occidental,
Boudjedra va en búsqueda de su profunda inquietud estética, política y social
que subvierta todas las leyes de una realidad, a veces, poco halagüeña.
Por
ello, al encuentro con su profundo hálito y creando intertextos, que es la
manera de observar el mundo, el autor convoca a otras voces poéticas: al citado
Saint- John Perse (Pointe-à-Pitre, Guadalupe, 1887 - Presqu’île-de-Giens,
Francia, 1975), que describió el destierro que sufre el hombre de
cualquier siglo desde Ovidio hasta nuestros días; a Jean Sénac (Beni Saf, 1926
- Argel, 1973), poeta argelino de raíces españolas y de profundo amor por su
patria y por su gente; a Alí
Ahmad Saíd Ésber, “Adonis” (1930), poeta sirio-libanés de ecos
prístinos en libertad de poesía árabe; al gran místico Al-Hallach nacido el año 857 en al-Tus, región del
Fars (Irán Central) y ejecutado en Bagdad en el 922; a Ibn
Al-Baitar, renombrado botánico andalusí (Málaga, 1188 – Damasco, 1248); a Ibn
Jaldún (Túnez, 1322 - El Cairo, 1406), uno de los más grandes historiadores de
todos los tiempos y el primer sociólogo que registra la historia; así como a
Lorand Gaspar (Transilvania oriental, 1925), cuyos libros hacen de toda su obra
una de las referencias de la poesía actual.
Al
evocar a todos ellos, Rachid Boudjedra ha deseado dar testimonio de los
maestros que tanto admira, al mismo tiempo que da respuesta a los versos de
Saint-John Perse, que sirven de umbral a los “Cinco fragmentos del desierto
argelino”.
Ese oceáno dorado que seduce a Rachid Boudjedra,
lleno de raptos silenciosos “con sabor a desastre”.
Ese Ahaggar , bastión y corazón
del desierto de enclaves arqueológicos, patria de los fascinantes tuareg, donde
fue enterrada con sus joyas Tin Hinan -desde allí “vela”, dice Boudjedra-, la
princesa beréber venida del lejano Tafilalet, sudoeste de Marruecos, de quien
la tribu de los Kel Rela aseguran descender.
Destino singular ese Desierto
-bellamente descrito- con sus monumentales ksurs -que ha originado el arabismo
alcázar, pero que en este contexto traduzco por palacios-; con sus chots, lagos
de agua salada; con su Tassili, extraordinario paisaje lunar, meseta “de
abismos insondables” donde
la
sombra de Ahana -otra reina de
los tuareg- “derrama un
erotismo a la vez crudo e inocente”.
Todo ese destino ejemplar que
asusta, hastía y enamora. Por eso, este autor argelino de
mirada enérgica y afectiva, fino psicoanalista y lúcido filósofo, que conoce el ansia del corazón humano -en pos de lo
inaprensible en el romántico, de la libertad en el aventurero, de la paz en el
místico o de la absoluta soledad en la obstinación del anacoreta-, nos narra
ese “Desierto” -como refutación de espejismos- de donde salieron “las grandes dinastías
inflexibles, como las almorávides y las almohades”.
Nos narra ese vacío, “desbarajuste cósmico, donde todo extravío se
torna plausible, donde toda exaltación se torna en lamento, donde todo júbilo
se torna en la búsqueda de NADA”.
Boudjedra, con este
luminoso texto, sigue participando en la salvación de los hombres que reposa en
la contribución intelectual, filosófica, poética, ensoñada:
Dimensión mágica que ofrece a su obra.
INTRODUCCIÓN: Leonor MERINO
“PARA NO SOÑAR MÁS”: Rachid BOUDJEDRA
Toda primera
novela ha sido, tal vez, un bosquejo de palabras depositadas en unos versos.
Así, en estos primeros poemas de Boudjedra -algunos publicados en revistas
literarias como Chorus en 1963-, se encuentra depositado el germen
embrionario de una narración que le daría gloria internacional, La
Répudiation[1] (cuyo personaje femenino principal se llama Céline en homenaje
a Louis-Ferdinand
Céline), en la que el autor se lanza, se enzarza, se ahoga, pero que, en
parte, se salva, puesto que le ayuda a liberarse.
Una narración
en la que ciertas secuencias rítmicas toman el hálito del verso libre heredado
de estos versos escritos en plena juventud, Para no soñar más.
