domingo, 10 de julio de 2016

DRISS CHRAÏBI

Amigas/Amigos. Rindo Homenaje al escritor marroquí Driss CHRAÏBI, narrando su primera llegada oficial a España, su visita a mi hogar (enero 1991) y mi visita al suyo (verano 1993).
Veréis mi romántico viaje a Crest, hermoso rincón medieval muy querido por Driss, donde vivía en una casa con postigos azul cielo. Descubriréis al escritor paseándose, indolente, con su cigarrillo CRAVEN “A”, entre sus largos dedos.
Veréis a su esposa, la dulce Sheena, y sentiréis su voz de “miel” de contralto velado; también a los cinco hijos que tuvo el matrimonio:
Kirsten, Yassin, Tariq, Mounier e Idir, que se hallan tras sus obras.
                         


“La vie continue. Bonjour la vie!”, nos decía Driss Chraïbi en « Le Monde à côté ».

Te digo: Gracias, Driss, por tu Fe en el ser humano y tu Esperanza en un mundo mejor.
 

« Driss Chraïbi: Hospitalidad cristiana e islámica compartida »

Sucedió un 22 de enero de 1992 (la guerra del Golfo se transmitía por T.V.E.). Fue un día inolvidable, húmedo y algo frío. Las nubes que cubrían el cielo estaban bajas, la brisa húmeda sacudía las lágrimas cristalinas de las ramas deshojadas de los árboles, que enmarcan la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Madrid.

A la entrada del departamento de estudios de árabe e Islam, un gran panel acogedor invitaba a profesores y estudiantes a la presentación de tres escritores del Magreb, que emplean en sus escrituras no la lengua árabe sino la lengua francesa, surgida de una dura y larga colonización en el Magreb, sobre todo en Argelia.

Driss Chraïbi, representando a Marruecos, iniciador de estas literaturas, escritor que apunta a la emoción y a la musicalidad de las palabras, y cuyo humor, bajo todas las facetas, es también un arma privilegiada para determinar la tonalidad de sus novelas.

Albert Memmi, representando a Túnez, cuyo talento fue reconocido por Sartre y Vercors debido a la originalidad en la búsqueda de su escritura que sobrepasa, ampliamente, sus fronteras tunecinas y judías.

Y Azouz Begag, representando a Argelia, perteneciente a la joven generación, llamada "beur" por los medios de comunicación, que recoge la memoria de un pueblo sin historia, esa que surge de los hijos de inmigrantes o de quienes de niños llegaron a Europa procedentes del Magreb.

Estos tres escritores, con su presencia y sus palabras calurosas, rindieron homenaje a todos los escritores magrebíes y a las culturas árabe-musulmana y judía (nuestra herencia), que se expanden a través de sus escrituras perfumadas de sutil textura de amor, desgarro, fraternidad y perfume de espiritualidad.

La presentación, que llevé a cabo, de estos tres escritores fue la primera oficial en España en el Instituto de Francés, primero, y en la Universidad Autónoma de Madrid, después. Pero, ante todo, fue el testimonio generoso del encuentro de Oriente con Occidente, puesto que a estos dos mundos, convertidos a través del tiempo en mutuo desconocimiento, se dirigen de forma conciliadora los escritores magrebíes.

Sin embargo, la escritura de Driss Chraïbi, bien recibido por la Embajada del reino de Marruecos (hace tiempo se estudia toda su obra y se traduce, pero "El Pasado Simple" estalló como bomba terrorista en su tierra) era la que más profundamente me había atraído.

Debido, sobre todo, a su vibrante llamada a la identificación con el "otro", a su autenticidad de alma y a su sinceridad a quemarropa.

Por lo tanto, si ya se estaba haciendo realidad uno de mis sueños al presentarlo ahora (ardua labor mía como fue saber si vivía o cómo acercarme a él), también aspiraba, más tarde, a conocer a su familia, de la misma manera que el escritor había compartido con la mía, mantel y mesa, así como momentos entrañables, durante los días de dicha presentación.

Sin embargo, tuve aún que esperar un tiempo -el verano de 1993-, para poder realizar mi otro sueño.

En coche, bien acompañada de mi marido y de mis pequeños hijos, dejamos Madrid a una hora bien temprana. Atrás quedaba Aragón, Cataluña (y la ya abandonada entonces frontera española-francesa). Atrás el recoleto cementerio en pleno corazón de Colliure, donde reposa nuestro poeta exiliado, Manuel Machado... Atrás quedaba, también, Nîmes cuyo coliseo -que sirve de plaza de toros- es más hermoso y recibe más cuidado que el de Roma.

Paisaje tras paisaje, nos fuimos internando en el departamento francés llamado La Drôme, que recoge el nombre del río que la atraviesa y que está formado por la Prefectura de Valence.

