"Tu mirada profunda me interpela"
Presentación Leonor Merino García
Dª U.A.M., escritora, traductora, poeta
14 marzo 2017 “Casa Árabe”, Madrid
Maisun Yamil Shukair nace el 22 de
Septiembre de 1969, al sur de Siria en
As-Suwaida o Sweida, frontera con Jordania, en
un entorno familiar refinado y culto, que forjó su personalidad.
Su padre, Yamil Shukair, profesor de Geografía escribió cinco novelas. Su
madre, Gazala Shukair, profesora de Primaria.
Cuando Maisun alcanza la edad de ocho
años, su padre se marcha a trabajar a Arabia Saudita. La lejanía, la ausencia
paterna, causó en ella un profundo sentimiento de dolor, comenzando a
escribirle mensajes poéticos, dando así rienda suelta a su creatividad.
He aquí uno de sus poemas infantiles:
Oh,
padre mío / soy muñeca sin ojos / árbol sin pájaros / voz sin eco. / Vuelve y regresará mi vida.
Después de
unos estudios brillantes, obtiene la licenciatura de Farmacia y Química
Farmacéutica, en la universidad de Damasco y, posteriormente, regenta su propia farmacia en Sehnaia, un barrio de la
misma ciudad.
Gran lectora desde su
juventud, como forma de conocer el mundo, para dejarse llevar por la
imaginación pero, también, para iluminarse una misma en su interior, como
señala Virginia Wolf:
“Alumbrar vuestra propia
alma, su profundidad y sus bajos fondos, su vanidad y su generosidad, decir lo
que significa a vuestros ojos vuestra belleza y vuestra fealdad, cuáles son
vuestras relaciones con el mundo moviente…” (Une
chambre à soi, traducción del inglés por Clara Malraux).
Maisun comienza a escribir en el suplemento literario del periódico libanés Alnahar y en el londinense Alarab.
En esta poeta siria, ejerce gran
influencia Nawal Sadawi, médico, escritora, pionera reconocida en su lucha por
los derechos de la mujer en los países árabes.
Igualmente, admiró a una escritora
siria poco conocida, Sania Al-Saleh, fallecida tempranamente que dejó colecciones
poéticas, A Time of Oppression (1964)
y Ink of Execution (1970), batallando
para liberarse de la leucemia así como sufrió bajo la sombra de su marido, el
conocido poeta sirio Mohammed al-Maghut.
Otra mujer, admirada por Maisun es
Ghada El-Saman: periodista, novelista, luchadora por los derechos de la mujer.
Entre sus obras: Beirut Nightmares
(1977); A Costume Party for the Dead
(2003). El-Saman fue denostada cuando hizo pública su correspondencia amorosa
con el escritor y activista palestino, Ghassan Kanafani, asesinado en un
atentado, junto con su jovencísima sobrina, con la colocación de explosivos
bajo su coche.
Su primer poemario, Retira tu cara de mi espejo (Damasco, 2009), ganó el “Premio
Mazras” en el Concurso de escritores
palestinos. Su título tiene un sentido metafórico, puesto que en el espejo,
como en el amor, no se aprecia el verdadero rostro sino la otra cara
“invisible”. Su escritura atañe al amor en igualdad, entre hombres y mujeres.
En este sentido, y en mi afán
por los estudios comparativos, deseo recordar aquí a una de las figuras claves
del movimiento intelectual árabe contemporáneo: el gran poeta sirio “del amor”,
Nizzar Kabani. Así como a Ibn Qayyim Al Jawziya que se refirió a la gran
cantidad de palabras que se utilizan para expresar el amor en la lengua árabe,
porque si una lengua ha creado muchas palabras para designar un significado (al-musama),
es que el deseo de comprender es muy fuerte.
Ahora bien, Maisun Yamil Shukair narra su lucha sobre el amor y el logro de la libertad, en su relato No he dormido y no me he levantado
(2009), que gana el premio de los escritores palestinos.
No te
vayas a la muerte solo. El camino no es seguro (Líbano, 2017) consta de diez relatos que hablan del
sufrimiento que han vivido y soportado los sirios, durante seis años. Está
dedicado a su hermano Kaldun al que amaba profundamente:
“Tu humor
irónico se adelanta a mi almohada cada noche. No te duermas antes que yo, por
favor. No te vayas a la muerte solo. El camino no es seguro”.
