La
sonrisa tímida del hombre queda difuminada,
más su voz poética se oirá
por siempre en su escritura
Leonor
Merino García
Tahar Djaout había
nacido, en 1954, en Azeffoun en la Kabilia marítima. Pasa su infancia y
adolescencia en la Casba de Argel. Realiza estudios de Matemáticas en la
Universidad de Argel y de Ciencias de la Información y de la Comunicación en la
Universidad de París II.
Primero, como periodista profesional, cronista y
editorialista de la revista “Algérie-Actualité”, toma parte de manera
continuada en los debates políticos, lingüísticos y culturales de Argelia.
Y más tarde, con la energía tranquila que le
caracterizaba, no cejó de denunciar las taras de una sociedad y sus males
destructores en la revista “Ruptures”, que dirigía.
Su joven andadura está jalonada por una obra, premiada en
dos ocasiones, que consta de poemas y novelas.
Su
poesía (« Solstice barbelé, 1973-1974 », « L'Arche à vau-l'eau »,
« Insulaire et Cie », « L'Oiseau minéral », « L'Étreinte
du sablier » y « Pérennes. Poésies”: obra póstuma) destaca por
su vigor y retorno a la grandeza de una antigua memoria que manifiesta, al
mismo tiempo, la nostalgia de la infancia, el resurgimiento del sur, el viaje,
la nominación de los seres y las cosas.
Sus novelas (“L'Exproprié”, “Les Chercheurs d'os”, “Les
Rets d'oiseleur”, “L'Invention du désert”, “Les vigiles” y “Le Dernier été de
la raison”: novela póstuma) se caracterizan por su originalidad, por la
búsqueda de un espacio de pureza, a veces teñida de causticidad y de sana
ironía.
Obras que dan muestra del ritmo poético de su escritura y
en las que el héroe se encuentra doblemente expropiado del espacio natal y de
sus palabras, pero siempre lúcido en una ciudad adormecida, anquilosada, que no
sabe responder a los interrogantes de una juventud que ya no puede vivir en la
hipocresía.
Este escritor hablaba siempre de su “piel provisional”, como si se sintiera en mutación, para recubrir
su piel “original”, esas raíces
cabileñas remotas, ese paganismo ancestral y esa comunicación carnal con la
tierra, ese amor por Argelia: “Creo que
un escritor argelino es un escritor de nacionalidad argelina y la mirada que
pueda dirigir a su alrededor y al mundo no puede ser más que una mirada
argelina, mirada que enriquecerá a Argelia más aún cuando la inscriba en un
contexto de valores universales”.
No sólo el rigor atraviesa su escritura, y su sueño era
la paz de los suyos, sino que participaba en las preocupaciones de la
literatura contemporánea entre la que contaba con numerosos amigos.
Su defensa brava de los derechos del hombre, dondequiera
que se hallara, se debía a su pluma humedecida en poesía y coraje.
Su mediana y elegante figura despedían fraternidad. Su
decimonónico bigote enmarcaba una amplia y sincera sonrisa, tras la que se
agazapaba la timidez y la humildad.
Su tono de voz caluroso, afable, resuena aún por aquellas
recién regadas aceras de la Carrera de San Jerónimo y de la Plaza de Santa Ana,
cuando vino al Coloquio “Maghreb-Europa”, celebrado en el Círculo de Bellas
Artes de Madrid, el 2 de junio de l992: justo un año antes de morir en Argel,
tras varios en días en profundo coma por atentado terrorista, perpetrado el 26
de mayo de 1993.
El aire madrileño conserva aún el calor de su contacto,
cuando juntos, al lado de la risa contagiosa del escritor Nabile Farès,
mirábamos, con corazón ligero e indolente, el vuelo del pájaro que Tahar Djaout
cantó:
“Maestro tejedor
y geómetra, he aquí al pájaro ordenador de formas y arquitecturas celestes
[...] Por la perfección del vuelo, por la exactitud de trapecista y por la
autoridad en las estaciones, el pájaro es dueño de los relojes de arena. Es
clavija que consolida el edificio volátil del cielo, es puntuación necesaria al
tiempo que gotea el olvido”.
