Amigas/Amigos. Rindo Homenaje al
escritor marroquí Driss CHRAÏBI, narrando su primera llegada oficial a
España, su visita a mi hogar (enero 1991) y mi visita al suyo (verano 1993).
Veréis mi romántico viaje a Crest, hermoso rincón medieval muy querido por
Driss, donde vivía en una casa con postigos azul cielo. Descubriréis al escritor
paseándose, indolente, con su cigarrillo CRAVEN “A”, entre sus largos dedos.
Veréis a su esposa, la dulce Sheena, y sentiréis su voz de “miel” de contralto velado; también a los cinco hijos que tuvo el matrimonio:
Kirsten, Yassin, Tariq, Mounier e Idir, que se hallan tras sus
obras.
“La vie continue. Bonjour la vie!”, nos decía Driss Chraïbi en « Le Monde à côté ».
Te digo: Gracias, Driss, por tu Fe en el ser humano y tu Esperanza en un mundo mejor.
«
Driss Chraïbi: Hospitalidad cristiana e islámica compartida »
Sucedió un 22 de enero de 1992 (la guerra
del Golfo se transmitía por T.V.E.). Fue un día inolvidable, húmedo y algo
frío. Las nubes que cubrían el cielo estaban bajas, la brisa húmeda sacudía las
lágrimas cristalinas de las ramas deshojadas de los árboles, que enmarcan la
Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Madrid.
A la entrada del departamento de estudios
de árabe e Islam, un gran panel acogedor invitaba a profesores y estudiantes a
la presentación de tres escritores del Magreb, que emplean en sus escrituras no
la lengua árabe sino la lengua francesa, surgida de una dura y larga
colonización en el Magreb, sobre todo en Argelia.
Driss Chraïbi, representando a Marruecos,
iniciador de estas literaturas, escritor que apunta a la emoción y a la
musicalidad de las palabras, y cuyo humor, bajo todas las facetas, es también
un arma privilegiada para determinar la tonalidad de sus novelas.
Albert Memmi, representando a Túnez, cuyo
talento fue reconocido por Sartre y Vercors debido a la originalidad en la
búsqueda de su escritura que sobrepasa, ampliamente, sus fronteras tunecinas y
judías.
Y Azouz Begag, representando a Argelia,
perteneciente a la joven generación, llamada "beur" por los medios de
comunicación, que recoge la memoria de un pueblo sin historia, esa que surge de
los hijos de inmigrantes o de quienes de niños llegaron a Europa procedentes
del Magreb.
Estos tres escritores, con su presencia y
sus palabras calurosas, rindieron homenaje a todos los escritores magrebíes y a
las culturas árabe-musulmana y judía (nuestra herencia), que se expanden a
través de sus escrituras perfumadas de sutil textura de amor, desgarro,
fraternidad y perfume de espiritualidad.
La presentación, que llevé a cabo, de
estos tres escritores fue la primera oficial en España en el Instituto de
Francés, primero, y en la Universidad Autónoma de Madrid, después. Pero, ante
todo, fue el testimonio generoso del encuentro de Oriente con Occidente, puesto
que a estos dos mundos, convertidos a través del tiempo en mutuo
desconocimiento, se dirigen de forma conciliadora los escritores magrebíes.
Sin embargo, la escritura de Driss
Chraïbi, bien recibido por la Embajada del reino de Marruecos (hace tiempo se estudia
toda su obra y se traduce, pero "El Pasado Simple" estalló como bomba terrorista en
su tierra) era la que más profundamente me había atraído.
Debido, sobre todo, a
su vibrante llamada a la identificación con el "otro", a su
autenticidad de alma y a su sinceridad a quemarropa.
Por lo tanto, si ya se estaba haciendo
realidad uno de mis sueños al presentarlo ahora (ardua labor mía como fue saber
si vivía o cómo acercarme a él), también aspiraba, más tarde, a conocer a su
familia, de la misma manera que el escritor había compartido con la mía, mantel
y mesa, así como momentos entrañables, durante los días de dicha presentación.
Sin embargo, tuve aún que esperar un
tiempo -el verano de 1993-, para poder realizar mi otro sueño.
En coche, bien acompañada de mi marido y
de mis pequeños hijos, dejamos Madrid a una hora bien temprana. Atrás quedaba
Aragón, Cataluña (y la ya abandonada entonces frontera española-francesa). Atrás el recoleto cementerio en pleno corazón de Colliure, donde reposa nuestro
poeta exiliado, Manuel Machado... Atrás quedaba, también, Nîmes cuyo coliseo -que
sirve de plaza de toros- es más hermoso y recibe más cuidado que el de Roma.
Paisaje tras paisaje, nos fuimos
internando en el departamento francés llamado La Drôme, que recoge el nombre
del río que la atraviesa y que está formado por la Prefectura de Valence.
Y seguía subiendo nuestro coche, por un
solitario meandro bordado de florecillas perfumadas y de plantas aromáticas
enmarañadas, ante el que se extendía, en el mismo flanco de las montañas hacia
el este y en una parte de los macizos prealpinos, un rico paraíso terrestre, un
pequeño valle poblado por toda una variedad de plantas medicinales y de
árboles: hayas, fresnos, tilos, cipreses que no deseaban ocultar la pequeña
ciudad de nuestro destino.
