(Publicado en Amanecer del nuevo siglo
(Madrid) nº 134 Agosto, 2002, pp. 71-72)
Músicos en la Fiesta del Trono del Reino de Marruecos (julio-16) |
Marruecos, tan variado y
rico, despliega en su manto geográfico hacia el sur: ueds, oasis, kasbas,
ksurs..., lo más fascinante y genuino de una cultura milenaria.
Así
lo pude comprobar, los últimos días del mes de mayo y los primeros del mes de
junio, al ser invitada al Coloquio Internacional -en el que tomó parte la
Universidad de Ben M’Sik de Casablanca-, que se celebró en la Comuna Rural
de Skoura, a 40
Kilómetros de Ouarzazate.
Se inició esta aventura
cultural con el vuelo que tomé en Casablanca (escala del vuelo procedente de
Madrid) hacia Ouarzazate, calurosamente acompañada por el decano de la citada
universidad, M. Hamman, por la directora del departamento de árabe, Mme. Azizi,
por el profesor M. Dlimi, procedente de Dakhla y por dos poetas de prodigiosa
memoria -entrados ya en edad-, que hablaban la lengua castellana con indudable
gracejo y que venían del Aaiún ataviados con blanquísimos ropajes, enriquecidos
por un brillante azul intenso que iluminaban los rasgos nobles y cobrizos, de
sus rostros.
La ciudad de Ouarzazate,
hospitalaria y silenciosa que ofrece un maravilloso descanso a las fuertes
sensaciones de un desierto próximo, nos acogió bien entrada la noche.
Después de depositar nuestro
equipaje, en los bungalós rodeados de silencio y vegetación, tomamos una
deliciosa harira en la terraza del restaurante Obélix -el otro Yo del
creador Uderzo-, que desea recordar la película rodada en esta ciudad marroquí,
deslumbrante por sus magníficas Kasbas:
La kasba de Taourirt,
antigua residencia de El Glaoui -feudal marroquí y colaborador con el
Protectorado francés- es de una gran belleza.
Y de entre la masa de casas,
estrechamente apretadas, emergen sus altas torres en forma de pirámides
truncadas, que elevan sus almenas hacia el azul luminoso del cielo, como
queriendo disputar al sol el primer lugar en el espacio.
Esta kasba se halla próxima
a las tiendas de artesanado, en las que se exhiben, con desbordante lujuria:
esmaltados cofres, espejos y bandejas; hermosísima alfarería bereber; objetos
de piedra tallada; mantas, alfombras de Ouzguita de color azul o amarillo oro,
con artísticos -poéticos- dibujos geométricos, composiciones tornasoladas y
floridas, que dejan al descubierto el genio fabuloso de sus creadores.
La kasba de Aït Ben
Haddou, en la aldea de El oued El
malh, a treinta kilómetros de la ciudad, parece surgir como por arte de
magia sobre un campo de almendros en flor.
Pueblo fortificado, en la
cima del mundo, organizado en espiral, alrededor de su torre-alminar-vigía, en
donde prevalecen volúmenes, rojos, ocres, y de un azul-verdoso, en un orden /
desorden inenarrable.
Son sus juegos de luz tan
hermosos, que no es extraño que este lugar haya sido elegido como escenario
fabuloso para numerosas películas, como “Lawrence de Arabia” y “Té en le
Sahara”.
Entre ese marco con
volúmenes de basalto, entre esas fallas y aristas porosas, entre ese amontonamiento
de formas cribadas de cal blanca u ocre, entre ese fuerte calor diurno, a la
búsqueda del cobijo de un matorral de adelfas de color rosa resplandeciente,
jamás olvidaré la olorosa y jugosa tortilla bereber de bienvenida (ahlam ua
sahlam).
Ni tampoco, en la cálida
noche, la cena en el ksar de Ti Foultout: sus pesadas y enormes puertas
milenarias, y sus salones alfombrados y generosamente adornados con cojines
multicolores, se abren en la noche a una imaginación desbordante.
Toda esa actividad turística
y gastronómica estuvo alternada con el Coloquio Internacional, en la Comuna
Rural de Skoura.
Esta localidad, con
población de origen reciente, es un enclave lingüístico arabófono situado al
sur del Gran Atlas, en una zona bereber por excelencia: en un radio inferior a
los ochenta kilómetros sólo se encuentran poblaciones berebófonas. Su dialecto
árabe es de tipo hilalí -afirman los importantes trabajos pioneros de Jorge
Aguadé y Mohammad Elyaacoubi-, y los habitantes de la zona eran originariamente
berberófonos, pero con la llegada de inmigrantes, entre los que predominaban
los arabófonos del valle del Dra -procedentes de localidades arabófonas al
norte de Zagora-, hace suponer que fueron éstos quienes arabizaron la zona.
