miércoles, 22 de marzo de 2017



                            "Tu mirada profunda me interpela"


                                               Presentación Leonor Merino García
                                               Dª U.A.M., escritora, traductora, poeta
                                               14 marzo 2017 “Casa Árabe”, Madrid
                                              




         Maisun Yamil Shukair nace el  22 de Septiembre de 1969, al sur de Siria en As-Suwaida o Sweida, frontera con Jordania, en un entorno familiar refinado y culto, que forjó su personalidad.

         Su padre, Yamil Shukair, profesor de Geografía escribió cinco novelas. Su madre, Gazala Shukair, profesora de Primaria.

         Cuando Maisun alcanza la edad de ocho años, su padre se marcha a trabajar a Arabia Saudita. La lejanía, la ausencia paterna, causó en ella un profundo sentimiento de dolor, comenzando a escribirle mensajes poéticos, dando así rienda suelta a su creatividad.

         He aquí uno de sus poemas infantiles:

                   Oh, padre mío / soy muñeca sin ojos / árbol sin pájaros /                voz sin eco. / Vuelve y regresará mi vida.

         Después de unos estudios brillantes, obtiene la licenciatura de Farmacia y Química Farmacéutica, en la universidad de Damasco y, posteriormente, regenta su propia farmacia en Sehnaia, un barrio de la misma ciudad.

         Gran lectora desde su juventud, como forma de conocer el mundo, para dejarse llevar por la imaginación pero, también, para iluminarse una misma en su interior, como señala Virginia Wolf:

         “Alumbrar vuestra propia alma, su profundidad y sus bajos fondos, su vanidad y su generosidad, decir lo que significa a vuestros ojos vuestra belleza y vuestra fealdad, cuáles son vuestras relaciones con el mundo moviente…” (Une chambre à soi, traducción del inglés por Clara Malraux).

         Maisun comienza a escribir en el suplemento literario del periódico libanés Alnahar y en el londinense Alarab.

         En esta poeta siria, ejerce gran influencia Nawal Sadawi, médico, escritora, pionera reconocida en su lucha por los derechos de la mujer en los países árabes.

         Igualmente, admiró a una escritora siria poco conocida, Sania Al-Saleh, fallecida tempranamente que dejó colecciones poéticas, A Time of Oppression (1964) y Ink of Execution (1970), batallando para liberarse de la leucemia así como sufrió bajo la sombra de su marido, el conocido poeta sirio Mohammed al-Maghut.

         Otra mujer, admirada por Maisun es Ghada El-Saman: periodista, novelista, luchadora por los derechos de la mujer. Entre sus obras: Beirut Nightmares (1977); A Costume Party for the Dead (2003). El-Saman fue denostada cuando hizo pública su correspondencia amorosa con el escritor y activista palestino, Ghassan Kanafani, asesinado en un atentado, junto con su jovencísima sobrina, con la colocación de explosivos bajo su coche.

         Asimismo, Maisun Shukair admira al tan celebrado poeta palestino Mahmud Darwish y a la moderna escritura del poeta sirio libanés Ali Ahmad Esber, más conocido por “Adonis”. También, nuestro García Lorca le enseñó el camino –adarve–, hacia el corazón humano.





         Su primer poemario, Retira tu cara de mi espejo (Damasco, 2009), ganó el “Premio Mazras” en el Concurso de escritores palestinos. Su título tiene un sentido metafórico, puesto que en el espejo, como en el amor, no se aprecia el verdadero rostro sino la otra cara “invisible”. Su escritura atañe al amor en igualdad, entre hombres y mujeres.

         En este sentido, y en mi afán por los estudios comparativos, deseo recordar aquí a una de las figuras claves del movimiento intelectual árabe contemporáneo: el gran poeta sirio “del amor”, Nizzar Kabani. Así como a Ibn Qayyim Al Jawziya que se refirió a la gran cantidad de palabras que se utilizan para expresar el amor en la lengua árabe, porque si una lengua ha creado muchas palabras para designar un significado (al-musama), es que el deseo de comprender es muy fuerte.

            Ahora bien, Maisun Yamil Shukair narra su lucha sobre el amor y el logro de la libertad, en su relato No he dormido y no me he levantado (2009), que gana el premio de los escritores palestinos.