Este joven poeta argelino habló del amor con naturalidad
y violencia, y supo también con sus manos separar “la violencia donde la mariposa del alma se gira”, con ese semblante
de luz, “para ir en búsqueda de la fuente”.
Pero existen “ciudades” -se lamenta el poeta- “donde es
horrible tener veinte años; veinte años que uno querría tirar por la ventana,
sobre todo cuando vuelve a ver a su prima reducida a la virtud de procrear. Sin
embargo, subsiste mi poema, escudo en el que el refugiado ampara sus últimos
pingajos y atiza su último aliento, como un parto subversivo”.
Y este sensible poeta, que teme lacerar el sueño de los
otros, él, “el áfono”, con sus pensamientos en desbandada, “farfulla con rostro
de protesta, mientras los potentados dan orden de encarcelar a ese gran
consumidor de sueños”.
Poeta intuitivo que cantó “al mar al identificarse con su resaca”, y que habló también del
bosque, de la agonía de la higuera, de su país, de “los astros que han sido enlatados para enamorar al turista”, de la errancia,
del exilio, del rechazo y la soledad de los hombres.
Pero en Djaout, existe también una profunda y pagana
alegría de vivir, comprendida entre la dificultad cotidiana y la insulsez de
ciertos ambientes, que, en alguna medida, se aproximaría a su compatriota
Farès.
Toda su obra representa constantemente una subversión de
lo ya confirmado, un estallido de todas las fórmulas convenidas y de todos los
conformismos.
Si los primeros textos en ocasiones son agresivos en ese
sentido, luego será cada vez más el humor el que se revelará como arma más
eficaz que el anatema, pero siempre la poesía dará un cálido aliento a toda su
obra.
¡Tahar!: “[tus] treinta [y nueve años] se [te] han
quedado como arpón a través de la garganta. Sin embargo, [te] era preciso
avanzar, empujado por manos invisibles. Avanzar hacia el lugar de la infancia y
hacia la muerte, hacia la respiración de las calles de Argel - que detestaste y
amaste -, porque es siempre con sensación confusa como encuentro este lugar que
amo y odio por igual, Argel segunda ciudad de mi infancia, Argel donde debo
cada vez detenerme antes de reemprender viaje para encontrar un poco más lejos,
tierras adentro, la sepultura donde duerme, momificado e intacto, el recuerdo
de mis primeros años, muesca de luz y de belleza mugrienta”.
Hace ya algún tiempo que reposas en tu querida tierra
cabileña, pues nadie, como tú, sabía que la naturaleza es “infatigable asesina, infatigable paridora”.
Nadie, como tú, sentía el humus de esa tierra, y que la henna
es planta de Arabia, y que el benjuí es
perfume de Arabia. Todo lo que viene de allí colorea, perfuma y sana. “Por eso de niño soñaba[s] con ir allí en la migración de las golondrinas, en el instante en el
que sus volutas siderales se pierden en el fluido del cielo”.
¿No nos lo decía el poeta?:
El silencio es la muerte
Y tú, si hablas, mueres
Si te callas, mueres
Entonces, habla y muere
¿Qué es lo que nos queda,
entonces?
Solo
nos queda ser capaces de actos de vida con este homenaje, y proclamar que la
travesía del desierto no ofrece temor y que el honor de ser escritor, de ser
poeta, es el gran honor que nuestro Tahar Djaout mereció.
Nunca
más se verá la sonrisa tímida del hombre, pero tu voz poética resonará, por
siempre, en tu escritura.
¡Acoge mis
versos!:
Amigo,
cuando
llueve,
la tierra
huele
a humus, a
hierba.
Eres tú
que bajo el suelo
tu esencia
expandes,
sobre
Kabilia, los mares.
Eres tú, Amigo mío,
acunado por el viento.
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