El nombre de Skoura -siguen
afirmando estos investigadores- proviene del bereber que significa “perdices”
(pl. de askour) y sus habitantes
viven casi exclusivamente de la ganadería -sobre todo del ganado ovino- y de la
agricultura: el dátil, la almendra y la aceituna ocupan un lugar primordial
entre sus productos cultivados.
Entre esa naturaleza,
remanso de paz, recogimiento, belleza, cobijados bajo una amplia tienda, en la que
se extendía, bajo nuestro calzado polvoriento, un grueso tapiz donde resaltaba
el índigo, cuyos matices alcanzan diferentes tonos violetas, compartimos
intensas jornadas culturales matinales de discusión y hermanamiento.
Entre el público, en esos
rostros atentos, tensos, de nariz aguileña, de mirada escrutadora con luces de
bondad, comprensión y amor, reencontré los añorados rasgos de mi padre anciano
-en humus ya convertido.
Fuera, mientras el caliente
y árido viento imprevisible ondulaba los flecos de nuestra tienda, unos
chiquillos de mirada limpia, nos acechaban, entre cactus, yucas, palmeras...
En los descansos del
Coloquio, mientras se escuchaba la melodiosa voz de Fairuz, calmó mi sed el
fuerte té saharaui, compartido con mis dos poetas del Aaiún, ya mencionados, y con
el representante cultural -de esa ciudad añorada-, ataviado con inmaculada gandura.
Allí supe de los trabajos de
la “Escuela Oulad yaïgoub” y del “Instituto Mohammed VI”. Allí hablé de la
mujer, de la revista Amanecer, que se ocupa de temas puntuales,
políticos y culturales. Allí entregué mis trabajos publicados en ella que se
traducirán a la lengua árabe.
Más tarde, ganado el corazón
de un lugareño, que podía ser mi viejo abuelo paterno -recio y castellano-, me
invitaba, con ademán que denotaba delicadeza y orgullo, a subir a su viejísimo
coche que conducía con mano firme y que aceleraba y embragaba con pies calzados
en babuchas amarillas.
Él era quien marcaba, a toda
la caravana -que a duras penas nos seguía-, el estrechísimo camino terroso,
pedregoso, flanqueado por surcos de un antiguo ued (río).
Sin embargo, hacia el
interior, un ingenioso sistema de irrigación había convertido al paisaje en una
rica huerta, mientras que, en lontananza, se divisaban colinas rojas
descarnadas.
Nos dirigíamos hacia la
kasba de Aït Abbou en Tajanat-Amezzaourou.
Después de haber aliviado
nuestra sed del camino polvoriento, que había dejado en las bocas un sabor
terroso, después de haber rociado las manos con el chorro de agua fresca que
salía del reluciente tass, dejamos nuestros calzados a la puerta de los
distintos salones -uno para hombres y otro para mujeres-, donde degustamos un
sabroso cuscús y un guarnecido tayín que comí a la manera marroquí, ayudándome
con trozos de riquísima torta bereber, recién hecha, que conservaba aún el
tizne del horno casero.
Al regreso, un 4X4 bien
repleto de todos nosotros, que forcejeaba entre los cantos rodados del camino,
se detuvo al ver a una mujer madura que esperaba en el linde del sendero. Y nos
apretamos, aún más, los ocupantes para dar acogida a la silenciosa viajera con
manos y rostro maquillados, artísticamente, con alheña.
Abandonamos el vehículo
campestre para tomar, de nuevo, el autocar que nos conduciría a Ouarzazate.
Nos aguardaba una sorpresa
mayor en la clausura de este encuentro cultural: el correcto y hábil agregado
cultural -de esta ciudad de noches mágicas- nos recibía ante un bellísimo
espectáculo ofrecido por mujeres y hombres bereberes.
Sus atavíos deslumbrantes y
su ritmo cadencioso, acompañado por alegres voces y palmadas que marcaban el
ritmo sincronizado de caderas y pies -mientras la percusión del bendir y
el tbal sonaba en rápida sacudida-, dejaban huella eterna en mi alma.
Regresaré un día -me dije
con firmeza.
Regresaré para volver a tomar, por tres veces sucesivas, el amistoso té
saharaui: el primero fuerte como la vida, el segundo dulce como el amor, el
tercero suave como la muerte.
Regresaré par mezclar mi calor humano al calor humano de su gente:
Marruecos
Sangrante puesta de sol cayendo al mar
Estela de elementos
luz embriaguez.
Canto a un país lejano
Homero y Dante te evocaron
en la hazaña del mito ensoñado.
Pueblo eterno joven nervioso, hermano,
como el íbero y el bereber.
(Versos inéditos de la
autora)
*Leonor Merino, Drª Universidad Autónoma de
Madrid, autora de Encrucijada de Literaturas Magrebíes, traductora,
poeta.
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