domingo, 31 de julio de 2016

OUARZAZATE, SKOURA, ENCLAVES CULTURALES, A SÓLO UN PASO DEL DESIERTO

(Publicado en Amanecer del nuevo siglo (Madrid) nº 134 Agosto, 2002, pp. 71-72) 
Músicos en la Fiesta del Trono del Reino de Marruecos (julio-16)
 Marruecos, tan variado y rico, despliega en su manto geográfico hacia el sur: ueds, oasis, kasbas, ksurs..., lo más fascinante y genuino de una cultura milenaria.

Así lo pude comprobar, los últimos días del mes de mayo y los primeros del mes de junio, al ser invitada al Coloquio Internacional -en el que tomó parte la Universidad de Ben M’Sik de Casablanca-, que se celebró en la Comuna Rural de Skoura, a 40 Kilómetros de Ouarzazate.

Se inició esta aventura cultural con el vuelo que tomé en Casablanca (escala del vuelo procedente de Madrid) hacia Ouarzazate, calurosamente acompañada por el decano de la citada universidad, M. Hamman, por la directora del departamento de árabe, Mme. Azizi, por el profesor M. Dlimi, procedente de Dakhla y por dos poetas de prodigiosa memoria -entrados ya en edad-, que hablaban la lengua castellana con indudable gracejo y que venían del Aaiún ataviados con blanquísimos ropajes, enriquecidos por un brillante azul intenso que iluminaban los rasgos nobles y cobrizos, de sus rostros.

La ciudad de Ouarzazate, hospitalaria y silenciosa que ofrece un maravilloso descanso a las fuertes sensaciones de un desierto próximo, nos acogió bien entrada la noche.

Después de depositar nuestro equipaje, en los bungalós rodeados de silencio y vegetación, tomamos una deliciosa harira en la terraza del restaurante Obélix -el otro Yo del creador Uderzo-, que desea recordar la película rodada en esta ciudad marroquí, deslumbrante por sus magníficas Kasbas:


La kasba de Taourirt, antigua residencia de El Glaoui -feudal marroquí y colaborador con el Protectorado francés- es de una gran belleza.

Y de entre la masa de casas, estrechamente apretadas, emergen sus altas torres en forma de pirámides truncadas, que elevan sus almenas hacia el azul luminoso del cielo, como queriendo disputar al sol el primer lugar en el espacio.

Esta kasba se halla próxima a las tiendas de artesanado, en las que se exhiben, con desbordante lujuria: esmaltados cofres, espejos y bandejas; hermosísima alfarería bereber; objetos de piedra tallada; mantas, alfombras de Ouzguita de color azul o amarillo oro, con artísticos -poéticos- dibujos geométricos, composiciones tornasoladas y floridas, que dejan al descubierto el genio fabuloso de sus creadores.


La kasba de Aït Ben Haddou, en la aldea de El oued El malh, a treinta kilómetros de la ciudad, parece surgir como por arte de magia sobre un campo de almendros en flor.

Pueblo fortificado, en la cima del mundo, organizado en espiral, alrededor de su torre-alminar-vigía, en donde prevalecen volúmenes, rojos, ocres, y de un azul-verdoso, en un orden / desorden inenarrable.

Son sus juegos de luz tan hermosos, que no es extraño que este lugar haya sido elegido como escenario fabuloso para numerosas películas, como “Lawrence de Arabia” y “Té en le Sahara”.

Entre ese marco con volúmenes de basalto, entre esas fallas y aristas porosas, entre ese amontonamiento de formas cribadas de cal blanca u ocre, entre ese fuerte calor diurno, a la búsqueda del cobijo de un matorral de adelfas de color rosa resplandeciente, jamás olvidaré la olorosa y jugosa tortilla bereber de bienvenida (ahlam ua sahlam).

Ni tampoco, en la cálida noche, la cena en el ksar de Ti Foultout: sus pesadas y enormes puertas milenarias, y sus salones alfombrados y generosamente adornados con cojines multicolores, se abren en la noche a una imaginación desbordante.

Toda esa actividad turística y gastronómica estuvo alternada con el Coloquio Internacional, en la Comuna Rural de Skoura.

Esta localidad, con población de origen reciente, es un enclave lingüístico arabófono situado al sur del Gran Atlas, en una zona bereber por excelencia: en un radio inferior a los ochenta kilómetros sólo se encuentran poblaciones berebófonas. Su dialecto árabe es de tipo hilalí -afirman los importantes trabajos pioneros de Jorge Aguadé y Mohammad Elyaacoubi-, y los habitantes de la zona eran originariamente berberófonos, pero con la llegada de inmigrantes, entre los que predominaban los arabófonos del valle del Dra -procedentes de localidades arabófonas al norte de Zagora-, hace suponer que fueron éstos quienes arabizaron la zona.