Driss Chraïbi, que experimentó grandes mutaciones en su personalidad a lo largo de su fecunda vida, conservó por siempre el recuerdo y la nostalgia de su ciudad natal (a las orillas del
río de "La Madre de la Primavera"), puesto que, como la madre, la
propia ciudad no se remplaza jamás.
Por eso, Chraïbi escogió este rincón para
echar el ancla, donde encontró la Paz.
Un pueblecito anclado en el tiempo,
saciándose de eternidad, puesto que aquí es donde el escritor continuó su obra
literaria, y donde vieron la luz algunas de sus últimas creaciones, la
trilogía de "L’inspecteur Ali", "Vu, lu, entendu" (“sus
memorias") y "Le monde à côté".
El autor ama la pequeña ciudad, metáfora
materna, opuesta a ese otro espacio de piedra, hormigón, vigas gigantes,
vértigo, degradación de los valores y del nihilismo: la enorme ciudad que
detesta Driss Chraïbi.
Para este escritor existen, por tanto, dos
espacios urbanos, dos tiempos, dos formas de estar en el mundo.
El primero
(espacio que boga en el curso de la Historia) fue escogido sin demora por este
escritor marroquí, de larga y delgada silueta solitaria, que amó también el
refugio de las islas -Ré y Yeu en el Atlántico-, así como las pequeñas
ciudades.
Este es el caso de Crest que, en otro
tiempo dedicada a la curtiduría, recuerda a un hermoso rincón medieval, rincón
vetusto de color ocre y verde bajo su límpido cielo.
Por la noche, antes del encuentro con el
escritor y paseando por las callejuelas, llama nuestra atención el arco de una
estrecha casa.
Al aproximarnos, en el fondo de la noche,
se dibujó un conglomerado de callejuelas, imbricadas las unas en las otras,
inmóviles y eternas que recordaban a la medina, natural y espontánea, de tiempo
cíclico y no lineal, laberíntica y sin dejar transpirar su secreto.
Al despertar el día, Driss Chraïbi,
aureolado de su mirada traviesa y de su sonrisa acogedora, acude a la cita, en
el pequeño hotel "Square". Allí estábamos hospedados, según convenido
la noche anterior, cuando le anuncié nuestra llegada por medio de mi llamada
telefónica, recogida por la dulcísima voz de mujer, voz «de miel y de contralto
velado» (la entrañable esposa del amante más romántico, delicado y sagaz de lo
que uno pensaría a la lectura del "mujeriego" “Inspector Alí en
Trinity College").
Tras los emocionados saludos, Chraïbi
confesó, con rostro que reflejaba excusa, que no comeríamos en su casa el
cuscús que nos había prometido. Poco después, todos cumplimentábamos el sabroso
conejillo cocinado -generosamente sazonado con picantes especies marroquíes- p or Sheena: su delicada mujer «con los ojos más claros y límpidos que el azul»,
alabados en la obra de Chraïbi, como en "El inspector Alí", donde
también la risa estalla en filigrana.
Mientras tanto, yo cavilaba sobre la
pérdida de la realidad del escritor. Pues, su cándida ilusión le había llevado
a soñar con un cuscús marroquí, sin darse cuenta que era domingo y que, tal
vez, las alacenas de su recoleta cocina carecían de los
ingredientes para cocinarlo...
De postre, tuvimos pastelillos -rodeados de múltiples risas infantiles- y regados con té a la menta.
Todo es armonía y luminosidad en la casa
rosa pálido con las contraventanas de madera azul cielo.
Calle Paul Pons, Crest (Francia) |
Los cinco hijos sienten el calor hogareño:
-
Kirsten, la joven hija mayor, se encontraba en la galería de pintura donde
presentaba sus numerosos cuadros. El escritor le ha de dedicado la obra
"D’autres voix", reeditada en Marruecos, cuyo primer título fue
"De tous les horizons". Relatos de una música interior que mitiga la
incomprensión humana, y dota a la bondad y a la alegría de un tono de
encantamiento.
- Yassin
tenía, entonces, doce años («Yâ-Sin! Wal Qor'ani al-hakim! Sí, tú eres uno
de los envíados del Señor»: afirmación de una balada histórica como lo es
"La Mère du Printemps").
Este hijo, que recuerda físicamente a su
madre, era el avispado secretario de su padre, de la misma forma que Sheena
cuidaba y protegía a su hombre.
Para él: «ella es el faro en la noche por la
senda de la existencia», "La Civilización, ¡madre mía!...", novela
arrancada al corazón, llena de poesía y encanto).
- Tariq
(«el general de los Imazighen Tariq Bnu Ziyyad» en la sinfonía panteísta de
"Nacimiento al alba". Chraïbi con este nombre recoge la denominación
de Yabal al-Fath -la Montaña de la Conquista-. Nombre que había sido dado por
Ibn Battuta y por al-Idris, geógrafos e historiadores, a la montaña de Tariq
que denomina "El Estrecho de Gibraltar". Desde ese lugar, en el año
setecientos once de nuestra era cristiana, la tropa del general Tariq conquistó
Córdoba y toda Andalucía.