Y seguía subiendo nuestro coche, por un solitario meandro bordado de florecillas perfumadas y de plantas aromáticas enmarañadas, ante el que se extendía, en el mismo flanco de las montañas hacia el este y en una parte de los macizos prealpinos, un rico paraíso terrestre, un pequeño valle poblado por toda una variedad de plantas medicinales y de árboles: hayas, fresnos, tilos, cipreses que no deseaban ocultar la pequeña ciudad de nuestro destino.

Driss Chraïbi, que experimentó grandes mutaciones en su personalidad a lo largo de su fecunda vida, conservó por siempre el recuerdo y la nostalgia de su ciudad natal (a las orillas del río de "La Madre de la Primavera"), puesto que, como la madre, la propia ciudad no se remplaza jamás.

Por eso, Chraïbi escogió este rincón para echar el ancla, donde encontró la Paz.

Un pueblecito anclado en el tiempo, saciándose de eternidad, puesto que aquí es donde el escritor continuó su obra literaria, y donde vieron la luz algunas de sus últimas creaciones, la trilogía de "L’inspecteur Ali", "Vu, lu, entendu" (“sus memorias") y "Le monde à côté".

El autor ama la pequeña ciudad, metáfora materna, opuesta a ese otro espacio de piedra, hormigón, vigas gigantes, vértigo, degradación de los valores y del nihilismo: la enorme ciudad que detesta Driss Chraïbi.

Para este escritor existen, por tanto, dos espacios urbanos, dos tiempos, dos formas de estar en el mundo.

El primero (espacio que boga en el curso de la Historia) fue escogido sin demora por este escritor marroquí, de larga y delgada silueta solitaria, que amó también el refugio de las islas -Ré y Yeu en el Atlántico-, así como las pequeñas ciudades.

Este es el caso de Crest que, en otro tiempo dedicada a la curtiduría, recuerda a un hermoso rincón medieval, rincón vetusto de color ocre y verde bajo su límpido cielo.

Por la noche, antes del encuentro con el escritor y paseando por las callejuelas, llama nuestra atención el arco de una estrecha casa.

Al aproximarnos, en el fondo de la noche, se dibujó un conglomerado de callejuelas, imbricadas las unas en las otras, inmóviles y eternas que recordaban a la medina, natural y espontánea, de tiempo cíclico y no lineal, laberíntica y sin dejar transpirar su secreto.

Al despertar el día, Driss Chraïbi, aureolado de su mirada traviesa y de su sonrisa acogedora, acude a la cita, en el pequeño hotel "Square". Allí estábamos hospedados, según convenido la noche anterior, cuando le anuncié nuestra llegada por medio de mi llamada telefónica, recogida por la dulcísima voz de mujer, voz «de miel y de contralto velado» (la entrañable esposa del amante más romántico, delicado y sagaz de lo que uno pensaría a la lectura del "mujeriego" “Inspector Alí en Trinity College").

Tras los emocionados saludos, Chraïbi confesó, con rostro que reflejaba excusa, que no comeríamos en su casa el cuscús que nos había prometido. Poco después, todos cumplimentábamos el sabroso conejillo cocinado -generosamente sazonado con picantes especies marroquíes- por Sheena: su delicada mujer «con los ojos más claros y límpidos que el azul», alabados en la obra de Chraïbi, como en "El inspector Alí", donde también la risa estalla en filigrana.

Mientras tanto, yo cavilaba sobre la pérdida de la realidad del escritor. Pues, su cándida ilusión le había llevado a soñar con un cuscús marroquí, sin darse cuenta que era domingo y que, tal vez, las alacenas de su recoleta cocina carecían de los ingredientes para cocinarlo...
 De postre, tuvimos pastelillos -rodeados de múltiples risas infantiles- y regados con té a la menta.

Todo es armonía y luminosidad en la casa rosa pálido con las contraventanas de madera azul cielo.

Calle Paul Pons, Crest (Francia)
                                                                

Los cinco hijos sienten el calor hogareño:

Con Sheena CHRAÏBI y los niños


- Kirsten, la joven hija mayor, se encontraba en la galería de pintura donde presentaba sus numerosos cuadros. El escritor le ha de dedicado la obra "D’autres voix", reeditada en Marruecos, cuyo primer título fue "De tous les horizons". Relatos de una música interior que mitiga la incomprensión humana, y dota a la bondad y a la alegría de un tono de encantamiento.

- Yassin tenía, entonces, doce años («Yâ-Sin! Wal Qor'ani al-hakim! Sí, tú eres uno de los envíados del Señor»: afirmación de una balada histórica como lo es "La Mère du Printemps").
Este hijo, que recuerda físicamente a su madre, era el avispado secretario de su padre, de la misma forma que Sheena cuidaba y protegía a su hombre.
Para él: «ella es el faro en la noche por la senda de la existencia», "La Civilización, ¡madre mía!...", novela arrancada al corazón, llena de poesía y encanto).