Rachid Boudjedra, escritor político, reivindica el derecho a la
poética, lo que le permite, en sus diferentes y numerosas obras posteriores,
aunar lo imaginario más desbocado con lo realidad más obtusa, así como injertar
el delirio en el cuerpo del relato. Aunque sin caer en lo didáctico, puesto que
siempre ha deseado demostrar que lo esencial es la creatividad y que lo que
proporciona valor a una obra es su estilo, su estructura y su propia visión del
mundo.
El autor nunca
ha deseado que los temas políticos y sociales oculten la escritura, la
literatura, que interviene en un nivel superior, como en estos poemas que son
todo un combate, toda una herida, en ese espacio donde el verbo conduce al
vértigo por la única virtud de su resonancia.
Un verso que,
cuando se hace breve, es brusco, entrecortado, nervioso, verdadero frenesí. Y
que, cuando el verso se alarga, la observación irónica de la sociedad se
acompaña de un trabajo atento sobre la lengua, para que emerja un léxico
hermético y un discurso dislocado de pesadilla, catártico, exorcista, machacón.
La lengua de
Boudjedra, suntuosa y rebelde, tiene la habilidad de exponer las alucinaciones
más lúcidas, que se sitúan entre lo real y lo imaginario, en un lenguaje
acompasado donde la interjección, la exclamación y el laconismo surgen como
bengalas. Sufrimientos, deseos, exasperación de la carne, vértigo del suicidio
que, como torrente bajo la tormenta, se lanza en el delirio verbal a la manera
de Kateb Yacine que puede aparecer a veces delicada, al lado de toda aquella
avalancha.
Iracundo, el
poeta lleva como estandarte la exigencia revolucionaria en su deseo de “abofetear
a la justicia hasta que se ponga de pie”: crítica a una burocracia y a una
tecnocracia al servicio de la burguesía. Pero su juicio sobre Argelia no es una
condena, puesto que el autor no reniega de su arabismo, sino de la parte
enferma de esa sociedad.
El mismo
Boudjedra describe su propia intención: “Poeta decías / ¡NO! Hermano / Más bien
/ Martillo pilón / Oh esta vocación de bulldozer / Oh esta vocación de rompe-mares
/ Quisiera poner a mi pueblo / En el avenir / Del tiempo.
Y
este poeta, que conoce y ama nuestra lengua, también dedica un poema político a
la España de 1963, en la que vivió unos años. Así, desde Barcelona, envía a sus
amigos “La Noticia”, donde les narra que es “una polilla ambulante, un
escarabajo viscoso que languidece”. Y se duele “del exilio carcomido”.
Si creemos que
el sueño libera, estos poemas son travesía entre lo ensoñado y lo real.
Entonces, el escritor, “sol arácneo”, se evade por el erotismo que explica,
sencillamente, la pasión del mundo y del Otro a través del cuerpo: “Oh mi
somnolencia enmarañada / A la sombra de tu sexo extraño / Confusión... / Pudrirme
en ti / Abertura... / Derramarme en ti.
[1] En esta novela, el autor
se refirió a la intertextualidad. Por lo tanto, citó “dos o tres frases de
Averroes, que para nosotros los musulmanes, era la antítesis de toda la
filosofía islámica reaccionaria y dogmática, de todo lo que era dogma hasta él
que desafió a varios filósofos que eran sus grandes adversarios, incluyendo El
Ghazali”: Rachid Boudjedra, “La fascinación de la forma”, Le Matin 24
juin, 2003.
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Poema de Leonor MERINO, "Mi Voz Estelas en tu Cauce", Librería & Editorial Diwan, Mayrit
Rachid BOUDJEDRA
Se anima tu fuerza de carácter
ante la injusticia a la mujer
Se lee en tu mirada enérgica,
ojos mordaces antaño refugiados
para trascender heridas de infancia:
derrochada en perversión
bañada en el fantasma de la sangre
Brindas versión lírica del drama
argelino.
Denuncias el dominio francés.
Ayudas a entender engranajes
que engendraron violencias
lucha por la libertad del pueblo
expoliado.
El
compromiso
milita
para transformar la sociedad
Conjura
de
hondo aliento,
de
adolescencia, juventud
Necesidad de expresar la desazón
individual.
Voluntad
de ser intérprete
de
la zozobra colectiva.
El hombre tan solo
forastero
portador
de neurosis.
Madre
Estandartes:
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