Este glorioso pasado enriqueció notablemente la
cultura española. Y con el recuerdo de esa epopeya, Chraïbi contribuye al
reconocimiento de dos culturas, la del Magreb y la de Al-Andalus, así como al
acercamiento de dos pueblos vecinos que, el escritor llama a colaborar y a
comprenderse debido a las raíces comunes compartidas.
Tariq tenía nueve años: sus ojos azules, su frondoso y oscuro cabello así como el trazo pronunciado de
la nariz, recordaban a su padre.
Amaba la tranquilidad del hogar, mientras
cultivaba, a la luz de la luna y en el balcón del despacho de su padre,
sabrosos tomates y plantas aromáticas: jazmín, menta y albahaca.
- Mounier
(«Un olivo que no es de Oriente ni de Ocidente, clamaba la voz. ¡Luz en la
luz!»: "L’inspecteur Ali") tenía seis años, y es el hijo dulce y
rubio que nació, como su padre, en Al-Yadida.
- Idir,
finalmente, quien con cuatro años se parecía al escritor, tenía grácil ingenio
(recogido en filigrana en el cuento infantil "Les aventures de l’âne
Khâl"), y se encariñó mucho con mi familia.
Driss Chraïbi, acabamos de verlo, se
encuentra siempre detrás de sus personajes, y nos descubre, a la vuelta de las
páginas de sus obras, un corazón que late con alegría infantil y con
imaginación desbordante, en un tono irónico y humorístico que los
acontecimientos de la vida, felizmente, no han podido arrancárselo.
Nos narra aspectos físicos y humanos con
calor y poesía.
Esas son sus armas para la denuncia de la injusticia, la
miseria y la desigualdad.
Su búsqueda de las raíces profundas y su
inmersión en el humus natal (país, paganismo, religión, raíces de la madre
tierra, himno a la tierra pagana y a la tierra del islam) está animada por un
sentimiento de renacimiento nacional que extrae su fuerza de la antigua
grandeza árabe-islámica, al mismo tiempo que da nacimiento a textos que
constituyen una viva reivindicación de todos los valores que se encuentran en
peligro de extinción.
Verdadera llamada para aprehender la
riqueza de la cultura no sólo árabe-islámica y bereber sino el glorioso pasado
andalusí con nosotros compartido: el paraíso perdido.
Chraïbi, donde quiera que estuviera, conservó y vivió con los valores positivos del Islam y del Cristianismo de los primeros
tiempos -como puede ser el ascetismo- o al menos con sobriedad y hospitalidad,
con sincero amor por el prójimo, no solo en carne sino en alma, sobre todo por
los humildes:
«las minorías que, en resumen, son la mayoría de nuestro mundo y
de las que soy su hermano» (dedicatoria en "La Mère du Printemps").
Su despego por las cosas mundanas fue total. Sin acumular ni conservar bien alguno, su rigor ético, su amor por la
música y su desconfianza en las palabras fueron todo un ejemplo diario.
Orgullosa estuvo la ciudad de Crest con este
famoso escritor larguirucho, de paso indolente y voz albergada en una garganta
de hierro, que supo amar este paisaje, a la gente sencilla con la que se relacionó: el vendedor de sus cigarrillos (CRAVEN “A”) o el figonero de la esquina,
mientras disfrutaba con los aromas de la calle y la conversación campechana.
Desde la Torre de Crest (testimonio de
personajes libertinos encerrados como tal vez el Marqués de Sade), guardiana de
una de las escasas puertas de los "Préalpes drômoises" y modelo de
evolución de la arquitectura medieval.
Desde esas terrazas exteriores, que
ofrecen una vista panorámica de esa ciudad: estribaciones del Vercors, Trois
Becs, bosque de Saou, valle del Ródano y montañas de Ardèche.
Sí, desde ese lugar majestuoso al que
Chraïbi -lo mismo que a su tierra natal-, dio celebridad ("una tela
maestra [...] tres colores dominantes: tejas, azul del cielo y verde de la
vegetación:" "L’inspecteur Ali et la C.I.A."), tuvimos que
despedirnos de este incontestable gran escritor que contribuyó, por el hálito
ofrecido a su escritura y por su creación en la lengua, a la renovación de la
literatura marroquí de lengua francesa.
Y también le expresamos, lo mismo que a
Sheena y a sus hijos, el deseo de continuar en Paz.
En este momento, en el que el mundo
bascula en la intolerancia y la violencia, donde los valores tradicionales
pueden derrumbarse mientras las ideologías más extremas se enfrentan, esta voz
llegada del Magreb, pero tan próxima a nosotros, no puede más que aportar
consuelo:
«La realidad cotidiana es bastante
desesperante, es necesario aportar otra mirada, otra expresión... El humor es
una forma de amor», me dijo un día este escritor.
Leonor MERINO
Dra. Universidad Autónoma
Escritora-Poeta. Traductora
Dra. Universidad Autónoma
Escritora-Poeta. Traductora
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