- Tariq («el general de los Imazighen Tariq Bnu Ziyyad» en la sinfonía panteísta de "Nacimiento al alba". Chraïbi con este nombre recoge la denominación de Yabal al-Fath -la Montaña de la Conquista-. Nombre que había sido dado por Ibn Battuta y por al-Idris, geógrafos e historiadores, a la montaña de Tariq que denomina "El Estrecho de Gibraltar". Desde ese lugar, en el año setecientos once de nuestra era cristiana, la tropa del general Tariq conquistó Córdoba y toda Andalucía.
Este glorioso pasado enriqueció notablemente la cultura española. Y con el recuerdo de esa epopeya, Chraïbi contribuye al reconocimiento de dos culturas, la del Magreb y la de Al-Andalus, así como al acercamiento de dos pueblos vecinos que, el escritor llama a colaborar y a comprenderse debido a las raíces comunes compartidas.

 Tariq tenía nueve años: sus ojos azules, su frondoso y oscuro cabello así como el trazo pronunciado de la nariz, recordaban a su padre.
Amaba la tranquilidad del hogar, mientras cultivaba, a la luz de la luna y en el balcón del despacho de su padre, sabrosos tomates y plantas aromáticas: jazmín, menta y albahaca.

- Mounier («Un olivo que no es de Oriente ni de Ocidente, clamaba la voz. ¡Luz en la luz!»: "L’inspecteur Ali") tenía seis años, y es el hijo dulce y rubio que nació, como su padre, en Al-Yadida.

- Idir, finalmente, quien con cuatro años se parecía al escritor, tenía grácil ingenio (recogido en filigrana en el cuento infantil "Les aventures de l’âne Khâl"), y se encariñó mucho con mi familia.




Driss Chraïbi, acabamos de verlo, se encuentra siempre detrás de sus personajes, y nos descubre, a la vuelta de las páginas de sus obras, un corazón que late con alegría infantil y con imaginación desbordante, en un tono irónico y humorístico que los acontecimientos de la vida, felizmente, no han podido arrancárselo.

Nos narra aspectos físicos y humanos con calor y poesía.
Esas son sus armas para la denuncia de la injusticia, la miseria y la desigualdad.

Su búsqueda de las raíces profundas y su inmersión en el humus natal (país, paganismo, religión, raíces de la madre tierra, himno a la tierra pagana y a la tierra del islam) está animada por un sentimiento de renacimiento nacional que extrae su fuerza de la antigua grandeza árabe-islámica, al mismo tiempo que da nacimiento a textos que constituyen una viva reivindicación de todos los valores que se encuentran en peligro de extinción.

Verdadera llamada para aprehender la riqueza de la cultura no sólo árabe-islámica y bereber sino el glorioso pasado andalusí con nosotros compartido: el paraíso perdido.

Chraïbi, donde quiera que estuviera, conservó y vivió con los valores positivos del Islam y del Cristianismo de los primeros tiempos -como puede ser el ascetismo- o al menos con sobriedad y hospitalidad, con sincero amor por el prójimo, no solo en carne sino en alma, sobre todo por los humildes:
«las minorías que, en resumen, son la mayoría de nuestro mundo y de las que soy su hermano» (dedicatoria en "La Mère du Printemps").

Su despego por las cosas mundanas fue total. Sin acumular ni conservar bien alguno, su rigor ético, su amor por la música y su desconfianza en las palabras fueron todo un ejemplo diario.

Orgullosa estuvo la ciudad de Crest con este famoso escritor larguirucho, de paso indolente y voz albergada en una garganta de hierro, que supo amar este paisaje, a la gente sencilla con la que se relacionó: el vendedor de sus cigarrillos (CRAVEN “A”) o el figonero de la esquina, mientras disfrutaba con los aromas de la calle y la conversación campechana.

Desde la Torre de Crest (testimonio de personajes libertinos encerrados como tal vez el Marqués de Sade), guardiana de una de las escasas puertas de los "Préalpes drômoises" y modelo de evolución de la arquitectura medieval.

Desde esas terrazas exteriores, que ofrecen una vista panorámica de esa ciudad: estribaciones del Vercors, Trois Becs, bosque de Saou, valle del Ródano y montañas de Ardèche.

Sí, desde ese lugar majestuoso al que Chraïbi -lo mismo que a su tierra natal-, dio celebridad ("una tela maestra [...] tres colores dominantes: tejas, azul del cielo y verde de la vegetación:" "L’inspecteur Ali et la C.I.A."), tuvimos que despedirnos de este incontestable gran escritor que contribuyó, por el hálito ofrecido a su escritura y por su creación en la lengua, a la renovación de la literatura marroquí de lengua francesa.

Y también le expresamos, lo mismo que a Sheena y a sus hijos, el deseo de continuar en Paz.

En este momento, en el que el mundo bascula en la intolerancia y la violencia, donde los valores tradicionales pueden derrumbarse mientras las ideologías más extremas se enfrentan, esta voz llegada del Magreb, pero tan próxima a nosotros, no puede más que aportar consuelo:

«La realidad cotidiana es bastante desesperante, es necesario aportar otra mirada, otra expresión... El humor es una forma de amor», me dijo un día este escritor.

Leonor MERINO
Dra. Universidad Autónoma
Escritora-Poeta. Traductora


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