El nombre de Skoura -siguen afirmando estos investigadores- proviene del bereber que significa “perdices” (pl. de askour) y sus habitantes viven casi exclusivamente de la ganadería -sobre todo del ganado ovino- y de la agricultura: el dátil, la almendra y la aceituna ocupan un lugar primordial entre sus productos cultivados.

Entre esa naturaleza, remanso de paz, recogimiento, belleza, cobijados bajo una amplia tienda, en la que se extendía, bajo nuestro calzado polvoriento, un grueso tapiz donde resaltaba el índigo, cuyos matices alcanzan diferentes tonos violetas, compartimos intensas jornadas culturales matinales de discusión y hermanamiento.

Entre el público, en esos rostros atentos, tensos, de nariz aguileña, de mirada escrutadora con luces de bondad, comprensión y amor, reencontré los añorados rasgos de mi padre anciano -en humus ya convertido.

Fuera, mientras el caliente y árido viento imprevisible ondulaba los flecos de nuestra tienda, unos chiquillos de mirada limpia, nos acechaban, entre cactus, yucas, palmeras...

En los descansos del Coloquio, mientras se escuchaba la melodiosa voz de Fairuz, calmó mi sed el fuerte té saharaui, compartido con mis dos poetas del Aaiún, ya mencionados, y con el representante cultural -de esa ciudad añorada-, ataviado con inmaculada gandura.

Allí supe de los trabajos de la “Escuela Oulad yaïgoub” y del “Instituto Mohammed VI”. Allí hablé de la mujer, de la revista Amanecer, que se ocupa de temas puntuales, políticos y culturales. Allí entregué mis trabajos publicados en ella que se traducirán a la lengua árabe.


Más tarde, ganado el corazón de un lugareño, que podía ser mi viejo abuelo paterno -recio y castellano-, me invitaba, con ademán que denotaba delicadeza y orgullo, a subir a su viejísimo coche que conducía con mano firme y que aceleraba y embragaba con pies calzados en babuchas amarillas.

Él era quien marcaba, a toda la caravana -que a duras penas nos seguía-, el estrechísimo camino terroso, pedregoso, flanqueado por surcos de un antiguo ued (río).

Sin embargo, hacia el interior, un ingenioso sistema de irrigación había convertido al paisaje en una rica huerta, mientras que, en lontananza, se divisaban colinas rojas descarnadas.

Nos dirigíamos hacia la kasba de Aït Abbou en Tajanat-Amezzaourou.

Después de haber aliviado nuestra sed del camino polvoriento, que había dejado en las bocas un sabor terroso, después de haber rociado las manos con el chorro de agua fresca que salía del reluciente tass, dejamos nuestros calzados a la puerta de los distintos salones -uno para hombres y otro para mujeres-, donde degustamos un sabroso cuscús y un guarnecido tayín que comí a la manera marroquí, ayudándome con trozos de riquísima torta bereber, recién hecha, que conservaba aún el tizne del horno casero.

Al regreso, un 4X4 bien repleto de todos nosotros, que forcejeaba entre los cantos rodados del camino, se detuvo al ver a una mujer madura que esperaba en el linde del sendero. Y nos apretamos, aún más, los ocupantes para dar acogida a la silenciosa viajera con manos y rostro maquillados, artísticamente, con alheña.


Abandonamos el vehículo campestre para tomar, de nuevo, el autocar que nos conduciría a Ouarzazate.

Nos aguardaba una sorpresa mayor en la clausura de este encuentro cultural: el correcto y hábil agregado cultural -de esta ciudad de noches mágicas- nos recibía ante un bellísimo espectáculo ofrecido por mujeres y hombres bereberes.


Sus atavíos deslumbrantes y su ritmo cadencioso, acompañado por alegres voces y palmadas que marcaban el ritmo sincronizado de caderas y pies -mientras la percusión del bendir y el tbal sonaba en rápida sacudida-, dejaban huella eterna en mi alma.


Regresaré un día -me dije con firmeza.
Regresaré para volver a tomar, por tres veces sucesivas, el amistoso té saharaui: el primero fuerte como la vida, el segundo dulce como el amor, el tercero suave como la muerte.

Regresaré par mezclar mi calor humano al calor humano de su gente:

Marruecos
Sangrante puesta de sol cayendo al mar
Estela de elementos
luz embriaguez.
Canto a un país lejano
Homero y Dante te evocaron
en la hazaña del mito ensoñado.
Pueblo eterno joven nervioso, hermano,
como el íbero y el bereber.
(Versos inéditos de la autora)


*Leonor Merino, Drª Universidad Autónoma de Madrid, autora de Encrucijada de Literaturas Magrebíes, traductora, poeta.

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