Kaldun,
profesor de matemáticas, cae asesinado sobre la hierba del jardín de su casa,
delante de su familia, mujer e hijos pequeños. Su delito: haber hecho
declaraciones a sus estudiantes, en contra de la reacción policial del régimen
sirio hacia la multitud que se manifestaba en las calles, pidiendo democracia,
y ante la muerte de los niños.
“La pequeña corbata roja” -–relato traducido por Nabila Boumediane– narra la historia de Ahmad, un niño con excelentes notas
escolares e hijo amantísimo de un pobre campesino. Su padre, le promete que le
regalará el deseo más preciado: una pequeña corbata roja que le había visto a
su primo, compañero de curso en un día de fiesta y que, además, llevaba puesto
un traje negro con una camisa blanca.
Entre sus
manos de labriego, cuenta ya el progenitor los dineros prestados por su cuñado.
Y se adentra en la ciudad inhóspita y en fiesta que llama “a las puertas
perforadas, a los corazones perforados”. Porque:
“¿cómo
puedes pasar por la mañana y no saludar a todos los que se te cruzan por la
calle, y pasar sin recoger el fruto de sus sonrisas que hará más llevadera tu
vida?”
Ante el
escaparate acribillado, luce el traje intacto.
El
campesino entregará todo el dinero al dueño de la tienda y le rogará que le
deje a deber el dinero que falta para llegar al justo precio, puesto que, en el
pueblo, se paga a plazos...
Le dirá que
se trata de una promesa y que debe cumplirla, para que confíen los niños en los
mayores y en la vida, porque “no tienen la culpa”.
Asentirá el
tendero: “qué culpa tienen ellos”.
De vuelta
al pueblo, bajo los aviones, en incesante y atronador bombardeo, se dirigirá a
su casa, adonde antes había una puerta y un árbol que equivalía a todas las
ciudades del mundo, y llamará a Ahmad, a su encuentro, como siempre…
Y sacará
el traje, con su corbata roja, de la
bolsa de cuero, para depositarlo, sobre su tumba.
Otro relato vertido a mi lengua materna, por la misma traductora citada Nabila Boumediane:
“Me callaré por mucho tiempo”.
En él se superponen las
vivencias de la poeta siria ante el asesinato de su hermano: la brusca
irrupción de la policía, en el hogar, avasallando a su paso, hollando las
alfombras que, sin embargo, respeta el niño, convertido en la voz narradora del
relato.
Implícito se halla el
silencio inculcado por la madre, en la educación del hogar, hasta reprimirlo
con un pellizco en la mano, tapando o golpeando la boca infantil, ante sus
inteligentes y punzantes preguntas.
Mas esta lectora-poeta,
aprehende que se trata de la mano dolorida de Maisun y, también, de la ranura
de su boca prieta, en un grito ahogado de horror y desespero.
Mientras, la madre expele su
aliento en un susurro implorante: “¡cállate!”, tomando cuerpo la realidad
social de nuestra cuenca mediterránea: “hay dos virtudes preciadas en la mujer:
llorar con discreción y callarse con nobleza”, palabras del escritor marroquí
Abdelhak Serhane, que he estudiado junto a tantos otros escritores árabes.
¡Y el niño del relato corre y
corre!
Doloridos y embarrados ya sus
pies descalzos, tras los vertiginosos pasos de la madre que lleva a su hermano,
en volandas.
El niño se orina encima.
Calla.
Tiene mucho miedo. Calla.
Aprieta la mano de la madre.
Calla.
Y llevado a un lugar
hacinado, hasta la náusea, donde no duerme porque le muerde el hambre, el niño
grita.
De nuevo, otro fuerte
pellizco en la mano.
Se calla, porque la madre le
ha prometido un espacio, para él solo, cargado de juguetes.
Ya en el barco. Sueña.
Sueña con un jersey caliente,
con valiosos juguetes…
Una ola.
Otra ola.
Sal en la boca.
Sal en los ojos.
Se cierran.
Se sellan como la boca.
Una blanca luz.
Callado ya por siempre
–“como te prometí, madre”.