         No te vayas a la muerte solo. El camino no es seguro (Líbano, 2017) consta de diez relatos que hablan del sufrimiento que han vivido y soportado los sirios, durante seis años. Está dedicado a su hermano Kaldun al que amaba profundamente:

         “Tu humor irónico se adelanta a mi almohada cada noche. No te duermas antes que yo, por favor. No te vayas a la muerte solo. El camino no es seguro”.

         Kaldun, profesor de matemáticas, cae asesinado sobre la hierba del jardín de su casa, delante de su familia, mujer e hijos pequeños. Su delito: haber hecho declaraciones a sus estudiantes, en contra de la reacción policial del régimen sirio hacia la multitud que se manifestaba en las calles, pidiendo democracia, y ante la muerte de los niños.






         “La pequeña corbata roja” -–relato traducido por Nabila Boumediane– narra la historia de Ahmad, un niño con excelentes notas escolares e hijo amantísimo de un pobre campesino. Su padre, le promete que le regalará el deseo más preciado: una pequeña corbata roja que le había visto a su primo, compañero de curso en un día de fiesta y que, además, llevaba puesto un traje negro con una camisa blanca.

         Entre sus manos de labriego, cuenta ya el progenitor los dineros prestados por su cuñado. Y se adentra en la ciudad inhóspita y en fiesta que llama “a las puertas perforadas, a los corazones perforados”. Porque:

         “¿cómo puedes pasar por la mañana y no saludar a todos los que se te cruzan por la calle, y pasar sin recoger el fruto de sus sonrisas que hará más llevadera tu vida?”

         Ante el escaparate acribillado, luce el traje intacto.

         El campesino entregará todo el dinero al dueño de la tienda y le rogará que le deje a deber el dinero que falta para llegar al justo precio, puesto que, en el pueblo, se paga a plazos...

         Le dirá que se trata de una promesa y que debe cumplirla, para que confíen los niños en los mayores y en la vida, porque “no tienen la culpa”.

         Asentirá el tendero: “qué culpa tienen ellos”.

         De vuelta al pueblo, bajo los aviones, en incesante y atronador bombardeo, se dirigirá a su casa, adonde antes había una puerta y un árbol que equivalía a todas las ciudades del mundo, y llamará a Ahmad, a su encuentro, como siempre…

         Y sacará el traje, con su corbata roja, de la bolsa de cuero, para depositarlo, sobre su tumba.















         Otro relato vertido a mi lengua materna, por la misma traductora citada Nabila Boumediane: “Me callaré por mucho tiempo”.

         En él se superponen las vivencias de la poeta siria ante el asesinato de su hermano: la brusca irrupción de la policía, en el hogar, avasallando a su paso, hollando las alfombras que, sin embargo, respeta el niño, convertido en la voz narradora del relato.

         Implícito se halla el silencio inculcado por la madre, en la educación del hogar, hasta reprimirlo con un pellizco en la mano, tapando o golpeando la boca infantil, ante sus inteligentes y punzantes preguntas.

         Mas esta lectora-poeta, aprehende que se trata de la mano dolorida de Maisun y, también, de la ranura de su boca prieta, en un grito ahogado de horror y desespero.

         Mientras, la madre expele su aliento en un susurro implorante: “¡cállate!”, tomando cuerpo la realidad social de nuestra cuenca mediterránea: “hay dos virtudes preciadas en la mujer: llorar con discreción y callarse con nobleza”, palabras del escritor marroquí Abdelhak Serhane, que he estudiado junto a tantos otros escritores árabes.

         ¡Y el niño del relato corre y corre!

         Doloridos y embarrados ya sus pies descalzos, tras los vertiginosos pasos de la madre que lleva a su hermano, en volandas.

         El niño se orina encima. Calla.
         Tiene mucho miedo. Calla.
         Aprieta la mano de la madre. Calla.

         Y llevado a un lugar hacinado, hasta la náusea, donde no duerme porque le muerde el hambre, el niño grita.

         De nuevo, otro fuerte pellizco en la mano.

         Se calla, porque la madre le ha prometido un espacio, para él solo, cargado de juguetes.

         Ya en el barco. Sueña.
         Sueña con un jersey caliente,
         con valiosos juguetes…

         Una ola.
         Otra ola.
         Sal en la boca.
         Sal en los ojos.
         Se cierran.
         Se sellan como la boca.