A la lectura de estos dos relatos, cabe preguntarse por qué la autora
escoge a dos niños como argumento principal.
La respuesta está en el
sufrimiento infantil, incomprensible y atroz, y en la muerte, como
exterminación de la esperanza, del futuro de un país.
Y nadie, posiblemente, como
una mujer y madre, para trasladar esos sentimientos, durante unos años muy convulsos, que ensangrientan, ferozmente, a Siria.
Un primo de
Maisun, Samih Shukair y que vive en Francia, crea –en marzo del 2011– una emocionante canción muy conocida “Ya Heif” (“Qué pena”), sobre los
luctuosos acontecimientos, como fueron las muertes de los niños de Daraa.
Así dice
una estrofa:
“Nos matan
en nombre de la seguridad de la nación”.
Y el padre
de Maisun escribe –¡gran catarsis!– una novela relatando el primer año de
revolución en Siria, La muerte de la
última luz.
El asesinato
de este hijo estalla el corazón de sus padres, de sus dos hermanas: pediatra e
ingeniera.
Y
en Maisun: una parte de ella se extinguió con él, para siempre.
Hecho que influye en su escritura, en el título de su
obra ofrecido al hermano perdido para siempre y, especialmente, en su actitud
frente a la vida que da un vuelco radical.
Maisun Shukair comienza a ayudar a la
gente, llegada de otras ciudades. Pero, al recibir la visita de la policía,
tiene que cerrar su farmacia, temiendo ser encarcelada. Hecho que sucede a su
marido, en 2014, de quien no sabe nada durante dos meses, ni de uno de sus
hijos, que permanece solo, durante un tiempo, en el Líbano.
Años extremadamente duros para esta
escritora, en la desatada violencia y en sus sueños esfumados de democracia.
Por eso, si antes su
temática literaria trataba sobre la lucha de la mujer en las sociedades árabes,
sobre el amor como principal valor y sobre el ser humano –hombre/mujer– y
clamando por la falta de libertad de expresión, ahora, su poesía y sus relatos
adquieren otros tintes, otros matices: regresan al origen, como tabla de
salvación con Darwish, con nuestro Lorca…
Ante nuestras miradas, el vivo ejemplo
de una refugiada que vive entre nosotros desde hace algo más de dos años.
Con este ejemplo, cuando uno se calza
los zapatos de un refugiado que huye de la guerra con sus hijos, su mujer, su
madre ciega –tal vez un anciano en silla de ruedas– o cuando uno imagina lo que
sucede en una guerra civil –como fue la nuestra con tantos refugiados–, se deja
de ver el mundo desde el propio interés.
Viéndolos llegar a Europa, a las islas
de Lesbos y Kos, recorriendo Grecia, Macedonia, Serbia, Hungría, Austria,
Alemania, Holanda, Francia o Luxemburgo, se toma conciencia de que no se trata
de crisis humanitaria, sino de crisis política, que tiene consecuencias
humanitarias.
Y que no es lo mismo escribir sobre
refugiados como trombas amenazantes, que mostrarlos como cada uno de nosotros:
seres con sueños, miedo, amor, esperanza.
Maisun, para abandonar Siria, tuvo que
elegir a uno de sus hijos para venir a España y escogió al mayor para poderlo
liberar del ejército, dejando al otro con su padre –a la suerte–, hasta que se
agrupa la familia, un año después.
Ahora, se encuentra con relativa paz
entre nosotros, me mira como lo hizo en una intervención mía en “El Ateneo” de
Madrid.
En sus profundos ojos, aprehendí una
expresión ahogada, profunda, lastimera:
“Leonor Merino: tengo algo que
decirte”.
Sé que, ahora, está contenta,
satisfecha, aunque con nostalgia y que:
Un
día,
atravesando las calles de Madrid,
se meterá la mano en el bolsillo del
vestido,
para sacar la llave de su casa de
Damasco.
Para
retornar…
NOTA: Después de mi presentación-conferencia y con el fin de dar más voz a
Maisun, se leyeron, en árabe y español, “Dedos”, “Postración” y “Calor”, poemas
traducidos por Nabila Boumediane de Retira tu cara de mi espejo, poemario de Maisun Shukair (Damasco, 2009)
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Opinar sobre ello. ¡Gracias!