         Una blanca luz.
         Callado ya por siempre –“como te prometí, madre”.




         A la lectura de estos dos relatos, cabe preguntarse por qué la autora escoge a dos niños como argumento principal.

         La respuesta está en el sufrimiento infantil, incomprensible y atroz, y en la muerte, como exterminación de la esperanza, del futuro de un país.

         Y nadie, posiblemente, como una mujer y madre, para trasladar esos sentimientos, durante unos años muy convulsos, que ensangrientan, ferozmente, a Siria.

         Un primo de Maisun, Samih Shukair y que vive en Francia, crea –en marzo del 2011– una emocionante canción muy conocida “Ya Heif” (“Qué pena”), sobre los luctuosos acontecimientos, como fueron las muertes de los niños de Daraa.

         Así dice una estrofa:

         “Nos matan en nombre de la seguridad de la nación”.

         Y el padre de Maisun escribe –¡gran catarsis!– una novela relatando el primer año de revolución en Siria, La muerte de la última luz.

         El asesinato de este hijo estalla el corazón de sus padres, de sus dos hermanas: pediatra e ingeniera.

         Y en Maisun: una parte de ella se extinguió con él, para siempre.

         Hecho que influye en su escritura, en el título de su obra ofrecido al hermano perdido para siempre y, especialmente, en su actitud frente a la vida que da un vuelco radical.

         Maisun Shukair comienza a ayudar a la gente, llegada de otras ciudades. Pero, al recibir la visita de la policía, tiene que cerrar su farmacia, temiendo ser encarcelada. Hecho que sucede a su marido, en 2014, de quien no sabe nada durante dos meses, ni de uno de sus hijos, que permanece solo, durante un tiempo, en el Líbano.

         Años extremadamente duros para esta escritora, en la desatada violencia y en sus sueños esfumados de democracia.

         Por eso, si antes su temática literaria trataba sobre la lucha de la mujer en las sociedades árabes, sobre el amor como principal valor y sobre el ser humano –hombre/mujer– y clamando por la falta de libertad de expresión, ahora, su poesía y sus relatos adquieren otros tintes, otros matices: regresan al origen, como tabla de salvación con Darwish, con nuestro Lorca…



         Ante nuestras miradas, el vivo ejemplo de una refugiada que vive entre nosotros desde hace algo más de dos años.

         Con este ejemplo, cuando uno se calza los zapatos de un refugiado que huye de la guerra con sus hijos, su mujer, su madre ciega –tal vez un anciano en silla de ruedas– o cuando uno imagina lo que sucede en una guerra civil –como fue la nuestra con tantos refugiados–, se deja de ver el mundo desde el propio interés.

         Viéndolos llegar a Europa, a las islas de Lesbos y Kos, recorriendo Grecia, Macedonia, Serbia, Hungría, Austria, Alemania, Holanda, Francia o Luxemburgo, se toma conciencia de que no se trata de crisis humanitaria, sino de crisis política, que tiene consecuencias humanitarias.

         Y que no es lo mismo escribir sobre refugiados como trombas amenazantes, que mostrarlos como cada uno de nosotros: seres con sueños, miedo, amor, esperanza.

         Maisun, para abandonar Siria, tuvo que elegir a uno de sus hijos para venir a España y escogió al mayor para poderlo liberar del ejército, dejando al otro con su padre –a la suerte–, hasta que se agrupa la familia, un año después.

         Ahora, se encuentra con relativa paz entre nosotros, me mira como lo hizo en una intervención mía en “El Ateneo” de Madrid.

         En sus profundos ojos, aprehendí una expresión ahogada, profunda, lastimera:

         “Leonor Merino: tengo algo que decirte”.

         Sé que, ahora, está contenta, satisfecha, aunque con nostalgia y que:

                                     Un día,
         atravesando las calles de Madrid,
         se meterá la mano en el bolsillo del vestido,
         para sacar la llave de su casa de Damasco.
                                     Para retornar…




NOTA: Después de mi presentación-conferencia y con el fin de dar más voz a Maisun, se leyeron, en árabe y español, “Dedos”, “Postración” y “Calor”, poemas traducidos por Nabila Boumediane de Retira tu cara de mi espejo, poemario de Maisun Shukair (Damasco, 2009)

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